La obra es un thriller —que al periodista, salvando las distancias, le ha recordado las celebradas “Historias para no dormir” de Ibáñez Serrador—, que juega con la realidad y la ficción. Un montaje con solo dos personajes en escena, Miguel Ángel Perales y Ángel Berzosa, dirigidos por Miguel Ángel Berlanga, que ha cumplido, sin duda, la famosa sentencia de Gracián: lo bueno si breve, dos veces bueno.
Al inicio de la representación, Miguel Ángel Berlanga, ha dado las gracias a todos los que han hecho posible que Carpe Diem llegue a sus primeros veinticinco años. Emocionado, el director se ha acordado de todo el mundo, desde la primera representación. Ha tenido un emotivo recuerdo para Pedro Marta “que está en el cielo” y le ha dedicado el primer estreno en el que no está presente.

Y se ha levantado el telón… durante algo más de una hora, la magia del teatro se ha apoderado de los presentes. Sin tregua, “El veneno del teatro” ha hablado —y los actores lo han dejado claro con su actuación— de la pasión por el arte de Talía, que es la vida misma, uniendo realidad y ficción con una difusa línea en la que no se sabe donde acaba una y empieza otra. Todo ello con una escenografía justa, atractiva pero sin estar por encima de los actores; suficiente.
La función comienza con equívocos y parte del encuentro entre un hombre poderoso, un marqués, a quien da vida Miguel Ángel Perales y un famoso actor teatral. Gabriel de Beaumont, de quien hace Ángel Berzosa. Buscan discernir acerca de las dos teorías teatrales de la Ilustración (época en la que se desarrolla la obra), la identificación con el personaje o la exteriorización del mismo.
Gabriel de Beaumont, un famoso actor, es invitado por el Marqués, un aristócrata famoso por sus aficiones extravagantes, a visitarlo en su palacio. Le va a encargar la interpretación de una obra sobre la muerte de Sócrates, escrita por el propio noble. Nuestro actor comprobará pronto que todo es una trampa, el noble lo va a someter a un experimento (“fisiológico”) sobre realidad y representación, sobre la muerte.

Berzosa y Perales se enfrentan en un magnífico duelo interpretativo, ¿quién se atrevería a a menospreciar el teatro aficionado? Cada uno en su papel, cambiando de registro cuando llega el caso, actuando con solvencia, con contención… Ángel Berzosa está perfecto haciendo de Beaumont —con numerosos cambios de tono y actitud— y Miguel Ángel Perales, frío, enigmático, peligroso por momentos, borda al aristócrata amoral.
El montaje de Berlanga nos envuelve en una atmósfera fría y de distanciamiento de los personajes, no toma partido por ninguno, ni los juzga: nos los expone con crudeza.
Cuando ha caído el telón el público ha prorrumpido en una gran ovación, los actores han saludado en repetidas ocasión, incluso el director ha tenido que subir al escenario. Ha sido una gran noche de teatro.