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09 septiembre 2024
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Raimundo Zancudo recuerda sus pasos con el torno en la mina

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Lanza
El puertollanense de 89 años recibió ayer un homenaje por parte de la asociación Virgen de Gracia

Noemí Velasco
Puertollano

Hijo de padre y madre mineros, ha pasado media vida como tornero en los talleres de la Sociedad Minero Metalúrgica de Peñarroya entre máquinas de hacer lámparas de carburo y herramientas básicas para la mina, impregnado de ollín y miseria y harto de pasar “penalidades” en Pozo Norte; ahora, invadido de recuerdos que plagan una interminable memoria, habla de tiempos de “lucha” y de “unión”  mientras que enseña sus últimas obras artesanas de latón y aluminio. El puertollanense de ochenta y nueve años, Raimundo Zancudo, recibió ayer un homenaje por parte de la asociación Virgen de Gracia dentro del XVI Festival Nacional Folclórico DBC##1Homenaje al MineroDBC##1 que acogió el auditorio municipal de Puertollano.

Con tan solo trece años empezó su precaria vida laboral en un pozo del que sacaba agua con un sueldo de dos pesetas a la semana, después trabajó en el adoquinado dispuesto desde el Gran Teatro hasta la Virgen de Gracia y también fue ayudante con catorce añitos en los refugios que construyeron en la zona del Paseo del Bosque durante la Guerra Civil para protegerse de los bombardeos. Como hijo de familia minera y miembro de la CNT, los pasos de Raimundo Zancudo pronto llegaron a los talleres de la Sociedad Minero Metalúrgica de Peñarroya para reparar máquinas y realizar ajustes de forja, entre otros trabajos, invadido por la fuerza y el desparpajo de la juventud, mientras su compañero le decía: “niño, que valiente que eres”.

El tornero recuerda la máquina “carrasca” o la “máquina antolín”, al mismo tiempo que habla de los tres años que pasó en las profundidades de Pozo Norte donde en la ‘Capa Cero’, que estaba a setenta metros de profundidad y en la que se sacaba “el mejor carbón” con el gran esfuerzo de unos mineros que tenían a penas setenta centímetros para moverse”. Vagoneros y demás mineros llenaban una mina en la que, según cuenta Raimundo Zancudo, “no había duchas, muchas veces íbamos con los pies descalzos, la ropa escaseaba y pasabamos mucha carestía”, a la vez que recuerda como “las ratas se comían muchas veces nuestras cestas de la comida y el hambre que teníamos nos obligaba a comernos la cebada de las mulas”.

Jornadas de ocho a doce horas, a las que se sumaban las clases obligatorias en La Falange a las que nunca asistió, constituían el trasiego diario para un minero que tras pasar, la que califica como, la peor parte de su vida durante la mili en Torrejón de Ardoz, “desnudo en una zanja de un metro de profundidad por medio metro de ancho y cubiertos por una chapa”, Raimundo Zancudo llegó al taller del Pozo Norte de Puertollano en el que trabajaría hasta el cierre de la mina en el año 1974. Además dedicó el poco tiempo que le dejaba su trabajo a una lucha a favor de los derechos de los trabajadores que alcanzó pleno significado en la gran huelga de los sesenta.

Implicado durante toda su vida en la lucha sindical y política dentro del Partido Comunista, Raimundo Zancudo expresa la “gran importancia de la lucha obrera para conseguir unas mejoras laborales que cobraron relevancia a partir de los años sesenta”, después de la paralización de toda la ciudad con la unión de los mineros del Pozo Santa María, Santa Cruz, Arguelles o El Burro, y la mina La Pepita, La Razón o La Aurora, además de todos los comercios y de los trabajadores de la refinería. El homenajeado señala que “las mejoras de los trabajadores no han caído del cielo porque las empresas nunca han pensado en nosotros”, a la vez que hace referencia a las torturas y los fusilamientos.

Sentado, relajado y contento, Raimundo Zancudo ahora recuerda un pasado que le es en muchas ocasiones más cercano que el propio presente, mientras que elabora sus mecheros de pescozón, cañones de alumnio, pequeñas “carburas” con balas de escopeta o Quijotes, sin la cara negra por el polvo de la mina, sin frío, ni calor, y rodeado de sus hijos y familiares. Nunca le ha gustado darse importancia, pero ayer recibió el homenaje de la asociación Virgen  de Gracia con ilusión y dispuesto a recordar entre anécdotas de una ciudad en la que no había caminos, ni luces y en la que “en los días de niebla te perdías al ir a trabajar”, el valor de las mejoras laborales que consiguieron unos trabajadores y unos mineros que siempre se mantuvieron unidos.

 

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