No se puede entender la profesión de fotógrafo en España sin un pionero como él. Agarró su primera cámara de fotos siendo imberbe chaval de 16 años, para más de sesenta años después, seguir anclado a los disparos que ahora salen de su Iphone 13, “porque la tecnología y la velocidad con la que sucede todo, nos ha hecho que ahora sea así. Una cámara no la llevas colgando todo el día, pero el teléfono siempre va en nuestros bolsillos”.
Eso ha provocado que ahora haya millones de fotografías cada minuto, en cada rincón del mundo; instantes que antaño se perdían en recuerdos incapaces de sobrevivir a la presión del presente. “¿Ahora hay más fotografías? Sí. ¿Todo el mundo hace buenas fotografías? Es evidente que no, pero nos permite saber más de cuanto nos rodea, porque antes era imposible tener tantos ojos y tantos fotógrafos disparando al mismo tiempo que las cosas sucedían. No se podía llegar”, relata un César Lucas que se siente cómodo adaptado a las nuevas tecnologías, en las que bucea cada día.
La pausa en su discurso la dicta el encuadre que acaba de presentarse ante sus ojos, seduciendo a una mirada experta que está acostumbrada a contar y que ahora se fija en la segunda planta del Museo Cristina García Rodero, mientras compañeros de profesión pululan inadvertidamente entre las fotografías a color que alguna vez hizo y que ahora sirven como decorado para las que hace desde su teléfono para inmortalizar ese momento de preestreno. Quizás esa discreción, esa forma de trabajar sin hacer ruido, sea una de las claves del buen fotógrafo, captar todo mientras se pasa inadvertido, como un objeto innegociable en una escena que, sin embargo, no ocupa el espacio protagonista que no le corresponde.
Mientras ellos miran y se trasladan a esos momentos de la historia que se entrecruzan entre cada fotograma enmarcado, él sigue disparando, inmortalizando los instantes como tantas otras veces ha hecho a lo largo de vida. “Aquí no hay un orden cronológico”, dice sobre la forma en que están situadas las imágenes de la exposición. “Hay fotografías de los años setenta y fotografías de hace menos de un lustro”, explica Carlos; demostrando que el tiempo a veces carece de distancias, sobre todo cuando forman parte de lo mismo, del relato de un pionero que sin saberlo inmortalizó la historia.
Cada pocos segundos llegan a su lado algunos de los protagonistas que dan vida a la colección de más de cien retratos de colegas de profesión que ocupan la primera planta del García Rodero, que en su mayoría han sido algo más que eso. El gran hueco es el de su hijo César, uno de los grandes fotógrafos de la generación que falleció en mayo de 2020 y cuyo recuerdo inunda sus ojos de lágrimas. “Él no está aquí y tendría que haber estado”; una afirmación que va más allá de la colección de retratos y que irradia el vacío que dejó entre sus padres y compañeros de profesión.
De vez en cuando, los pasos se entrecortan para dar un abrazo y escuchar felicitaciones que se construyen con frases distintas pero que en el fondo, son iguales: llenas de afecto sincero, de gratitud por las enseñanzas recibidas. Eso se palpa en la forma en que lo miran, con las pupilas brillantes, mirándolo de frente, sonriendo como se hace cuando la persona a la que admiras te hace sentir como en casa.
En este día de atender a tantos, “el maestro” como todos lo llaman, saca un rato para charlar con Lanza, en uno de esos bancos impregnados de barniz que brillan en los pasillos de un museo cualquiera que, en el caso de Puertollano, lleva el nombre de una de las alumnas más aventajadas de cuantas ha tenido a lo largo de esta tira de años, que no se traducen en arrugas surcando su rostro, porque César podría pasar por un chaval al que le quedan treinta años de hipoteca y cuarenta y cinco años por delante para cotizar.
Una de las mayores paradojas a las que se enfrenta un fotógrafo con su trayectoria es la de intentar resumir su vida en una imagen. “No hay foto que resuma mi vida, ni una foto favorita. Cada fotografía tiene una historia emocional, unos recuerdos y albergan muchas emociones que no se pueden explicar. Es muy difícil escoger una fotografía que sirva para resumir esto”.
Tampoco entre las imágenes de su legado familiar existe un solo instante al que querer volver una y otra vez. “No puedo quedarme sólo con una. A veces me han preguntado cuál es mi foto favorita y realmente no tengo ninguna”, expresa César Lucas, al que sobrevuelan recuerdos tratando de decantarse finalmente por alguna de ellas, pero pronto desiste en esa búsqueda de fotogramas mentales, para quedarse con todas; porque todas cuentan lo que ha sido.
Pero si hay un recuerdo que no puede saltarse en esta historia, es la figura de aquella chica, hermana de un amigo suyo, que tenía un laboratorio para revelar fotografías en casa. “La primera vez que vi cómo era todo el proceso de revelado me quedé enganchado a esa especie de magia que hacía que saliesen imágenes de un papel remojado en un líquido extraño”.
En esa afición temprana por la fotografía también hubo un personaje clave, Ramón Masat, que por entonces publicaba en La Gaceta Ilustrada. “Hacía unas fotos cojonudas -del verbo cojear-, capaces de trasladarte a lugares y momentos que verdaderamente te hacían soñar con querer estar ahí”.
Esa conexión de elementos en la mente de un adolescente con ganas de descubrir el mundo, hicieron que aquella afición se convirtiese en un trabajo. “En casa encontré una cámara que tenía mi padre con un rollo de nueve fotos y con ella me iba al Retiro, que entonces lo veía como un escaparate idílico para hacer fotografías”. La primera foto que le publicaron era la de un australiano que estaba dando la vuelta al mundo en bicicleta. Disparó lo mejor que supo y enfiló dirección a ABC para contar lo que había captado. Aquella noche sus ojos se iluminaron cuando en las páginas centrales aparecía aquella historia, que él había rescatado en Madrid para contársela al mundo.
Un par de años después, en 1959, cuatro días después de cumplir los 18 años, César recibió la llamada del periodista Antonio Olano, para avisarlo de la llegada del Che Guevara a Madrid. Juntos se trasladaron hasta el aeropuerto donde recibieron al guerrillero para acompañarlo por su visita exprés a la ciudad. “En realidad hizo parada en Madrid porque no había vuelo directo hasta donde se dirigía. Tuvo que parar en la capital de España y nosotros estuvimos ahí para aprovechar la oportunidad y contar un acontecimiento que era histórico”.
El resto de aquella anécdota, con la que todavía sonríe, es una serie de fotografías que forman parte de la historia. Lo que casi nadie sabe, relata, es que “la fotografía del Che apareció diez años después de que muriese, en una exposición organizada por Caixa Bank. La gente pensaba que por la fecha en la que se hizo, la foto la había hecho mi padre, que por cierto, no había hecho una foto en su vida”, bromea.
El desnudo de Marisol pudo costarles la cárcel
Otro de los grandes iconos que César Lucas ha dejado para la historia de la fotografía en España ha sido la imagen de Marisol desnuda. “La foto de Marisol representó una puerta a la libertad, en medio de un proceso de cambio que se estaba llevando a cabo en España”.
Aquella fotografía fue hecha en 1970, seis años antes de que saliese al mercado Interviú, donde se acabaría publicando. “El día que las hicimos tuvimos mucho cuidado porque si llegan a pillarnos hubiésemos ido a la cárcel”. Pese a todo, no se escapó de un juicio, denunciado por la Fiscalía por “atentado a la moral”. Aquello quedó en nada, porque en dos años que duró el proceso, el país cambió absolutamente. “Estalló en nuestras manos la época del destape, de la modernidad en definitiva, que durante tantos años se había ido germinando a la sombra de Franco”.
Quizás la moralidad reprimida quedó ejemplarizada en la petición de uno de los tres jueces que componían la mesa de sentencias. “Al terminar el juicio, uno de los jueces se acercó a mi abogado para pedirle un número de la revista que se habían agotado. Aquello se convirtió en un símbolo de la libertad que reclamaba el pueblo y supuso un antes y un después en la forma de entender la vida en nuestro país”.
Las barreras ideológicas volaron por los aires. Llegó la Transición, la Democracia (con mayúsculas) y la libertad de pensamiento, que se reflejó en figuras como Felipe González, Adolfo Suárez o el joven Juan Carlos I. “Aquellos eran personajes cercanos, podías trabajar con ellos, proponerles lo que querías mostrar. Ahora muchas de aquellas fotografías serían imposibles de hacer”.
Cuantos más años de democracia, más hermética se ha vuelto la política para la profesión del periodismo. “Ahora cuando tienes que hacer una foto a un político tienes que lidiar con el asesor de imagen, el asesor de comunicación, el que te dice que aquí no hagas la foto. Entonces había una cercanía que ha desaparecido. Había una mayor naturalidad en todo lo que se hacía”.
Su cámara ha sido testigo de grandes momentos. Delante de ella han desfilado protagonistas de todos los estratos sociales como Lennon, Marilyn, Rocío Jurado, Julio Iglesias o Clint Eastwood, por poner algunos ejemplos. Sobre esos personajes famosos, que muchos han idolatrado, subraya que “muchos han compartido grandes recuerdos y vivencias conmigo”. “Con algunos he vivido cosas que jamás he contado, porque sería traicionarme a mí mismo”, a pesar de que algunas televisiones y publicaciones le han tentado con cheques repletos de ceros.
Por eso, tantos años después, con algunos de ellos sigue manteniendo una relación cercana. “Hay personas que te enganchan para toda tu vida y otras con las que haces un trabajo y pasan de largo, pero con todas ellas he trabajado de la misma forma, tratando de cuidar los detalles, porque sabía que eran imágenes que iban a recorrer decenas de publicaciones”. Entre sus fotos también hay personas comunes que dejaron de serlo al cruzarse con su encuadre y que han pasado a ser parte de la historia colectiva, como aquel niño de la Transición, del que quiso apoderarse Podemos sin permiso, y que se convirtió en símbolo de la España del momento.
“Siempre he tenido la sensación de ser testigo de algo mientras hacía fotografías. Yo quería contar de la mejor forma posible a través de las imágenes, teniendo en cuenta el atractivo escénico para que fue más visual, para que se entendiese mejor lo que estaba captando”.
Como bien resume la profesión, “la fotografía es un lenguaje universal, que puede ocupar una primera página en un periódico chino, alemán o inglés y todo el mundo va a entender lo que ha pasado”. Ése ha sido siempre su esfuerzo y confiesa, “lo sigue siendo. Todavía me fijo en el trabajo que hace la gente y lo miro con interés”, porque éste, es un veneno que engancha y que nunca se suelta.
César Lucas activo defensor del fotoperiodismo de calidad
A lo largo de su trayectoria César Lucas fue el primer redactor jefe de fotografía en un medio como El País, un cargo que nunca había existido hasta él y que sirvió para empezar a valorar la importancia de la fotografía como parte de lo que se contaba.
A partir de ahí, “éramos nosotros quienes elegíamos la imagen y no los redactores. También empezamos a firmar las fotografías y ése era mi caballo de batalla”. Algo que le molesta es que las fotografías aparezcan sin autoría. “Algo que llevo observando mucho tiempo es que en muchos medios los fotógrafos no firman. Aunque una fotografía sea de archivo y no se haya hecho para lo que se cuenta, son fotos de un profesional que debe aparecer como autor”.
Otra de sus grandes reivindicaciones desde que entró a formar parte del equipo de Interviú, donde llegó a coincidir con cuatro directores diferentes, era limar los detalles. “Si teníamos que esperar una semana para hacer una sesión porque no teníamos los vestidos, las joyas o los decorados que queríamos, en las condiciones que pensábamos eran las ideales, nos esperábamos. Hubo algún director que llegó a decirme que qué raro éramos los artistas, que la gente lo que quería eran ver tetas, pero siempre buscamos hacer algo atractivo, artístico, elegante. Había que luchar por la calidad y siempre lo hicimos”.
El paso de los medios análogos a los medios digitales destruyó la profesión con la que él se había construido como uno de los grandes. “Cuando empezó la transformación, empezaron a caer los fotógrafos y eso ha repercutido en la calidad que ahora tiene la fotografía. Ahora es más importante la inmediatez que la calidad y eso se ve en los trabajos de agencia si se comparan con lo que se hacía antes”.
Pese a todo, prefiere evitar las melancolías. “No soy de los que piensa que antes era todo mejor. Ahora la tecnología ha mejorado, ha cambiado la técnica y hay que aprender a convivir con ella”.
En la puerta espera su mujer y algunos de los compañeros para reiterar la gratitud y las felicitaciones. A todos escucha, a todos aconseja, para todos tiene una palabra.
César Lucas, un icono de la fotografía, un icono de la amistad.