
Manuel Valero durante la entrevista con Manuel Fraga para Lanza / Juver
Hice centenares de reportajes, entrevisté a grandes de la Historia de España, como Manuel Fraga, Santiago Carrillo, José María Aznar, Marcelino Camacho, Nicolás Redondo, José María Barreda, José Bono, Paco Umbral, Manuel Vincent, Julio Llamazares, Antonio Muñoz Molina, Cristina García Rodero, María Dueñas y Javier Krahe, o Umberto Eco, Forges, Fernando Sánchez Drago, Serrat...entre otros muchos . Escribí decenas de relatos, me hice con una página de opinión -la Ultima- que mi entrañable compañero, Blas Torres, se encargó de encuadernar, hice ilustraciones con el programa Paint lo que me valió el sobrenombre de Cutlas que me puso Arsenio Ruiz… y por supuesto información política (esto es otra historia) y la página de Internacional en los momentos que tenía que dedicar tiempo a hacer periodismo de mesa
Fue la escalera lo que me turbó. Aquella quebradura de mármol con una barandilla de hierro y un pasamanos de madera parecía conducir a una sala de dolores. Cuando miré al techo estratosférico y las paredes chapadas de baldosín inmaculado imaginé una habitación grande y colectiva con hileras de camas enfrentadas para los enfermos. Tal vez la antigua existencia de un hospital cercano de pobres me indujera a ello aunque bien sabía que mi destino no era una cama sino una máquina de escribir en la redacción del periódico. Me dirigí al ascensor sin dejar de mirar la escalera. Una chica en la segunda mitad de la veintena de su vida se acercó también al ascensor. Tenía el pelo corto ondulado, con cara adusta y seria y deduje que debería tener pocas ganas de hablar por su parca contestación a mi pregunta. Se llamaba Laura Espinar.
-¿Vienes a trabajar aqui?
-Sí- me dijo.
La redacción era de posguerra pero animada con la ruidosa tecnología de entonces, estupendas máquinas de escribir que repiqueteaban según se acercaba el cierre y el teletipo campanilleaba cada vez que llegaba hasta la redacción una noticia de alcance. Durante el año anterior había desarrollado la honrosa tarea de corresponsal de Lanza en Puertollano, pero ahora me disponía a ocupar una mesa en aquella sala vetusta que para mi tranquilidad no era de hospital.
Había varios redactores de avanzada edad en sus puestos. Y al fondo, un muchacho joven, de aspecto fornido, sentado ya a su mesa sumido en la reconocible soledad del novato. Era José María Izquierdo. Los tres llegamos al periódico con poca experiencia pero dotados del academicismo de la Facultad de Periodismo. Los estatutos del diario se habían constitucionalizado y nosotros éramos la primera remesa de jóvenes redactores. Tan solo José Luis Murcia, experto en agroinformación, y Amparo García de la Gama rompían la línea de edad de los redactores históricos: Emilio Arjona, redactor cultural, con su cojera indómita; José María Arcos, redactor deportivo que andaba siempre con unas tijeras recortando artículos y Manuel Camarena, el más aventurero y cosmopolita que había trabajado en Pueblo, y a quien profesábamos un respeto casi reverencial. Tenía la máquina de escribir atada a una cadena y las maneras de un periodista de la vieja escuela. El inolvidable chico para todo Atanasio Herrera era un referente de Lanza tanto como el mismísimo director, José Antonio Casado.
Como todo novato, los tres hicimos una ciudadela de compañerismo como una defensa lógica ante la vetusta y resabiada veteranía que nos rodeaba. Éramos los primeros periodistas que ingresaban en la redacción en los años locos y felices de vino y rosas de los ochenta. Mucho de lo primero y alguna que otra de las segundas, pero siempre con el compromiso de dejar el listón a la altura de las expectativas que habíamos generado, sobre todo, para el director que nos eligió, José Antonio Casado. Si mi memoria no anda muy errada corría el mes de abril de 1987.
Era un periódico como debe ser un periódico. La redacción arriba, junto a los picadores y los montadores y el departamento de Publicidad, y la gerencia y administración abajo. La rotativa, en el sótano. Como entusiastas novatos no fueron pocas las veces que esperamos a la primera tirada para coger un ejemplar caliente como el pan y ensanchar nuestro orgullo de periodistas flamantes al leer nuestra información firmada con nuestro nombre.
El Café París era nuestro punto de encuentro como en las series americanas. Y se fumaba. En el local, por supuesto, pero también en la redacción. Siempre pensé que la Transición no se hubiera podido hacer sin reuniones interminables que dejaban un pequeño himalaya en los ceniceros y la habitación donde se discutía envuelta en una bruma londinense que se desleía a hilachos apenas se abría la ventana. Entonces aún no había llegado la primera revolución informática que nos asaltó al poco. El periódico se imprimía en los talleres de la antigua sede de la calle Libertad hasta que la rotativa comenzó a mover su esqueleto de metal y convirtió Lanza en una sola unidad bien concentrada. Aún no había cumplido los 50, onomástica que celebramos a los pocos años, ya casi veteranos, con un especial que coordinó Enrique Martínez de la Casa. Este, Casado y el gerente Lucio Gómez, eran el clan de los talaveranos
Corrían los 80, y teníamos en la cabeza el icono del periodista bebedor, fumador, (sobre todo yo), quisquilla, que a medida que pasaban los años íbamos consolidando una carrera y haciendo realidad la máxima del periodismo del que nos habíamos empapado teóricamente en la Facultad: buenas fuentes, contraste y… silencios: El buen periodista acaba sabiendo mucho más de lo que publica.
Tirada a tirada, los tres novatos nos hicimos compadres y cada cual ponía negro sobre blanco la información, la entrevista, el reportaje, la crónica, los titulares, según el propio criterio. Laura entró de auxiliar de redacción, José María y yo de redactores. ¿Era por ser mujer? Pues sí. Pero la evidencia evolutiva en este sentido se plasmó en que con los lustros, Laura llegó a ocupar la silla de dirección que dejó vacante Luis Navarrete, como prueba de cargo contra quienes piensan que el feminismo nació con ellas. O ellos.
Relatar la intrahistoria de los años que los tres ocupamos en el devenir de Lanza, que no fueron pocos -yo pasé casi 30 años tecleando, José María más de 30 y Laura aún continua en activo tras dejarle el testigo de la dirección a otra mujer, Conchi Sánchez -… daría para una novela.
Hubo desencuentros, altibajos en nuestra relaciones porque los tres éramos muy nuestros, y un poco asilvestrados, sobre todo el que firma esta breve memoria de urgencia. Algún que otro problema me busqué y le dí a mis compañeros y jefes pero en compensación tengo sobre mis espaldas las enormes resmas de papel escritas con mi nombre y con las que aporté un contenido nada desdeñable al mejor diario del mundo, entre otras cosas porque ha sido el que me ha dado de comer. Es de agradecer. Me considero un bien nacido.
He conocido a tres directores: José Antonio Casado, mi mentor, y un gran jefe, estoico, culto, buen escribiente, que tuvo el rol histórico de ser el primer director democrático de un periódico público que acababa de democratizarse. Sí, en la línea de quien mandaba en la Diputación, pero democrático. Las conversaciones de Casado con la dirección política en unos momentos muy, pero que muy interesantes debido a la lucha por el poder socialista en la provincia, dan para un largo relato.
La extraña operación de la regionalización resultó un fiasco, como un sinsentido era la creación de un periódico en el ámbito de Castilla-La Mancha, siendo como era y es, público. Una operación a la mayor gloria de José Bono. Con el tiempo he llegado a especular sobre si la verdadera intención de la expansión con cabeceras en Toledo y Albacete era la privatización para algún grupo afín a Fuensalida. No escatimó oportunidades el gobierno regional, cómplice de otros medios efímeros bajo el cetro de Díaz de Mera, factótum de entonces donde los hubiera y a quien algunos compañeros de otros medios se referían con el nombre de Dios. Los periodistas también decimos estupideces y muchas. Fue el balonmano, aparte de sus negocios lo que acabó de coronarlo. Pero fue tan glorioso como pompero jabonoso.
Luego llegaron más refuerzos, buenos refuerzos, estupendos refuerzos: Belén Rodríguez, Mar Gómez, Raúl Gratacós, Julia Yébenes, Pepa G.Oliva, Paco López, Santos G. Monroy, Raúl Fernández y Carlos Muñoz de Luna que vino de la competencia y compartió y comparte dueto directivo adjunto a la dirección con Gratacós. De ellos, cuatro aún permanecen, Raúl, Carlos, Belén y Julia. Santos G. Monroy es hoy una de las patas del diario Miciudadreal, en el que aún sigo ejerciendo el oficio desde la cómoda tribuna de la opinión. La imagen de la actualidad, que es la historia de cada uno de los días, era cosa de Jacinto Jurado y Clara Manzano. Y Augusto Guzmán, compañero fraterno y socio de fatigas felices. Como dijo Oscar Wilde, las cosas que se hacen por amor son más grandes si son inútiles. Bueno, supongo que la época de los conciertos en el Guridi, con José Antonio, el Sabio, pareja de Pepa, y las aventuras como productores de musicales como La asamblea mágica y Plinio y la banda menguante, estarán por ahí en el recuerdo de alguien. Lo hicimos por amor (al arte). Los foteros recogieron el testigo de Herrera Piña con quien no coincidí.
Imposible mencionar a todos cuantos pasaron por la redacción. Creo que si los juntáramos no cabrían en ella. Disculpas si me queda alguno por mencionar.
En cuanto a mí que fui voluntario al segundo ERE que se aplicó en el periódico porque ya estaba cansado de hacer kilómetros y me aburrían las ruedas de prensa, tengo el mejor de los recuerdos.
En cierta ocasión cuando presenté mi novela Carla y el señor Erruz, una de mis favoritas, recurrí a Laura, ya directora, para que hiciera los honores. Yo ya estaba en el paro hasta que me pude prejubilar. En mi turno de palabra dije que no echaba para nada de menos el periódico. Laura me miró perpleja. Solo cuando acabé la frase, respiró.
-Pero sí a mis compañeros -dije.
No dije compañeras pero todo el mundo me entendió.
Mirando hacia atrás sin ira la franja de tiempo que me compete tengo la alforja llena. A pesar de todo. Ellos y ellas (ahora, sí) saben a qué me refiero. Hice centenares de reportajes, entrevisté a grandes de la Historia de España, como Manuel Fraga, Santiago Carrillo, José María Aznar, Marcelino Camacho, Nicolás Redondo, José María Barreda, José Bono, Paco Umbral, Manuel Vincent, Julio Llamazares, Antonio Muñoz Molina, Cristina García Rodero, María Dueñas y Javier Krahe, o Umberto Eco, Forges, Fernando Sánchez Drago, Serrat…entre otros muchos . Escribí decenas de relatos, me hice con una página de opinión -la Ultima- que mi entrañable compañero, Blas Torres, se encargó de encuadernar, hice ilustraciones con el programa Paint lo que me valió el sobrenombre de Cutlas que me puso Arsenio Ruiz… y por supuesto información política (esto es otra historia) y la página de Internacional en los momentos que tenía que dedicar tiempo a hacer periodismo de mesa.
No era más que mi aporte a la magia de hacer un periódico que no existía por la mañana pero que por la noche nacía entero, caliente y vivo de las tripas de la rotativa.
Las discusiones en la redacción sobre temas de actualidad, las presiones, que las hubo, las paradas en el Café París, los cuatro años de mandato popular, cuando ya andaban por la redacción Pedro Pintado y Pablo Díaz Pintado, me vienen a la memoria como trazos de un cuadro impresionista que visto desde lejos, no de la distancia sino de los años, cobra todo su sentido, incluso con los momentos duros y desafectos, que los hubo.
El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos, como cantaba Pablo Milanés que hizo de tal obviedad pura poesía. Pero no es el tiempo pasado lo que importa sino el rastro que dejamos. Respiro ahora tranquilo al considerar que fue lo bueno muchísimo más que lo malo, aunque fuera silente lo bueno y ruidoso lo malo, como pasa en todos los aspectos de la vida.
Ah, Remigio Rueda Villaverde con quien hice un tándem magnífico porque no se nos escapaba casi nada. Gracias a él conservo un álbum de fotos a la antigua usanza, cuaderno, laminillas y papel, en el que aparezco yo con mis entrevistados. Me resarcía así de que en las entrevistas el periodista no era nadie. Lo conservo como oro en paño y mi ego se alimenta un poco. Siempre he procurado sujetar el ego, a veces con demasiado celo. El ego, ya saben, esa cosa que hace sobreactuar a los mediocres.
Se hace costoso evocar a aquellos que nos dejaron:
Limón, Arcos, Arjona, Campos, Paco Tambores, y…
Por ellos, por los que siguen, por los que estuvimos, por todo, por todos, y por tantos y por tanto… felicidades, querido abuelo.