Mientras decenas de personas morían a seis kilómetros por un virus desconocido, una pareja de águilas imperiales, de las aves más amenazadas de la fauna ibérica, merodeaban por El Chaparrillo. Era abril de 2020, el mes con más muertos por coronavirus en Ciudad Real desde que empezó la pandemia; de confinamiento estricto, pero también el comienzo de una extraña primavera en la que el hombre se replegó para permitir prodigios de la naturaleza como este. ¡Águilas imperiales a pocos kilómetros de Ciudad Real!, “hubo mañanas que hasta parecía que las podías tocar de lo cerca que estaban”.
La anécdota es de Elena Crespo, veterinaria del centro de recuperación de fauna silvestre El Chaparrillo. Su colega Juan Andrés Ceprián la corrobora, “fue como estar en Sierra Morena, hemos sido unos afortunados al poder venir a trabajar esos meses y encima en un entorno como este”.
Un año después aquellas águilas no sobrevuelan a diario al centro, aunque es posible que hayan anidado cerca porque de vez en cuando se dejan caer por allí, pero El Chaparrillo mantiene el ambiente de remanso en el que viven de forma permanente 150 ejemplares de especies amenazadas, en su mayoría aves, con una media anual de 750 ingresos.
“Aquí todos los días del año tiene que haber como mínimo una persona, y durante la pandemia no ha sido una excepción”, explica Elena Crespo. Ella y su compañero Ceprián, el otro veterinario especializado en el manejo clínico, hicieron turnos de diez días en esos meses de confinamiento, junto con Domingo Aparicio, la persona que se encarga del mantenimiento, para no dejar desatendido este ‘hospital de fauna’, referente para la recuperación de especies en peligro de extinción en Castilla-La Mancha.
Referente en especies emblemáticas
En este centro de fauna que dirige Víctor Díez el grueso de las especies emblemáticas es muy superior al de sitios similares, incluida el lince ibérico, la última “estrella” de este lugar, desde las primeras sueltas del programa de reintroducción en 2014.
Pocas cosas han cambiado en el último año, “lo que no entró durante el confinamiento porque no había gente en el campo lo hizo después. En esos meses ingresaron pocos animales, pero en el balance global, 705, apenas hemos notado la diferencia”.
Las águilas, otro emblema de El Chaparrillo
Las aves, y dentro de ellas rapaces como las águilas de abril, forman el núcleo central del trabajo en El Chaparrillo, en el que tan importantes son los animales vivos, que entran por alguna herida, como los muertos. 529 fueron ingresos de ejemplares vivos el año pasado, mientras que se hicieron 145 necropsias.
Los meses de más entradas fueron junio y julio, con casi doscientos ejemplares en cada uno de ellos, sobre todo de aves, aunque hubo cuarenta y cinco mamíferos, catorce de ellos linces (en la atención a esta especie El Chaparrillo cuenta con la colaboración de un veterinario de campo).
La estadística también destaca la importancia de las labores de vigilancia de los agentes medioambientales de Castilla-La Mancha, que recogieron más de cuatrocientos ejemplares y los llevaron al centro. Ingresos de particulares hubo 196 y el Seprona de la Guardia Civil trasladó 33 animales.
La labor forense, tan importante como la cura
Conocido por las sueltas de rapaces tras las curas (incluso se hizo alguna durante el confinamiento), la labor forense de los veterinarios de El Chaparrillo “es casi tan importante o más”, remarca Crespo.
En esta faceta de la actividad se enmarca la necropsia de los cadáveres que recogen los agentes medioambientales para saber de qué murieron. También emiten decenas de informes periciales y defensa ante los tribunales, y son una pieza fundamental en el plan de lucha contra el veneno en la región.
“Aunque a mí me haga mucha ilusión liberar a un aguilucho ratonero o una golondrina que se recupere de algún trauma, entiendo que el tiempo que dedico a las necropsias es muy importante. Si gracias a esos informes de los agentes y nuestros se consigue que se cambie una línea eléctrica en la que se electrocutaban al año diez imperiales, pues hemos ganado mucho más que curando”, explica la veterinaria.
En la sala de necropsias de El Chaparrillo
Durante la visita de Lanza a El Chaparrillo, al comienzo de esta nueva primavera de 2021, por la mesa de disección de la sala de necropsias pasa un hermoso y aparentemente sanísimo ejemplar de cigüeña macho: se electrocutó hace unos días en un tendido eléctrico en Almagro, un tipo de accidente al que sobreviven pocos pájaros. “No es nada fácil recuperar a un ejemplar que ha sufrido una descarga eléctrica, lo menos es una amputación y en esas condiciones ya es difícil volver a liberarlos”.
Crespo cuenta hoy con la ayuda de Luis Ruiz Morote, veterinario titular de todos los servicios del centro de experimentación agraria, incluido el laboratorio pecuario. Está en El Chaparrillo ayudando con la fauna desde noviembre, una experiencia laboral que describe como “maravillosa y relajante”, alejada de cálculos y cuentas en un despacho.
Enfermedades de transmisión animal
La investigación de los cadáveres da para mucho más. Centros como este, con unos treinta años de actividad, se han convertido en centros de detección de enfermedades emergentes y potencialmente zoonóticas, esto es, procedentes de la fauna. ¿Les suena el origen del Covid-19?, pues estos son los únicos lugares en los que se hacen autopsias a animales salvajes a los que sería imposible acceder si no existieran.
“Desde la gripe aviar en 2005 las administraciones se dieron cuenta que era importante hacer necropsias, diagnosticar animales silvestres y dar la voz de alarma; y qué mejor que sitio que centros públicos como este por el que cada año pasan unos ochocientos ejemplares. Extraer muestras de su estado de salud o por qué murieron es de suma importancia”.
Esta actividad está reglada por el Plan Nacional de Vigilancia Sanitaria en especies silvestres, que hace una monitorización de virus aviares como el West Nile e Influenza aviar y colabora en diversos estudios para detección de patógenos. “Si en una de las sesenta cigüeñas que me entran al año detecto aquí o en el laboratorio que es un positivo en la cepa de gripe aviar las administraciones tomarían medidas”.
Puntos negros para la fauna
Otra tarea poco lucida pero relevante es la ingente recopilación de datos estadísticos relativos a los ingresos anuales. Mediante estas memorias se puede extraer información para localizar los puntos negros de las principales causas de ingreso (electrocución, veneno, disparo, atropello, colisiones, etc). “Si ahora mismo dispusiéramos, por ejemplo, de unos fondos para invertir en la mejora de un tendido eléctrico, bastaría con llamarnos y pedirnos un informe de los lugares críticos, en los que más electrocuciones se producen”.
El paso para nutrias de Peralvillo
Esto que comenta la reconocida veterinaria de El Chaparrillo ya ha pasado en Ciudad Real. En 2017 se adecuó un paso de fauna para nutrias en Peralvillo (Miguelturra), hasta ese momento quizá el principal punto negro de atropello de nutrias de la península era este. Antes de la intervención se habían registrado treinta cadáveres en diez años en la zona, desde que se adaptó el paso no ha vuelto a pasar.
Los chequeos, el diagnóstico, las curas y rehabilitaciones son el día a día, sobre todo en los meses más cálidos del año, que se aprovechan para hacer liberaciones divulgativas, “en julio y agosto, cuando nos encontramos con doscientos o trescientos animales para liberar vamos a la zona en la que se encontraron y damos una pequeña charla para concienciar de la importancia de cada especie, desconocidas muchas veces para los habitantes de los pueblos en los que tienen su hábitat”.
De la educación ambiental (El Chaparrillo suele organizar visitas para escolares, sustituidas en el último año por paseos guiados para grupos reducidos) el equipo veterinario se encarga solo cuando un particular aparece con un ejemplar de alguna especie amenazada, “ya que se toman la molestia de venir les enseñamos esto, les explicamos lo que hacemos aquí y les recomendamos cómo actuar con animales salvajes en apuros”.
Golpes, electrocuciones, disparos y veneno
Ni en la pandemia ni fuera de ella han variado mucho las causas por la que un animal salvaje acaba en El Chaparrillo: traumatismos por golpes de todo tipo, atropellos, caídas, alambradas. Luego estarían las electrocuciones de consecuencias letales casi siempre. Por disparo y envenenamiento cuantitativamente no son muchas las aves que ingresan al año, pero estas muertes sí son evitables, “eso no puede ser un accidente, es una persecución”, remarca la veterinaria que no entiende que estas prácticas no estén erradicadas del campo ciudarrealeño.
Los disparos, la patología que “da más rabia”
“Los disparos no siempre son recuperables y nos da rabia porque significa que ha habido una persecución directa al animal, como pasa con el veneno o las trampas; a lo mejor son quince o veinte casos al año, depende de lo que se busque. Siembre son puntas de un iceberg, si a nosotros nos entran veinte disparos, con lo difícil que es encontrar a un animal en esas condiciones y traerlo aquí, es que en el campo hay doscientos”.
Más de medio millar de los ingresos el año pasado fueron de aves, sobre todo rapaces diurnas y nocturnas, pero hasta El Chaparrillo llegan todo tipo de animales como lagartos, sapos, galápagos, alguna tortuga exótica que pierden sus dueños, y dentro de los mamíferos linces (catorce en 2020), erizos, garduñas, ginetas, zorros, musarañas, tejones, nutrias, algún gato montés y en el último año una diminuta comadreja.
Llamar al 112
“Cualquier ejemplar de especie protegida es mejor que esté aquí cuanto antes, con personal que sabe atenderlos y animales de su especie, nada de llevárselo a casa, eso es ilegal y no es bueno para ellos”, recomienda la veterinaria. Lo mejor con especies heridas en peligro de extinción es avisar al 112 o al teléfono del centro y los agentes medioambientales se encargan.
Una comadreja de 20 gramos
El año de la expansión de la naturaleza frente al repliegue humano ha dejado dos hitos de recuperación en El Chaparrillo. Por un lado el elanio común enganchado en un vallado de espino que se pudo liberar restablecido hace un mes en el parque nacional de Cabañeros, y por otro una cría de comadreja diminuta, de 20 gramos, que ha salido adelante y se ha marchado a un centro especializado en Madrid. Lo cuenta Juan Andrés Ceprián: “Nos llamó una chica diciendo que sus perros habían encontrado la cría de un animal extraño, que no sabía lo que era. Pasaron el aviso a los agentes medioambientales y nos lo trajeron, comprobamos que era una cría de comadreja, se ve que la madre estaría cambiándolo de lugar, se asustó con los perros, y lo dejó en el camino”.
Sacar adelante a la pequeña comadreja ha sido todo reto para este pequeño equipo científico, pero lo han conseguido. “Si tú crías una especie salvaje su comportamiento se ve alterado, se troquela y no se puede devolver al campo, hay que valorar el estado en el que está. Por suerte en el centro de Grefa en Madrid tenían un proyecto para un control de topillos, una plaga que asola muchos campos de Castilla y León, empleando métodos biológicos como el de la comadreja en vez de recurrir al veneno”.