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29 marzo 2024
ACTUALIZADO 14:33
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      Medalla de la Corporación Municipal a la Hermandad del Santísimo Cristo del Perdón y de las Aguas por el 425 aniversario de su fundación / Elena Rosa
      • La Presentación / C. Moreno
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      • La Presentación / C. Moreno
      • La Presentación / C. Moreno
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      • La Presentación / C. Moreno
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      El alcalde, saludando a una participante en la desgustación de torrijas
      Laura Macías, de Miami Gastro, con el taco de bacalao tártara y los postres de torrija y tarta de arroz con leche / A. R.
      Los fieles acudieron a orar al Nazareno / Elena Rosa
      • Oración y Juicio de Cristo / F.Navarro
      • Oración y Juicio de Cristo / F.Navarro
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      Imagen de archivo del juego de 'Las caras' de Calzada de Calatrava / Vox
      Ricardo Chamorro, Milagros Calahorra y Emilia Martín, hermano mayor de la Flagelación
      • Cofrades y fieles en el templo / J. M. B.
      • LA Virgen del Mayor Dolor / J. M. B.
      • El Cristo estaba preparado /J. M. B.
      • Se realizó el Viacucis en el templo / J. M. B.
      Los hermanos acudieron a San Pedro en un viernes por la mañana lluvioso 7 Elena Rosa
      Los fieles acudieron a orar al Nazareno / Elena Rosa
      El Guardapasos se llenó de fieles este Jueves Santo / Elena Rosa
      La Hermandad de la flagelación tampoco pudo salir en procesión / Elena Rosa
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El campesino y la Feria de Mayo

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Gente en el recinto ferial de Puertollano / Archivo
Alfredo Muela / PUERTOLLANO
“Que sepas que ésta es una cueva mágica y el tiempo en su interior avanza con más rapidez que ahí fuera: cada minuto aquí son cinco años en el exterior”

Era una mañana del mes de mayo en Puertollano del año 1947. Aquel día, Juan se preparaba tras el desayuno con su familia para irse a trabajar en su tarea de campesino, cuando su hija pequeña, Laura, le dijo:

– Papá, hoy tienes que venirte antes del campo. Ya han engalanado el pueblo porque comienzan las fiestas de Mayo; el paseo está lleno de guirnaldas, los cacharritos de feria preparados, y mamá nos tiene dispuesta la mejor ropa para irnos a disfrutar en cuanto llegues, ¿vale?

– No te preocupes, hija, vendré pronto.

Juan se despidió de ellos con un beso y cogió la merendera con la comida del día que le había preparado como siempre Lucía, su mujer.

Llegó pronto a su tierra de labranza y comenzó su jornada diaria. Cuando fue la hora de comer, dado que hacía mucho calor se sentó bajo un árbol y, de pronto, se dio cuenta que a su derecha había una cueva en la que nunca había reparado. Pensó que allí estaría más fresco y se dirigió a ella… Muy asombrado, descubrió en la oscuridad de su profundidad a dos ancianos que estaban jugando una partida de ajedrez. Uno de ellos, con barba y pelo muy largos y blanco, le miró fijamente y no le dijo nada. Juan el campesino quedó perplejo y decidió marcharse… Cuando salía de la cueva, oyó a su espalda la voz del anciano del pelo blanco:

– Que sepas que esta es una cueva mágica y el tiempo en su interior avanza con más rapidez que ahí fuera: cada minuto aquí son cinco años en el exterior.

Juan no entendió nada, siguió con su tarea diaria y a las pocas horas, acordándose de lo que le pidió su hija para llegar pronto a casa por ir a la feria de mayo, recogió todo y se marchó. A medida que recorría el camino de vuelta notaba que las cosas no estaban igual que siempre: los caminos parecían distintos, las calles del pueblo eran más grandes, había unas farolas que antes no estaban, los coches eran muchos más y distintos… El asombro llegó al límite al acercarse a su calle y la que antes era su casa: en su lugar había un bloque de viviendas. Muy preocupado preguntó a una persona que pasaba por allí:

– Perdone, ¿no había aquí antes una vivienda donde vivía una familia con dos hijas?

– Sí, de eso hace mucho tiempo: el marido, Juan el campesino, se fue un día y ya no volvió; la mujer y las hijas, desgraciadamente, murieron de una enfermedad contagiosa.

Su corazón quedó encogido, las lágrimas cayeron por sus mejillas y una pena profunda le invadió… Sin saber por qué se acordó del anciano de la cueva y, rápidamente, volvió allí otra vez. Entró al fondo y allí seguían frente al tablero de ajedrez. Se fijó en que al fondo, a la derecha de la cueva, había unos ataúdes blancos que tenían el nombre de su familia: su mujer, sus hijas y el suyo propio, que tenía la tapa abierta. Al verlo, el anciano del pelo blanco le preguntó qué le pasaba y, una vez conocida su pena, le dijo:

– Si tú quieres, puedes solucionarlo. En un planeta lejano vive alguien que te puede ayudar. Acude allí y busca a un conejo grande y blanco…

Eso hizo: viajó por el espacio velozmente y una vez allí se encontró con unas dunas grandes y extensas: ¿Hay alguien?…! ¡Necesito ayuda! –dijo con gran pesar y lleno de lágrimas-. Pasaba el tiempo y nadie aparecía… Al cabo de muchas horas, se elevó por entre unas lomas la imagen del conejo blanco, muy blanco…

– ¿Qué quieres?… ¿Quién eres?… ¿De dónde vienes?- Le dijo con voz muy profunda.

Juan el campesino le contó toda su desgracia y que estaba allí por indicación del anciano de la cueva. El conejo le contestó que le ayudaría con su problema, pero que antes tendría que solucionar tres enigmas: el primero, acabar con las guerras en el mundo, el segundo acertar una adivinanza y, sólo resueltos estos dos, le diría el tercero.

El campesino de Puertollano se puso en marcha rápidamente, viajó a la Tierra, habló con los gobernantes y les convenció de que la guerra era inútil, que ocasionaba innumerables víctimas y destrozos, que hay otros caminos para solucionar las divergencias, y así logró que firmaran la paz. De regreso al planeta del conejo, éste le indicó la adivinanza: ¿Qué dos hermanos se quieren tanto que no pueden existir uno sin el otro, pero que para que viva uno de ellos ha de morir el otro?… Tras muchas horas pensando, creyó imposible acertar, pero miró a lo lejos en el horizonte, vio la puesta de sol y dijo: “ya lo tengo, son el día y la noche; para que uno nazca ha de morir el otro”. Bien -respondió el conejo-. Ahora te falta la última prueba y la más difícil: debes volver a la Tierra y ganar al ajedrez al más anciano de los dos jugadores de la cueva.

Juan el campesino pensó que eso era su final porque él nunca había jugado al ajedrez. Recordó a su mujer y sus hijas y, haciendo el mayor de los propósitos, voló a la Tierra y enseguida se vio en la cueva ante el tablero del ajedrez con el anciano esperándole. No supo cómo, pero de improviso le llegaron a su mente indicaciones sobre el modo de jugar aquella partida tan vital para él… En pocos minutos, ante el asombro del anciano, le ganó al ajedrez.

Una vez de vuelta ante el conejo blanco, no hizo falta que el campesino de Puertollano le dijera nada: él ya sabía todo. Le señaló un frasco de cristal que había junto a una roca y le dijo que volviera a su pueblo y, cuando estuviera cerca de su casa, dispersara al viento el contenido del mismo. Así lo hizo… De pronto, sin saber por qué, todo volvió a ser como antes: las calles, las casas, los caminos, las gentes, etc. Llegó a su casa…, abrió la puerta con enorme expectación… y allí estaba su hija pequeña:

– Papá, papá… qué pronto has venido. ¿Has visto cómo está engalanado el pueblo?… Date prisa, cámbiate que nos vamos a la feria.

Juan se abrazó a las tres, la madre y sus dos hijas, con más fuerza que nunca y rompió a llorar con enorme intensidad. Cuando le preguntó su mujer qué le pasaba, su cabeza vivió todas las imágenes de los acontecimientos que acababa de recorrer, las miró fijamente y le dijo: ¡Nada!.. Sí, vámonos a la feria de mayo cuanto antes, que quiero que sea la más feliz de nuestra vida.

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