Belén Rodríguez/ Ciudad Real
El terremoto del lunes en Ossa de Montiel que sacudió amplias zonas del centro y sureste del país y se sintió con fuerza en poblaciones de Ciudad Real y Albacete, no fue ni por magnitud, entre 5,1 grados en la escala Richter; ni por profundidad: a diez-catorce kilómetros bajo tierra, ninguna broma. “Fue un buen terremoto”, señala el doctor en ciencias geológicas y consultor del Grupo GeaPraxis Ibérica de Manzanares Pedro Rincón Calero, que ha cartografiado al menos dos zonas sísmicas potencialmente peligrosas en el sureste de Castilla-La Mancha, y que aconseja “ordenar el territorio y tener una protección civil prevenida”, para evitar catástrofes.
El riesgo sísmico, como se ha visto en los últimos ocho años (en 2007 hubo otro terremoto similar con epicentro en Pedro Muñoz), se sabe que existe, “no podemos prevenir cuándo se va a producir pero sí pintar las cartografías y estar alerta”, dice.
Opinión que comparte el presidente del Colegio de Arquitectos de Ciudad Real, Federico Pérez Parada, para el que “convendría revisar” la norma de obligado cumplimiento que fija los criterios de construcción sismoresistente en España, en base a un mapa de peligrosidad en el que por ahora no está ni Ciudad Real ni Castilla-La Mancha, excepto el sureste de Albacete. “Dos terremotos en menos de ocho años de estas magnitudes en la misma zona es como para revisar ese mapa de riesgo”, declaró a Lanza.
El geólogo Rincón Calero, responsable del estudio Proyecto ABCO (Rincón-2014) que localizó dos de las zonas de “fricción intraplacas” en un eje transversal de este a oeste entre las provincias de Albacete y Ciudad Real (de La Roda hasta Moral de Calatrava), y el otro de norte a sur entre Munera y La Povedilla, da las claves técnicas en una entrevista con este periódico para entender estos terremotos. “No sólo se producen terremotos donde hay fallas y chocan dos placas, sino en zonas intraplacas. Todo el sureste de Castilla-La Mancha tiene una actividad sísmica perceptible y de magnitud moderada, lo interesante de esto es que las zonas de fracturas intraplacas no se localizan de manera aleatoria, sino que lo hacen en áreas de debilidad de la corteza muy concretas, serían las ‘fuentes sismogenéticas”, y todo “por culpa” de la actividad tectónica continuada durante los últimos nueve millones de años en el interior de la Península provocada por la colisión de las placas africana y euroasiática.
«Cuando hay un fricción en ellas parte de esa energía que se libera se transmite a esas zonas intraplacas”.
En cuanto a que el terremoto de Ossa no haya sido tan devastador como el de Lorca (Murcia) de 2011 pese tener una magnitud parecida, el geólogo subraya que aparte de la profundidad del hipocentro (a dos kilómetros de la superficie en el caso de Lorca y a diez mínimo en Ossa), y las diferencias en la densidad de población, también han influido las características del terreno, “más débil, por así decirlo, en el caso de la localidad murciana que en Ossa”.
Respecto a la posible relación del seísmo con las concesiones para prácticas de ‘fracking’ (fractura hidráulica en la comarca) el doctor en geología afirma tajante que “es una auténtica barbaridad. Me consta que si existe licencia de prospección en la zona para buscar hidrocarburos no se está ni siquiera en la etapa de investigación. Esos proyectos duran años, hay que ver si encuentran materia prima, y en que caso afirmativo empezaría la maquinaria a hacer los sondeos; me consta que no se han hecho, además si se hacen bien las cosas esas prácticas no tienen porque liberar sismicidad”.
La otra polémica a raíz del terremoto de Ossa es la de la conveniencia o no de instalar un almacén de residuos nucleares en Villar de Cañas (Cuenca), “la sismicidad depende del contexto geológico y el de Villar de Cañas no tiene nada que ver con el Campo de Montiel. Además las construcciones nucleares se proyectan para soportar magnitudes de siete a ocho grados en la escala Richter, algo que aquí no va a suceder”.