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De cuando el barro nos llegaba a los tobillos - Episodio 3: Baloncesto

Marisol Martínez: la campeona de España que llevó el baloncesto de Ciudad Real a lo más alto

"De cuando el barro nos llegaba a los tobillos - Episodio 3: Baloncesto" nos traslada al 54, al patio del colegio, a la tierra, en la mirada de Marisol Martínez

Marisol Martínez /Clara Manzano
Marisol Martínez /Clara Manzano
Javier Lebrón / CIUDAD REAL

Hay historias que no salen en los libros, ni son mencionadas en los discursos. Historias que ocurrieron en patios colegio de tierra, con frío en los tobillos y zapatillas finas que se rompían antes de acabar la temporada. Historias que empezaron con un “cesto”, no una canasta, un cesto que, aunque puede parecer lo mismo, simbólicamente marca un principio. Así empezó también el cambio del baloncesto femenino en Ciudad Real.

En los años 60, cuando la Sección Femenina organizaba todo lo que tenía que ver con la mujer desde la formación a los deportes, un puñado de chicas ya llevaba años entrenando antes de clase. Sin medios, sin referentes, sin saber que estaban haciendo algo que años después aún se recordaría. Jugaban porque les gustaba. Porque alguien les dio la oportunidad. Porque encontraron en el deporte algo más que ejercicio físico: un lugar al que pertenecer.

Una de aquellas chicas era Marisol Martínez. Tenía quince años, venía del instituto, y no pensaba en campeonatos ni en medallas. Solo en jugar. Con el tiempo, formaría parte de un equipo federado, competiría a nivel nacional, ganaría un campeonato de España, y seguiría ligada al deporte por pasión toda su vida.

Hoy, más de sesenta años después, Marisol lo cuenta sin pretensión, sin nostalgia hueca, acompañada de su amiga Marisol Belmonte, como apoyo en el acto de recuerdo. Habla de su equipo, de sus compañeras, de Juan Barba, su entrenador. Se ríe con los recuerdos, honra a las que ya no están, y valora todo lo que vivieron como lo que fue: el principio de algo. De algo que aún sigue y es cada vez más grande.

El barro y la escuela

“Desde muy pequeña, cuando estaba en el instituto, ya con 15 años, empezamos a jugar al baloncesto en un campo que había en el Santa María. Entonces era tierra, y había solo un cesto”. Marisol recuerda los primeros entrenamientos sin pista, sin línea de tres, sin marcador, en los grises años 50. “Íbamos muy temprano porque luego teníamos que ir a clase”, dice. Y lo hacían así, con lo que había, llegaban incluso a pintar las líneas ellas mismas.

El material tampoco ayudaba mucho: “Las zapatillas eran de esas finillas de abajo. Si había tierra y trozos de piedra, nos las clavábamos. Pero no había otras zapatillas”. No se quejaban. Jugaban. “Nos gustaba muchísimo”.

Marisol Martínez / Clara Manzano
Algunos recuerdos de Marisol Martínez / Clara Manzano

“Jugábamos en el Santa María, ya te digo, había lo mismo, una canasta, pero era tierra. También nos dejó la Policía Nacional un campo en la calle Caballeros. Era un cesto en un patio. En San José jugábamos también”.

Aunque ella sigue diciendo «cesto», se ríe al corregirse: “Vamos, que era la canasta. Yo lo llamo cesto, pero me entiendes”. Y sí, se entiende. Porque no es una cuestión de terminología, sino de época: una época donde una canasta en tierra era suficiente para levantar un equipo.

La Sección Femenina

“En aquellos tiempos fue la Sección Femenina la que se metió en todo esto”, dice Marisol, sin dudar. “Había muchas instructoras que iban a hacer cursos de instructoras elementales, y luego daban clases en los colegios, en los institutos”. Eran mujeres jóvenes que venían de hacer deporte, con una formación que se había montado desde el régimen, pero que, de forma indirecta, permitió que muchas chicas pudieran jugar.

Las instructoras no solo daban clase. Muchas veces eran reclutadas de los pueblos, llevadas a capitales para formarse. “Las cogían de los pueblos. A las chicas que no hacían nada, se las llevaban. Igual que a unas las enseñaban a curtir pieles, a otras las formaban para ser instructoras”. Y aunque muchas no tenían apenas estudios, se convertían en dinamizadoras deportivas, en referentes cercanos. “Cuando volvían, se metían en los centros, en los institutos, en los colegios. Siempre había una instructora. O un instructor. Yo también conocí a muchos instructores”.

“Estas personas venían de hacer deporte. Hacíamos gimnasia y también competíamos en Madrid, con gimnasia rítmica. Yo también he ido. Siempre había un grupo que le gustaba mucho el deporte. No te lo exigían, ¿eh? Iba quien quería”. Marisol lo deja claro: jugaba porque le gustaba. “A mí el baloncesto me gustaba muchísimo”.

De ahí salió todo: del entusiasmo de unas chicas, del apoyo, a veces rígido, pero real, de una estructura estatal, y de mujeres jóvenes que, sin saberlo, estaban empujando el deporte femenino unos años antes de que empezara a hablarse realmente de él.

La formación del equipo

“Cuando se destacó un grupo para hacer un equipo, fue la Sección Femenina la que organizó todo… Estoy hablando sobre los años 60”. Marisol no precisa fechas exactas, pero recuerda el proceso: de jugar en colegios a formar una selección. “Había gente del colegio San José, había gente del Instituto… porque también quienes daban la gimnasia eran de ellas”.

Marisol Martínez / Clara Manzano
Marisol Martínez / Clara Manzano

Ese grupo acabó federado. “Por lo visto fue en el 62, más o menos. Ya estábamos federadas”. A partir de ahí, comenzaron los campeonatos. Primero, en la provincia. “Jugamos, por ejemplo, con Alcázar, con Manzanares, Daimiel. Y ganamos. Fuimos a la comunidad, al sector. En Toledo, jugamos con las demás provincias en los Juegos de la Mancha y también ganamos. Y ya fuimos a Castellón de la Plana”.

El equipo no representaba a un solo colegio. Era una selección real, hecha desde arriba, con jugadoras elegidas de distintos centros. “El equipo de Ciudad Real de mujeres funcionaba muy bien. Éramos un grupo que fue seleccionado. No es que fuera de tal sitio, no. Era la selección que hizo la Sección Femenina”.

El cuerpo técnico también era mixto: entrenadores formados, acompañantes y figuras clave como Juan Barba. “La misma Sección Femenina tenía contacto con todos los entrenadores, porque también tenían su título. Habían estado en escuelas. Y como ellas tenían contacto con ellos, pues así fue. La nuestra era una instructora, pero venía solo por estar con nosotras. El que entrenaba era Juan Barba”.

Barba lo fue todo para ese equipo. “Juan Barba está en todas las fotos. Siempre con nosotras. Era muy bueno. Nos cuidaba. Nos decía: “No os quitáis el chándal, que jugamos mañana”. Hasta lo que teníamos que comer nos llevaban. Era muy serio, pero muy bueno. Muy bueno”.

Juegos, campeonatos y logros

“Jugamos con Alcázar, con Manzanares, también con Toledo, que tenía buen equipo. Y ganamos”. Marisol recuerda los partidos uno tras otro, los viajes por la provincia, los sectores, la comunidad.

El punto culminante llegó con el Campeonato de España. “Allí la prensa, todo fue muy chulo. Jugamos la final contra Vigo. Y ganamos”. En casa no fue un gran acontecimiento mediático, pero el recuerdo entre ellas es nítido. “Llegamos aquí y era lo normal. Bueno, el periódico deportivo, el Arco, ese sí. Ese nos hizo una a cada una, cada día”.

Hubo más torneos, más viajes. También derrotas. “Antes del campeonato fuimos a Málaga, y nos metieron una paliza. Un equipo de Madrid. Nos ganaron de escándalo. Y nosotras, riéndonos. Íbamos en el autobús cantando “campeonas””.

Los encuentros dejaban anécdotas y también respeto por las rivales. Marisol no olvida una jugadora del Estándar Eléctrica, un equipo de empresa de Madrid: “La que me cubría a mí… si me tocaba, me caía al suelo. Eran fuertes, trabajaban con herramientas, con máquinas. Tenían unos músculos…”.

Y, sin embargo, aquel equipo de chicas de Ciudad Real, entrenado en campos de tierra, acabó siendo campeón. Sin pabellones, sin patrocinadores. Solo con ganas.

El grupo, el vínculo, la memoria

“Nos conocíamos todo el mundo”. Para Marisol Martínez, el equipo no era solo un conjunto de jugadoras. Era una red de amigas, muchas de las cuales se seguían viendo fuera de la pista. “Nos juntábamos en la clase de flechas, que era de la Sección Femenina. Hacíamos teatro, bailes, juegos… Estábamos siempre juntas”.

La memoria de esas compañeras sigue muy viva. Algunas ya no están. “Yo veo las fotos y me acuerdo de todas. Éramos amigas de verdad”. Marisol las nombra una a una, como si al decir sus nombres también les devolviera un trozo de historia. “Estaba María Lorente, más alta que yo. Nuria, que era más bajita y metía más cestos. Cuca y Corrales, que le decían Corrales, y ahora está regulilla. También Paqui Barrea, Rosa Calero, Calero, Carmelita”.

Algunas, como Carmen Carranza, siguen vivas, aunque muy mayores. “Una se hizo monja, otra se fue de Ciudad Real. Si estuvieran aquí, seguiríamos viéndonos”. Para Marisol, aquellas chicas no solo compartieron entrenamientos. Compartieron una etapa, un cambio de época. “Yo me acuerdo mucho de ellas ahora. Porque veo las fotos y me acuerdo de todo”.

No todas llegaron a ser reconocidas. “En el deporte, muchas veces, quedan los nombres de las que suben, de las más top. Pero había muchas que estuvieron ahí, que entrenaron, que jugaron, que dieron todo. Y eso también hay que recordarlo”.

Ídolos y referentes

A Marisol el baloncesto le gustaba. Mucho. Pero no solo jugarlo: también verlo, seguirlo, emocionarse. “Yo soy del Real Madrid. Me ha gustado siempre”, dice con una sonrisa. “Íbamos a verlos con Juan Barba. Él se ponía abajo, que tenía sitio, y a nosotras nos subían arriba… los veíamos así de pequeños, pero ahí estábamos”.

Recuerda perfectamente a los jugadores de entonces. “Me encantaba Fernando Martín… qué pena lo que le pasó. Y Corbalán. Y toda la pandilla aquella. Todavía los veo. Porque me gusta muchísimo”.

La admiración iba más allá de la cancha. “Yo tenía un póster de Michael Jordan”, cuenta. Y cuando se habla de referentes, no duda: “A mí siempre me han gustado los deportistas. Siempre. De chica y de mayor”.

También recuerda haber visto partidos muy buenos en Madrid. “Había ambiente. Muy distinto a ahora, pero muy bonito. Nos movíamos para ver partidos. Nos gustaba el baloncesto de verdad”.

Y aunque no lo diga buscando ningún mérito, lo cierto es que ella también fue referente. Para muchas que vinieron después. Para las niñas que hoy entrenan en canchas cubiertas, con zapatillas de marca y fotos en redes. Para quienes un día, sin saberlo, empezaron algo grande con un balón y un cesto en un patio de tierra.

La mirada de hoy

“Yo he hecho deporte. He viajado. He vivido. Y todo eso lo empecé jugando al baloncesto”. Marisol Martínez no necesita épica para valorar lo que fue. Lo dice con naturalidad, con orgullo tranquilo. “A veces dicen ahora: “es que la mujer ahora, la mujer ahora…”. Pero yo ya en los años 60 viajaba, jugaba, estudiaba y trabajaba”. Mujeres luchadoras que empezaron todo, en el entorno que había.

Marisol Martínez / Clara Manzano
Marisol Martínez / Clara Manzano

Aun así, reconoce que el deporte ha cambiado. Y mucho. “Ahora hay pabellones, hay instalaciones impresionantes. Pero también hay más gastos. A nosotros no nos costaba nada. A los chicos ahora los padres los llevan a todos lados y se dejan mucho dinero. Antes no era así. No íbamos con uniformes nuevos, ni con zapatillas buenas. Jugábamos con lo que había. Pero íbamos muy bien. Íbamos contentas”.

También ha cambiado el ambiente. “Ahora la gente protesta mucho. Los padres protestan por todo. Antes no. Antes no se podía protestar. Había respeto. Y no solo en el deporte. En todo. Yo lo he notado mucho”.

Marisol no idealiza el pasado, pero valora lo vivido. Y aunque los tiempos sean otros, la satisfacción sigue siendo la misma. “Yo todavía hago gimnasia. No corro ya como antes, pero sigo. Me gusta. Siempre me ha gustado. Y cuando veo a mis nietas jugando, me emociono. Porque pienso: yo también empecé así. En un campo de tierra. Con un solo cesto”.

Lo que se queda

“Yo he vivido muy bien”, dice Marisol. No lo dice como quien hace balance, sino como quien se reconoce en lo que fue. En los campos de tierra, en las zapatillas finas, en las compañeras que ya no están, en los viajes a Toledo, Castellón o Málaga. En la voz de Juan Barba diciéndoles que no se quitaran el chándal. En la foto en la que se reconoce. En la pelota que aún bota en su memoria.

“Yo he hecho deporte. Y estoy orgullosa. No sé si he ganado o he perdido. Pero he vivido bien. Me han tratado bien. Y he estado rodeada de gente buena. Y eso, eso es lo que me queda”.

Marisol no reclama focos ni homenajes. Solo se alegra de que alguien recuerde que hubo un grupo de chicas que, en los años sesenta, salía a entrenar con frío y piedras bajo los pies. Que jugaba porque le gustaba. Que ganaba porque se lo creía. Que abría camino sin saberlo. Que fueron las pioneras.

Y que todavía hoy, cuando ve a sus nietas jugar, se produce el diálogo de la memoria y vuelve en su mente a los 15, a la tierra, con un cesto.

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