Generaciones de españoles han vivido cada mes de diciembre con la música de ‘Vuelve a casa por Navidad’ como telón de fondo. La imagen del reencuentro entre familiares y amigos salta a la mente cada vez que alguien evoca la Nochebuena y la Nochevieja, pero la letra que ha acompañado al anuncio de la marca de turrones El Almendro desde los años 80 en demasiadas ocasiones es un sueño difícil de alcanzar.
Aqa, Said, Tuba, Hosna, Zoraida, Paola y Nathalia, cuatro refugiados afganos y tres colombianas solicitantes de protección internacional que viven en Ciudad Real, abren las puertas de su casa en una Navidad que va a ser para todos muy diferente, por la tradición, la cultura, el entorno y hasta el clima. Para algunos será la primera que pasen alejados de su país. En su nuevo hogar ahora forman una familia dentro del sistema de acogida e integración que gestiona Fundación Cepaim.
Un año desde que “llegamos acá”
La mesa del salón está llena de platos, con cacahuetes, almendras, nueces peladas, uvas secas y unas galletas que recuerdan al barquillo. Los afganos tienen como tradición ofrecer a los invitados frutos secos, fruta fresca y dulces. En la mesa hay un mantel con guirnaldas y Papás Noel, que Zoraida ha decorado con flecos rojos y unas pasamanerías en dorado. También está puesto el árbol, que decoraron Paola, Tuba, Hosna y Nathalia.
El calendario marcaba el 15 de noviembre cuando Zoraida Pineda pisó con sus dos hijas Madrid en 2019. Vienen de Bucaramanga, la capital del departamento de Santander en Colombia, y tras pasar 10 días en Madrid llegaron a Bilbao donde tenían una amiga. Si ya es difícil desembarcar en un país en condiciones normales, les pilló la pandemia, el País Vasco era caro y el euskera difícil. Así acabaron en Ciudad Real en septiembre de 2020. “Todo fue por casualidad. Mis antiguos jefes tenían unos conocidos y llegamos acá”, explica Zoraida.
En Afganistán “no nos podíamos quedar”
Nunca habían oído hablar de Ciudad Real. Barcelona y Madrid eran las pocas ciudades que conocían de España. Los afganos aterrizaron en la base de Torrejón de Ardoz el 26 de agosto de este 2021 en uno de los aviones que fletó el Ejército del Aire en Afganistán. Zoraida prefiere mantener en la intimidad las causas que la llevaron a salir de su país, pero los afganos lo afirman con rotundidad: “huimos de la guerra”.
Proceden de Herat, la segunda ciudad más grande de Afganistán. Sayed Aqa Hekmati, que hace de traductor de su hermano Said Abdul Halim Joya, la mujer de éste, Tuba Joya, y su cuñada, Hosna Hekmati, explica que desde hacía años trabajaban para el Ejército Español como electricistas. Cuando los talibanes se hicieron con el control del país, “todo cambió y todo empezó a ser muy peligroso”. “No nos podíamos quedar. Allí no hay vida”, añade.
Los cuatro forman parte del grupo de 34 refugiados afganos -18 hombres, 12 mujeres y 4 menores- que llegaron a Ciudad Real a finales del verano en la “acogida exprés” más importante de la historia reciente de España. Contactó con ellos la Embajada, en 4 días estaban en Kabul, hicieron escala en Dubái y de ahí al campamento de Madrid. Entre ellos también está la mujer y el hijo de Aqa.
Recuerdos de Colombia: de la Noche de las Velitas a la Nochebuena en el Coliseo
Unas velas rojas presiden la mesa y Zoraida explica que cada 7 de diciembre los colombianos salen a la calle y colocan velas en los balcones “por los seres que están lejos, por los que han partido”. Con emoción comenta que la Fiesta de las Velitas está “llena de alegría, de sentimiento y de ausencia”, y en ella pregonan al viento sus deseos de “salud y prosperidad”. Desde la distancia mira a su país y no puede contener las lágrimas al hablar de su tercer hijo, Fabián David, un joven de 21 años al que espera traer a España.
Aunque con más grados de temperatura que la española, unos 38, la Navidad colombiana tiene mucho que ver con la de aquí. El belén, los regalos, el árbol, las luces: todos estos símbolos están presentes. El día de Nochebuena, la gente de la ciudad vuelve a las zonas más rurales y a las diez sirven la cena: natillas caseras y buñuelos, unas bolas de harina con queso que están “riquísimas”. Este año los quiere hacer y espera conseguir los ingredientes.
Luego todos van para el Coliseo, una especie de cancha deportiva que hay en el centro donde se juntan todos, “vecinos y no vecinos”, pues el pueblo está lleno. Hay personas que dan en la calle “una vueltica con la maleta” para que el año vernidero venga plagado de viajes y otros queman un muñeco lleno de pólvora “para dejar todo lo malo atrás”. Al otro día van del paseo al río, donde las jóvenes se bañan a pesar de que el agua está helada, “como si saliera de la nevera, porque viene del Páramo”. Comen sancocho de gallina y los niños juegan con los regalos que les ha traído no Papá Noel, sino el Niño Dios.
Las luces de Navidad, todo un espectáculo para los afganos
Para el grupo de afganos la Navidad española es todo un espectáculo, nunca habían visto algo parecido. ¿Os gusta la decoración en las calles y las luces de Navidad? Son “fenomenal”, exclama Hosna, y todos se ríen. Aqa comenta que sabían algo de la celebración por los militares españoles en Afganistán, pero ha sido una novedad total. “Para nosotros es algo totalmente nuevo, porque son culturas muy diferentes”, afirma.
Pese a que para ellos el año nuevo comenzará en el próximo verano, 1444 en el calendario musulmán, éste pretenden incluso tomarse las uvas en Nochevieja. “Lo haremos para probar”, afirman. Said explica que para ellos Eid-e-Ghorban, la Fiesta del Sacrificio, también es un momento de encuentro. Las familias matan un cordero: el animal mira hacia La Meca y dejan que el cuerpo expulse la sangre para que la carne sea considerada halal.
Clases de castellano y cursos de formación: el objetivo es encontrar trabajo
La vida de los refugiados afganos era acomodada. Aqa y Said tienen estudios universitarios, y ellas terminaron el instituto, incluso Tuba tenía intención de estudiar medicina, pese a que ahora, advierten, “con los talibanes las mujeres no pueden ir ni al colegio ni a la universidad”. Su vida les cambió de un plumazo y ahora no les queda otra que estudiar castellano.
Hasta que no pasen seis meses desde la solicitud de protección internacional no podrán empezar a buscar trabajo. El resguardo de esta solicitud con su número de identificación les ha abierto los servicios de la ciudad, han obtenido la tarjeta sanitaria y han podido abrir una cuenta bancaria. Ahora bien, el Ministerio del Interior es el que concede el estatuto de refugiado y la tarjeta de residencia que les dota de los derechos que puede tener cualquier ciudadano. “Queremos empezar a trabajar cuanto antes”, expresa Aqa.
Hablan darí, un dialecto del persa, y como su lengua tiene una grafía diferente lo primero que han tenido que afrontar es aprender el abecedario. La casa está llena de etiquetas, las puertas, los cuadros, la nevera, y van tres días a la semana a clases de castellano con Arelys Guerra en Cepaim. Ahora están con las partes de una vivienda y dice la profesora que son muy aplicados.
En la casa no son los únicos que estudian, pues Zoraida hace un curso de auxiliar sociosanitario a través de la Junta de Comunidades, una vez que le han homologado el título de Bachillerato. Entre tanto hace arreglos de ropa y ya ha realizado otros cursos de atención al cliente y de ayudante de cocina. “El objetivo principal es conseguir un empleo. Yo no paro”, admite. Por sus tres hijos, la colombiana se levanta cada día.
Sus hijas, Paola y Nathalia Toledo, estudian primero de Bachillerato y cuarto de la ESO. Les ha costado coger el ritmo, porque, según explican, “en España el estudio es más intenso”, pero su madre dice que “se esfuerzan bastante, madrugan y trasnochan si es necesario con tal de no quedarse atrás”. A Nathalia le gustan las mates y a Paola le apasiona el dibujo técnico. Asegura que quiere ser arquitecta.
El buen paladar facilita el intercambio cultural
El parque de Gasset, la plaza Mayor, la plaza del Pilar. Hosna, que ha descubierto con interés la música española, enumera los lugares que conoce de Ciudad Real, y Tuba, que prefiere bailar y leer literatura romántica, celebra lo tranquila que es la capital. Esa misma tranquilidad les llamó la atención cuando llegaron en pleno agosto vacacional y les preocupó por las opciones de empleo que podría tener una ciudad con tan poca actividad.
“Ciudad Real, muy bien, me gusta mucho. La gente está muy tranquila. No hay guerra”, dice Said. A él le encantaría saber español, porque comenta que quiere decir “muchas cosas”, además de traducir la música de su país para que los autóctonos la escuchen. Él va la piscina a nadar, ama la poesía y se propone montar un negocio.
El intercambio cultural existe, dentro de la misma casa y con el exterior. Said habla de la pizza, quizás porque en su país ya colaboró con los italianos. A Tuba le encanta que haya tanta variedad de pescado en los mercados. Y Aqa, que es aficionado al cine documental, dice que ha probado la paella con gambas. Ellos comen mucho arroz, pero cocinado muy diferente, “y con muchas especias”, añade Zoraida.
El paladar sirve de puente entre culturas. La colombiana ya ha probado el pincho de pollo con verduras que cocinan sus compañeros de piso, que según insiste, “comen muy sano, con mucha verdura”. Ella elabora comida de su tierra, pero también garbanzos y lentejas. A sus hijas les chifla la hamburguesa, el cocido y, cómo no, la tortilla española.
En la capital, Paola y Nathalia son felices, “están bien acopladas”, porque les gustan las ciudades pequeñas y “la atención médica es buena”. Las niñas han visitado la biblioteca, la plaza de Correos, el Torreón, han ido al cine, quieren patinar en la pista de hielo, y les encanta el árbol de Navidad del centro y las luces que cuelgan de los árboles del Pilar. ‘La casa de cera’ está entre las películas preferidas de Paola y Nathalia prefiere el cine de Marvel, los libros de suspense y montar en bici. Su madre tararea baladas de los años 80 y 90, y mientras habla de sus aficiones reconoce que en todo este largo camino les ha ayudado mucha gente y “la calidad humana ha sido excelente”.
En el Año Nuevo los deseos están con los familiares que siguen lejos
¿Os quedarías a vivir en Ciudad Real? Zoraida reconoce que en Colombia todavía tiene “un pedacito” de sí, su hijo, al que espera ver pronto. “Pero no, me quedaría en Ciudad Real, la tranquilidad que tengo aquí no la tenía allá”, afirma. De buenos deseos está plagada la Navidad y las dos familias de refugiados que han abierto las puertas de su nuevo hogar para Lanza están muy ligadas a sus seres queridos.
Aprender bien castellano para trabajar y comunicarse está entre los deseos para el Año Nuevo del grupo de afganos, aunque sus mentes están con la familia que han dejado atrás en Afganistán. Un hermano de Aqa y Said quedó atrapado en Kabul el mismo día que explotó la bomba en los alrededores del aeropuerto durante la evacuación por parte de las fuerzas extranjeras. Ahora lo único que desean es traerlo, al igual que a sus padres, ya sea por Irán o por Pakistán. “Solo pensamos para ello”, admiten.
Eso sí, entre agradecimientos a los trabajadores de Cepaim, incluidas Aureyls Guerra y la técnica de acogida Mara Ponce que les acompañan en la entrevista, los afganos admiten que ante todo preferirían el fin de la guerra en su país y poder volver a su tierra para recuperar sus pertenencias. Al final, vivir en paz es el deseo de todos para 2022.