Hay frases en el cine que perduran inmortalizadas en el tiempo y que sirven como argumento para explicar algunas de las cosas que pasan por tu cabeza. Hoy serviría una de las míticas líneas de Gladiator en las que avisaba que “lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad”. Cualquier abuela posiblemente lo hubiese resumido en una expresión más castiza como: “de aquellos barros estos lodos”; y seguramente sirviese para lo mismo, para echar la vista atrás hacia uno de esos momentos donde se estaba poniendo una de las primeras piedras de lo que hoy la agenda política ha bautizado como la España vacía.
Uno de los primeros pasos en la deconstrucción de la España amortajada de provincias, se dio el 30 de septiembre de 1984, por acuerdo del consejo de ministros durante el primer gobierno de Felipe González, en el que autorizaron a RENFE a suspender los servicios en las líneas que fuesen “altamente deficitarias”. En total, con el beneplácito ministerial, cayeron 914 km de red de ferrocarril y 643 km quedaron exclusivamente para transportar mercancías.
El ministro de por aquel entonces de transporte, turismo y comunicaciones, Enrique Barón, pronunció días después en rueda de prensa que aquello era “una medida dolorosa pero necesaria”. Lo que olvidó explicar es que aquella decisión rompía la comunicación entre municipios que crecieron alrededor de las nuevas posibilidades del tejido ferroviario y que estableció raíces como las que surgieron entre Peñarroya y Puertollano, donde el carbón y las vías, sirvieron para que ambos núcleos creciesen, mirando a un futuro que parecía iba a estar lleno de posibilidades.
Aquel sueño que se parecía tanto al americano, murió décadas después dejando por delante miles de localidades sin posibilidades, condenadas a ser abandonadas por la falta de esperanza. En el 84, sin saberlo, se puso la sentencia a la esperanza de futuro de los casi ocho mil municipios españoles que acababan de ser desconectados del progreso. No es extraño que decisiones como aquella mantengan hoy en la cuerda floja a casi el 42% de los municipios españoles, que mueren como lo hicieron sus viejas estaciones de ferrocarril y los más de 4.800 kilómetros de vías que quedaron abandonadas, dibujando horizontes desesperanzados y sin soluciones como recrea brillantemente Rosa Montero cuando habla de Pozonegro en “La buena suerte”.
En la lucha por recuperar parte del pasado próspero que germinó pero acabó siendo pasto, se empeñan asociaciones como Troncha Cerros, que este fin de semana ha llevado a cabo un reto donde el deporte se ha mezclado con la reivindicación y el colectivismo, recorriendo los 150 kilómetros que separan Peñarroya y Puertollano a base de zancadas a través de su antiguo trazado de ferrocarril que va y viene actualmente por senderos que se cuelan en propiedades privadas para regresar a pistas públicas en la mayor parte de su recorriendo y atravesar el Valle del Guadiato y el Valle de Alcudia en una estampa espectacular que merece ser disfrutada.
Junto a la asociación de Puertollano se han unido a lo largo del recorrido asociaciones como La Maquinilla de Peñarroya, que ya sabe lo que es conseguir de la Junta de Andalucía apoyo para señalizar una pequeña parte de vía verde en parte de este trazado o como la Asociación Ciclista Caminos y Cañadas, que son los pioneros en esta protesta que iniciaron hace veinticinco años en la ciudad minera y que la desidia y la delegación de responsabilidades entre administraciones sigue alargando en el tiempo mientras el camino desaparece absorbido por la naturaleza y el olvido.
Es un ejemplo gráfico la última parte del trazado entre Minas del Horcajo y Cabezarrubia, donde una finca pública cuya gestión pertenece a la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y su uso está monopolizado por la caza. El presidente de la Asociación Troncha Cerros, José Sánchez Vigara, resumía bien el método de recuperación en una las historias de Instagram que han surgido este fin de semana: “Hay gran parte del trazado que ha desaparecido por abandono, el único truco para recuperarla es usarla y disfrutarla”.
El nuevo impulso que los Tronchas han dado a este proyecto histórico pretende sumar la fuerza de otros colectivos y asociaciones para entre todos recuperar el trazado público y relanzar sus posibilidades de turismo activo.
A lo largo de los kilómetros puedes encontrar historias como la de Ignacio, propietario de una de las fincas cercanas al puerto Niefla, que vive solo, aislado del mundo y deseoso de abrir sus puertas a la gente que quiera disfrutar desde el respeto de este espacio donde han crecido vallados y cancelas que ponen puertas al campo; o historias como la de José García de Pozoblanco, uno de esos soñadores que disfruta de la naturaleza y de compartir momentos con los que llegan de fuera. Su presencia ha sido clave para los de Puertollano, “por todo lo que nos ha enseñado y por su apoyo durante las dos primeras etapas”.
Después de estos 150 kilómetros corriendo, no ha terminado el reto. Este fin de semana se ha tomado la salida de un proyecto que aspira a ser futuro y a recuperar lo recuperable, porque el antiguo trazado ferroviario donde surcaron tantas historias de vida entre uno y otro pueblo es una quimera tan imposible como bella, que durante todo el fin de semana ha formado parte de un sueño que decenas de “locos” han compartido a través del deporte.