Esta primera cueva es de pequeñas dimensiones y responde a la ampliación que tuvo que llevar a cabo el abuelo Francisco ante la necesidad de más envase.
“Mi abuelo no poseía tierras, -explica Javier Lozano-, pero compraba uva para elaborar vino. Recuerdo ver todos los aparatos que tenía para la elaboración y la báscula en el patio”. El actual propietario recuerda con cariño aquellos juegos infantiles dentro de la cueva en la época de verano, algunas celebraciones con amigos y la sensación agradable por la temperatura o el delicioso vino que probaban.
Nuestro fiel experto en cuevas, José María Díaz, explica que ante la imposibilidad de ampliar esta cueva por falta de espacio, “los picadores adoptaron una inteligente solución de hacer otra desde la mitad de la escalera. A primera vista parece que las cuevas están a distintos niveles del suelo, pero no es así. Son dos cuevas hondas, aunque de características muy diferentes”.
Las tinajas de cemento están impecables, “parece como si las hubieran hecho ayer mismo”, -señala José María-, que repasa visualmente todos los elementos de la construcción, el techo, que se encuentra en la pura tosca, el empotrado, el balaustre o las pozatas que siempre socorrían al vinatero en el caso de que el preciado liquido se derramara.
Por una rampa, no demasiado empinada, accedemos a la otra cueva que contiene 17 tinajas, la mayoría de barro. Las de cemento vinieron a sustituir a otras de barro que, de vez en cuando, reventaban. Esta cueva es mucho mayor que la visitada en primer lugar, limpia, muy bien conservada y sin reformas posteriores que hayan alterado su original encanto. En uno de los extremos de la cueva vemos una larga escalera condenada, a causa de una partición de propiedades, también las tres lumbreras por donde se introducían las tinajas. Se observa claramente el relleno que se metía después para reforzar la estructura.
A la hora de determinar la fecha de construcción de la cueva, el propietario nos aporta un dato clave; la casa es de 1901. La cueva más antigua pudo construirse a principios del XX y la ampliación posterior en los años treinta. Son muchas las tapas de anea con las que se cubrían las tinajas las que vemos por los rincones. “Aquí se lleva más de sesenta años sin hacer vino, aunque en campañas de gran cosecha, se ha alquilado”.
Curiosa y bonita al mismo tiempo la historia profesional de esta familia de abogados, la del abuelo Francisco que no era terrateniente, pero que estaba muy apegado al sector al trabajar como empleado en la bodega de Jonás Torres y aún más atrás la del bisabuelo Salustiano, que era herrero. Pocos antecedentes agrícolas en la familia que, paradójicamente, puede presumir de contar con una de las cuevas más auténticas de la ciudad.
