Engarzó con su discurso sereno, con sus palabras sentidas y profundas, una oda a La Mancha y Tomelloso, al arte de los López, pero sobre todo a la estrecha e indeleble relación entre maestro y alumno. Comenzó proclamando su relación con Tomelloso gracias a “héroes con cuya amista me honro” como Valentín Arteaga, Jaime Quevedo y Antonio López García. “Muy pocos pueblos en el mundo pueden presumir de acabar sus fiestas con un acto de exaltación de la cultura como este, algo que les hace únicos a ustedes”. Señaló la Mantenedora que su deuda con Tomelloso será eterna a partir de ahora “no solo porque mi nombre se una a una lista de personalidades más que ilustres, sino porque La Mancha me hierve el corazón. Sus cruces de caminos explican mejor que otro paisaje lo que es la vida humana”.
En el diálogo platónico “Alcibíades”, Sócrates afirma que “la relación entre un maestro y su discípulo es siempre un amor correspondido”. Se trata, detalló Guaita, del vínculo más profundo de la vida, “porque transforma a ambos”, a maestro y alumno. Un amor, “que, como el paisaje de La Mancha, siempre es sincero. Por eso está creado para ser cantado por poetas y plasmado por pintores”. Esa relación sincera es la que se profesaban Antonio López Torres y Antonio López García y que la Mantenedora ensalzó con acertadas palabras. “Estuvieron unidos por la genética de artistas, pero también por la admiración mutua y el cariño que se profesaban”.
Unidos por las mismas vivencias
Antoñito a los seis años ya veía pintar a su tío y le sirvió de modelo, y tal vez en ese momento se forjó su vocación de artista, relató Guaita. “Tío y sobrino compartían el pan y la sal” y el maestro veía como el niño copiaba láminas “y lo dejaba hacer porque era sabio. Sabía cuándo intervenir para no aplastar la vocación del niño”. Hasta que “en una inolvidable mañana de 1949”, el maestro, el tío, el artista, hizo que el pequeño Antonio pintará un bodegón del natural “y sintió que era pintor y lo sería el resto de su vida, que a partir de entonces pintaría siempre del natural, de pie y con los colores de Tomelloso, como su tío”. Con 12 años, el incipiente artista viaja a Madrid para formarse, López Torres repetía con Antoñito la influencia de Pigmalión que había tenido sobre él Ángel Andrade, subrayó la Mantenedora. “A partir de entonces, tío y sobrino se seguirían encontrando, pero solo en vacaciones”.
Antonio López García, expuso la Mantenedora en otro pasaje del discurso, “nunca ha dejado de agradecer la oportunidad que le brindó su primer maestro, con un inteligentísimo y sabio homenaje cotidiano”. Ambos permanecen unidos por el arte, pero por contemplar los rápidos amaneceres de la mancha, tan saturados de horizonte como de trinos de pájaros”. Antonio y Antonio, tío y sobrino, maestro y discípulo, están indeleblemente unidos por las mismas vivencias, “por contemplar un arcoíris completo después de la lluvia. Por el privilegio de poseer el mismo talento, de atesorar el carácter sincero de un pueblo en el que no hay recovecos para esconderse”.
Tras felicitar a los premiados, Carmen Guaita proclamo que lo que vemos en los cuadros los grandes artistas “es la verdad, que cuando no se oculta es el bien”. Señaló en ese sentido que “sin la verdad no podemos vivir. La función de los artistas es iluminar la verdad”. Un cuadro, dijo, es más que un objeto, es un símbolo “que nutre el espíritu, que nos abre las posibilidades del alma”. El arte de los López “les interpela porque nos muestra su verdad del alma”.
Así que, “Antonio López Torres, oficiante de la verdad, impulsor no solo de la pintura española sino de la historia universal del arte, ¡cuánto, cuánto te debemos!”. En esta tierra donde se cruzan todos los caminos, hollada por todos los pueblos “se puede emplear para darle las gracias un poema de la antigüedad clásica, de la cual ustedes los manchegos son descendientes directos. Con permiso de todos los escritores y artistas de Tomelloso y “los premiados esta tarde”, dedicó y recitó al maestro de la luz un poema de Catulo, “Inolvidable Alio”.
Carmen Guaita recibió una gran ovación del público del Marcelo Grande.