Los siglos han sumado en esta tierra, centro neurálgico de la historia de España, la fuerza del paso de civilizaciones: los pueblos prehistóricos, los romanos, visigodos, musulmanes, el esplendor cristiano y el imperio que dominó el mundo conocido durante siglos han convertido a sus pueblos y ciudades en un destino inolvidable con una envidiable riqueza.
Castilla-La Mancha es mucho más que sus lugares imprescindibles que atraen a visitantes de todo el mundo. Obvio es que Toledo y Cuenca son dos destinos que no deben faltar en todo viajero que se precie.
Poco se puede decir de la capital regional que no se haya dicho y escrito: estamos ante una de las ciudades más bellas del mundo, un portentoso casco histórico que encierra más de 2.000 años de historia y una riqueza artística incomparable. Por su parte, Cuenca, asomada a las hoces del Júcar y el Huécar, colgada desde la pared que la sustenta, invita desde su percha a transitarla con calma, degustarla y llevársela prendida.
Además de a estas dos ciudades Patrimonio de la Humanidad, el viajero puede y debe sumergirse los pueblos y ciudades con encanto que salpican toda la geografía castellano-manchega. Desde las sierras más agrestes hasta las planicies manchegas. El listado es espectacular, amplio y variado.
A modo de ejemplo y conscientes de que habrá lugares que queden en el tintero, son auténticas joyas municipios como Alcaraz, Letur, Riópar o Alcalá del Júcar en la provincia de Albacete; Sigüenza -que opta a estar pronto en el selecto grupo de ciudades Patrimonio de la Humanidad¬-, Atienza, Hita, Brihuega, Mondéjar, Pastrana, o los pueblos de la Arquitectura Negra en la provincia de Guadalajara; Alarcón, Uclés, Belmonte o San Clemente en Cuenca; Villanueva de los Infantes, Almagro o Campo de Criptana en la provincia de Ciudad Real; y Consuegra, Oropesa, Tembleque, u Ocaña en la de Toledo. Sin olvidar de dedicar algún tiempo para visitar las otras capitales de provincia Albacete, Guadalajara y Ciudad Real y singulares ciudades como Talavera de la Reina y Puertollano.
Además, hay en la región rincones dispersos, aislados, con esa magia especial de lo desconocido, que no defraudan, y que encierran una delicada riqueza patrimonial. Algunos ejemplos de ello son la iglesia de San Juan Bautista en Alarcón (Cuenca) con sus espectaculares pinturas murales que le han valido el reconocimiento de la UNESCO; la iglesia de Santa María de Melque en San Martín de Montalbán (Toledo), un auténtico tesoro de origen visigodo; la ermita de Santa Coloma en Albendiego (Guadalajara), con su sobrio estilo románico; la ermita de Nuestra Señora de Belén en Liétor (Albacete) y sus exquisitas pinturas del siglo XVIII; o el monumental Monasterio de Uclés (Cuenca).
El pulso de la historia del corazón de la Península Ibérica se deja sentir en todos estos puntos que representan auténticos viajes en el tiempo que se convierten en pequeñas aventuras históricas en el caso de los castillos y fortalezas que se levantan en sobrecogedores parajes por todos los rincones de Castilla-La Mancha.
Esta tierra rezuma pasados encantadores y sorprendentes, como lo transmiten las seculares piedras de los parques arqueológicos de la región: Segóbriga, una de las ciudades mejor conservadas de lo que fue la Hispania romana; Carranque, con una fabulosa colección de mosaicos romanos; Alarcos-Calatrava, entre cuyos muros todavía resuenen los ecos de la Reconquista; y Recópolis, un tesoro de la cultura visigoda.
Además de Toledo y Cuenca, Castilla-La Mancha cuenta con otros dos estandartes Patrimonio de la Humanidad: el Parque Minero de Almadén y las pinturas rupestres del Arco Mediterráneo. El primero ofrece un excitante viaje a los secretos mejor guardados de las minas más antiguas del mundo, que comenzaron a ser explotadas por los romanos. Por su parte, las pinturas rupestres del Arco Mediterráneo se suceden por espectaculares cuevas y abrigos en las serranías de las provincias de Cuenca, Albacete y Guadalajara.
El selecto grupo de Patrimonio de la Humanidad de Castilla-La Mancha lo completan las cerámicas de Talavera de la Reina y Puente del Arzobispo -una tradición asentada desde hace seis siglos y que mantiene activos todavía hoy más de 40 talleres en las dos localidades toledanas-; y las tamboradas de Tobarra, Hellín y Agramón que configuran un ambiente sonoro, festivo, fascinante y cargado de emoción.
Y como prácticamente sinónimo de Castilla-La Mancha, no se puede olvidar el Quijote y su Ruta por el lugar del que no quiso acordarse Cervantes, La Mancha y todos sus alrededores. Blancos molinos, llanuras de horizontes infinitos, antiguas ventas, pueblos encalados, viñedos sin fin y singulares humedales ofrecen al viajero un variado y rico abanico de posibilidades para hacer del camino una experiencia inolvidable.
La riqueza patrimonial y natural de esta ruta se descubre a cada paso en el Alcaná de Toledo; en las planicies y cielos azules recortados por los molinos de Consuegra, Mota del Cuervo o Campo de Criptana; en los blancos muros de El Toboso, tierra de Dulcinea; en la Cueva de Montesinos de Ossa de Montiel; en las bellas Lagunas de Ruidera; en las ventas, como la de Puerto Lápice; en los Campos de Calatrava y Montiel; en las tierras próximas a Sierra Morena… Lo mejor para conocer a fondo estos rincones es guardar en el equipaje un ejemplar de la novela. Será la mejor guía para disfrutar de este recorrido literario-turístico por Castilla-La Mancha.
Y tras la ruta, sea cual sea el destino elegido, al viajero puede tener la certeza de que nunca fallará a la hora de comer y beber y en cada rincón le espera la sorprendente gastronomía castellanomanchega, con sus excelentes vinos, y una oferta hostelera cercana, variada, y de calidad.