Como medio de transporte para trabajar, como vehículo familiar, para hacer deporte o para disfrutar, las bicicletas han sido desde hace 200 años un instrumento muy útil para relacionarse en la sociedad.
Si ahora cada vez son más ligeras y sofisticadas, antes fueron montadas en acero para pedalear los momentos más duros o más dulces de la vida: como soporte para transportar aperos del campo, herramientas de carpintero ambulante, de afilador, las cartas de Correos portadoras de malas o buenas noticias, amores, desamores, … o para el paseo de los amantes.
Este es el legado tan singular que los miembros del Club de Bicicletas Clásicas de Miguelturra guardan en sus ejemplares de bicicletas ‘vintage’, que restauran, miman y exhiben con una dedicación ferviente, a la vez que promueven la movilidad sostenible y fomentan la amistad entre ellos.
La curiosidad, el placer de la afición, la diversión de la reparación y los momentos de camaradería son los elementos que en poco más de un lustro han unido a una veintena de amantes del ciclismo en un círculo de amigos, cohesionado en torno a las bicis “con personalidad y una historia que contar”.
El entretenimiento ha pasado a ser casi una necesidad, explica a El Semanario de Lanza Pablo Palomares, tesorero del club, no tanto por el fin sino por los pasos intermedios en el proceso de restauración, desde la búsqueda de unidades únicas (hay anuncios en blogs y redes, además del boca a boca), algunas irreconocibles y casi irrecuperables, hasta el encaje de las piezas, la restauración de la imagen y la satisfacción de su puesta en circulación.
Palomares explica que el club, que posteriormente se convirtió en asociación, surgió como nacen los movimientos con corazón: “a través de las salidas de un grupo de conocidos en bicicleta que, poco a poco, empezó a crecer”. Es una actividad que engancha, pues “empezamos de manera individual y nos fuimos conociendo, con la suerte de que ahora somos todos amigos”.
De hecho, no es despreciable el lazo de amistad que han trabado Pablo, Luis, Héctor, Vidal o Ángel, de distintas edades y profesiones, con el pasatiempo común de rehabilitar bicicletas de los años 50, 60 y 70 “cargadas de historia”, alguna muy desvencijadas y en el chasis, que en vez de contrariarlos les permite el intercambio de piezas y el trasteo de la maquinaría de dos ruedas, sencilla y saludable para las personas.
Al parecer, hay un activo mercado de compraventa y ‘tráfico’ de accesorios, incluso los hallan entre coleccionistas y anticuarios. Es lo que en este mundillo se llama ‘síndrome de ciclógenes’. Y es que, según apuntan, ya no se fabrican bicicletas como aquellas emblemáticas de las marcas Orbea, BH y Derbi (antigua Rabasa), robustas y fiables.
La afición de los ciclistas de bicis antiguas de Miguelturra no es muy costosa, si bien puede llegar a los 600 euros el coste de la recuperación y montaje de una bicicleta clásica. Para ellos es un gasto “que no se nota” porque se alarga en el tiempo, y se compensa “con el cariño que tomas a estos vehículos, el placer de los encuentros y las actividades que organizamos”.
Palomares, con seis bicicletas, habla de la más antigua, llamada ‘Rogelia’, un ejemplar de los años 50 marca Iberia, propiedad del tío de su madre, el ‘tío Félix’, que llegó a sus manos en un estado “deplorable”.
Desde Albacete, a este perito tasador de seguros le llegó una réplica de la enseña americana Raleigh, que se fabricaba en China a finales de los años 40, bajo la marca Flying Pigeon, con doble barra, para soportar el peso de animales, un candado para bloquear la rueda, y la dinamo marca Elephan.
Otra bici emblemática es la última que ha restaurado, un ejemplar original de la Dirección General de Correos que utilizaban los carteros como medio de locomoción, que luce el cartel de la casa troquelado, y que apenas se mantenía en pie cuando la adquirió, al igual que otra de 1960 que le compró a un hombre de Saceruela, “que tiene su esencia y la personalidad que le dio su primer propietario”.
Todavía se ven trazos a brocha del primer titular, la maleta para transportar objetos y sueños, además de las placas de matriculación de tiempos en los que las bicis pagaban impuestos de circulación.
Lo vintage está de moda
Que está de moda lo vintage de este vehículo sostenible lo ponen de manifiesto otros de los entusiastas miembros de la asociación miguelturreña. Acuden a la cita con El Semanario de Lanza vestidos con atuendos típicos de la primera mitad del siglo pasado, que recuerdan a los hípster, y también con trajes de faena.
Luis Miguel Martín, trabajador de Cruz Roja de 57 años, viste blusa y boina de labrador manchego y en su bici no faltan las alforjas de esparto con los aperos y alimentos típicos con que enfrentarse a las duras tareas del campo de hace medio siglo.
Confiesa la satisfacción que le reporta la restauración de viejos modelos de bicis en los momentos de ocio que comparte con su nieto, Héctor Martín, de 19 años y estudiante del Grado de Historia en Ciudad Real.
El joven universitario recuerda el “engendro” que ideó junto a su abuelo para participar en uno de los bicipaseos del año pasado por el pueblo, “una especie de carro con una bicicleta que yo conducía y él propulsaba por detrás”, explica divertido.
El futuro historiador valora la importancia del medio de transporte más limpio con el medio ambiente, muy integrado socialmente pero poco usado en la movilidad urbana. Es más, en los traslados entre Ciudad Real y Miguelturra “debería tener más peso, pero hay poca concienciación”, lamenta, a la vez que destaca el papel de la asociación de ciclistas clásicos “que pone en valor la bicicleta como transporte y aumenta poco a poco su parque móvil”.
Por su parte, Vidal Espartero reitera el amplio y práctico uso de las bicicletas el siglo pasado en entornos de ciudades pequeñas y de pueblos como los de la provincia de Ciudad Real. “Se usaban para trabajar, para oficios como afilador, carpintero ambulante, correos y telégrafos, para subir a la mujer y los hijos, como un vehículo familiar, …”.
Este funcionario informático destaca la calidad de los materiales con que se construían las bicicletas hace un siglo, “muy superior a los de ahora, porque eran vehículos de trabajo y primaba la calidad a la estética, y ahora es al revés”, aduce.
Espartero tiene la bicicleta más antigua del grupo, un ejemplar de los años 30 no original pero restaurado con piezas auténticas. Lleva faro de carburo, cascabel como timbre, puños de madera, amortiguación de muelles en el sillín, freno de cuchara en la cubierta delantera propio de los primeros velocípedos, el trasero a contrapedal, un pequeño maletero de piel para portar herramientas, y las ruedas blancas.
“Es una preciosidad”, apunta.
Ángel Trapero es guardia civil y es otro de los ‘atrapados’ por la afición a las bicis antiguas para desconectar del ámbito laboral. Señala que hace unos ocho años empezó a interesarse y a montar bicis de los años 70 y 80 que cuida en una colaboración en red, pues “no entiendo tanto de mecánica como Pablo o Vidal, pero limpio y pongo aceite”.
Otra curiosidad es la bicicleta azul francesa, que lleva la placa con el nombre del dueño.
Actividades
Entre las actividades es la Asociación de Bicicletas Clásicas de Miguelturra está el encuentro que realizan en el Centro de Interpretación y Representaciones Escénicas, más conocido como CERE, a cuya quinta edición asistieron más de 70 personas de toda la provincia, e incluso de Valencia, Alicante o Toledo.
Otra de las citas de este club que está tomando dimensión es el tétrico-bici-paseo que organizan con niños en la noche de difuntos, en la que, entre otras paradas, visitan el cementerio “con todo el respeto”, y leen historias de miedo, para acabar con la degustación de boniatos, patatas asadas y castañas.
Este año, los participantes se pondrán pintar la cara, a cambio de un donativo en beneficio de la ONG ‘Sonrisas y montañas’.
En Navidad realizan una ruta a dos ruedas por los belenes, así como en la Cabalgata de Reyes abren el cortejo como carboneros reales, además del día de la bicicleta, donde tienen un protagonismo especial.