En las clases del profesor Don Ruperto Villaverde, maestro de escuela en un pueblo pobre, fue donde Mónico Sánchez (1880-1961) descubrió su inquietud por la electricidad, por estudiar y participar en la investigación de los fenómenos físicos relacionados con la modernidad. Nadie imaginó el futuro de aquel hijo con mente curiosa de padre tejero y madre lavandera, a la que ayudaba a cargar ropa hasta el río Bullaque.
Múltiples son las referencias que existen en la hemeroteca sobre la “voluntad inquebrantable” de aquel joven que partió a Fuente el Freno para ser “chico de los recados” y después saltó a San Clemente para trabajar de dependiente en una tienda de ultramarinos, antes de establecerse por su cuenta. Su siguiente proeza fue viajar en 1899 a Madrid para gastar sus ahorros en un curso por correspondencia de ingeniero eléctrico en inglés, pues a la escuela de ingenieros no pudo acceder porque carecía de estudios básicos.
El viaje a Nueva York
El desconocimiento del idioma no le impidió profundizar en el conocimiento de la electricidad, ni cruzar el charco. Así, orientado por el profesor Joseph Wetzler y acompañado por un primo que durante años fue “su segundo de abordo”, Mónico Sánchez llegó a Nueva York en octubre de 1904 para continuar sus estudios en el Electrical Engineer Institute. Llevaba consigo solo 60 dólares, “el equivalente a unos 2.000 actuales”, que le daban para pasar un tiempo antes de empezar a trabajar.
En menos de cinco años, señala el profesor Juan Pablo Rozas, el joven Mónico Sánchez pasó “de ser un inmigrante más entre los miles que diariamente llegaban a Ellis Island, a ser un cotizado inventor e ingeniero”. El profesor británico Wetzler, que estaba muy bien relacionado, le consiguió su primer trabajo como delineante y posteriormente como oficial electricista, que lo compaginó con los estudios en la Universidad de Columbia, donde obtuvo “las más altas calificaciones” y logró el título de ingeniero en tan solo tres años. También se especializó en la investigación de condensadores y bobinas de inducción.
El siguiente paso fue trabajar para la compañía Foote Pierson como fabricante de equipos para el telégrafo, utilizado por las compañías ferroviarias. En esta época inscribió su primera patente, el Puente de Wheatstone-Sánchez, un antecedente del polímetro para medir resistencias.
Todo no quedó ahí, pues poco después pasó a la compañía Van Houten & Ten Broeck como ingeniero jefe mediante concurso por sus conocimientos de devanados y aislamientos eléctricos, y ahí es donde sus trabajos empezaron a orientarse hacia la electromedicina, que marcaría su vida. Entonces fue cuando inventó el famoso aparato portátil de rayos X y corrientes de alta frecuencia.
Las compañías se rifaban a científico de Piedrabuena
La cosa siguió, pues da la impresión que las grandes empresas se rifaban a Mónico Sánchez. La siguiente compañía en ponerle el ojo fue la Collins Wireless Telephone, de Archie Frederick Collins, el inventor del primer teléfono inalámbrico –podía transmitir a 130 kilómetros de distancia, pero se incendiaba a los 15 minutos-. Lo contrató como ingeniero en la sede de Nueva Jersey y se comprometió a fabricar y comercializar el aparato de Sánchez bajo la marca Collins-Sánchez. Así fue como Mónico y su aparato llegaron a la III Exhibición de la Electricidad en el Madison Square Garden de Nueva York, cuya foto se ha hecho tan famosa. Trajeado, Mónico Sánchez tiene a su izquierda el stand de la poderosa General Electric de Thomas Edison y más atrás sobresale otro de la Westinghouse Electric de Nikola Tesla.
Esta compañía después pasó a llamarse Continental Wireless Telephone & Telegraph y los nuevos dueños ofrecieron a Sánchez 500.000 dólares para hacerse por la patente de la máquina de rayos X portatil, cantidad a abonar en acciones. Él rechazó la oferta, la compañía quebró por un fraude, y al final Mónico Sánchez fundó la Electrical Sánchez Co con sede en Nueva York. Siempre fue “un gran admirador de la vida americana, el valor del esfuerzo personal”, y a eso respondieron sus continuos deseos de superación.
Tras ser recibido por todo lo alto en el V Congreso de electromedicina y electroterapia que acogió Barcelona en 1910, con sus equipos distribuidos en aquel momento en España por los hermanos Edmundo y José Metzger, y las numerosas ofertas de trabajo, Mónico Sánchez finalmente decidió instalarse en el país y volvió a sus orígenes, a Piedrabuena, “dispuesto a impulsar el desarrollo que había visto en América”.
La vuelta a sus raíces
Entonces fundó la European Sánchez Eléctrical, asentada no en Madrid, Barcelona o Bilbao, sino en un pueblo que ni siquiera tenía suministros básicos. Antes de empezar a trabajar, y mientras que montaba una especie de laboratorio en un ala de la casa familiar en la calle Tercia, tuvo que construir una central eléctrica y traer agua potable desde Pilar Nuevo. En Piedrabuena además se casó con Isabel González, tuvo seis hijos, y estuvo implicado en la vida social, política y económica de la provincia. Fue presidente de la Cámara de Comercio de Ciudad Real y concejal de Piedrabuena.
Así dejó los rascacielos de la gran manzana, aunque, como destacan sus nietos, Isabel, María José y Eduardo Estébanez Sánchez, en un folleto editado por el Ayuntamiento de Piedrabuena y que recoge diferentes artículos de expertos en el centenario de la construcción del laboratorio, “América fue su paraíso, la tierra donde pudo cumplir sus sueños: allí estudió electricidad, se formó como ingeniero, se relacionó con las figuras más relevantes del desarrollo científico y tecnológico del momento, realizó sus principales inventos y se hizo empresario”.
Tras el cierre, el laboratorio pasó a ser fábrica de hielo, cooperativa de carpinteros y ebanistas y escuela. En la actualidad, en los mismos terrenos está el colegio público Miguel de Cervantes, el centro de salud y el centro cultural. La mayor parte de su legado está en el Muncyt. En Piedrabuena queda el busto y el instituto lleva el nombre del inventor. Asimismo, el 140 aniversario de su fallecimiento acunó la publicación de la biografía novelada ‘El rayo indomable’, escrita por el periodista Manuel Valero y su nieto Eduardo Estébanez.