El 24 de octubre se celebra el Día Internacional de las Bibliotecas, una jornada que reivindica estos espacios como lugares vivos, motores de cultura y encuentro. En Herencia son muchísimas las actividades que se celebran constantemente en la biblioteca Miguel de Cervantes pero hay una en particular que destaca por su longevidad y originalidad. Se trata de Pipiripao, un programa de promoción de la lectura que ha logrado tejer una auténtica comunidad lectora en torno a los cuentos.
La iniciativa, impulsada por la bibliotecaria Ana Fernández-Conde Díez junto al narrador y escritor Félix Albo, nació como una propuesta singular: acercar la literatura infantil no solo a los niños, sino a los adultos que la acompañan. “El Pipiripao surge a través de Félix, que sabe muchísimo sobre literatura infantil. Se le ocurrió la idea de poner en marcha un programa que tuviera que ver con la literatura infantil, pero no tanto enfocado en los niños, sino en los adultos como mediadores”, explica Fernández-Conde.
Lo que comenzó como un experimento se ha consolidado en una actividad esperada cada año por maestros, padres y amantes de los libros. “Me contó un poquito la dinámica, me gustó mucho y pusimos en marcha la idea”, recuerda la bibliotecaria.
La primera edición se planteó casi como un proyecto piloto, publicitado entre los colegios y las familias que acudían con frecuencia a la biblioteca municipal. Trece años después, Pipiripao sigue creciendo y ha generado su propia ‘tribu lectora’.
Ver los libros con otros ojos
El proyecto Pipiripao se desarrolla cada cinco semanas y tiene una duración total de cinco sesiones a lo largo del año, que comienzan en octubre y son coordinadas por Félix Albo. En cada una de ellas se presentan quince títulos de literatura infantil y juvenil, cuidadosamente seleccionados. Los participantes los leen, los comparten y los analizan en grupo, con una mirada que va mucho más allá del simple disfrute.
“Félix nos enseña a tener una mirada particular hacia la ilustración: nos enseña a ver qué cuenta la tipografía, cómo se organiza el texto con la imagen. Vas educando la mirada y acabas viendo los libros de otra manera diferente”, comenta Ana
Durante el ciclo, los ejemplares se rotan entre los participantes: tres lotes de libros circulan entre los hogares y aulas de Herencia. Allí, los adultos los comparten con su “tribu lectora”: hijos, alumnos o niños del entorno. Después, el grupo se reúne para comentar la experiencia: cuáles funcionaron mejor, qué reacciones provocaron, qué temas sorprendieron o cuáles generaron debate.
La dinámica es sencilla, pero su impacto, profundo. “Es curioso cómo cambia la percepción según los niños a los que se les lea”, cuenta Ana. “Hay libros que crees que no van a gustar y les encantan, o al revés. Los pequeños se dan cuenta de cosas que tú no habías percibido. El álbum ilustrado es un mundo entero: todo cuenta”.
Leer por el placer de hacerlo
Aunque Pipiripao incluye propuestas escénicas, plásticas y literarias para acompañar las lecturas, no se trata de un curso con ‘deberes’. “Al principio poníamos fechas para hacer cada actividad y la gente se agobiaba”, reconoce Fernández-Conde. “Este es un proyecto que pretende ser de puro disfrute. No merece la pena organizarlo como un curso formativo donde tienes que hacer las cosas en el tiempo que te marcan. Aquí se trata de disfrutar leyendo”.
El éxito radica en esa libertad: cada participante adapta las lecturas y las actividades a su ritmo, convirtiendo el programa en un espacio de encuentro y descubrimiento más que en una obligación.
Félix Albo, el corazón del proyecto
La bibliotecaria subraya el papel decisivo del narrador: “El papel de Félix en esto es muy, muy importante. Yo soy la bibliotecaria y es una actividad que se hace en mi biblioteca, pero quien lleva la actividad adelante es él. Hace la selección de libros, los compra, propone las actividades y coordina el desarrollo del taller”, explica Ana.
La biblioteca, por su parte, se encarga de la difusión, la logística y la gestión de los lotes, con la colaboración de los propios participantes. La financiación se reparte: una parte la cubre la biblioteca y otra los inscritos. “No es fácil conseguirlo en una biblioteca pequeña como la de Herencia, pero sin duda merece la pena. Hay implicación, claro: trabajar en sábado, coordinar los intercambios… Pero cuando piensas que la actividad merece la pena, todas esas cosas se pelean y se sacan adelante”.
Una comunidad lectora diversa y viva
Este año participan maestras, educadoras y también varios hombres, algo que Ana celebra especialmente. “Llevábamos tiempo sin tener hombres en el grupo y está muy bien que también quieran apuntarse y tengan esa sensibilidad. No hace falta ser educador: hay gente que simplemente es madre o padre y le gusta la literatura infantil”.
Lo que une a todos, destaca, es la convicción de que los cuentos no son solo cosa de niños. “Es gente que tiene inquietud, que considera que la literatura infantil tiene valor suficiente como para ser tenida en cuenta y para aprender de ella”.
El programa ha dejado huella en la biblioteca y en el pueblo. “Ha pasado que familias que participaron cuando sus hijos eran pequeños siguen viniendo y preguntan por los libros del Pipiripao. Al final se crea una sensibilidad, una semillita que ya está sembrada”, afirma Ana.
De hecho, la biblioteca ha tenido que crear una sección específica de libros del Pipiripao, debido a la demanda de los pequeños. “Las profes los usan en clase y los niños vienen preguntando por ellos. Antes los colocábamos por editorial o autor, pero no era práctico. Ahora los libros del Pipiripao tienen su propio espacio”, explica.
Donde los libros cobran vida
El Día de las Bibliotecas recuerda que estos espacios no son solo lugares donde se guardan libros, sino donde los libros cobran vida. En Herencia, el Pipiripao es una prueba de ello: un taller que ha convertido a los adultos en mediadores, a los niños en cómplices y a la biblioteca en el corazón cultural del pueblo.
Y es que trece años después, el Pipiripao sigue creciendo y dejando huella en quienes participan. De su espíritu comunitario han nacido otros proyectos como el festival ‘Herencia de las Palabras’, que cada otoño convierte la biblioteca en un lugar de encuentro para narradores, lectores y vecinos. Porque en Herencia, los cuentos no solo se leen: se comparten, se escuchan y, sobre todo, se viven.
