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28 marzo 2024
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Las tradiciones a buen recaudo en la cueva de Vicente Palacios

de
Carlos Moreno / TOMELLOSO
Es cierto que muchas cuevas pasaron a mejor vida y que otras se abandonaron en Tomelloso, pero no es menos cierto que ha habido propietarios que se han aplicado celosamente en conservar estas joyas de la arquitectura del subsuelo, unas singulares construcciones que, tras años de injusto olvido, vuelven a valorarse en su justa medida.

Así es el caso de Vicente Palacios y Loli Campos, fieles defensores de las tradiciones tomelloseras, que nos han mostrado  la cueva de su casa en la calle Desengaño. Construyeron la vivienda y lejos de caer en la tentación de condenar la cueva, la restauraron con mucho gusto, algo que les llevó mucho trabajo y tiempo. José María Díaz nos ofrece unos valiosos datos sobre la cueva, que debió construirse a principios del XX en una calle de la ciudad, que en proporción a sus metros, es la que mayor número de cuevas contiene. Además, nos encontramos en una de las zonas de Tomelloso con mayor grosor de tosca.

Nada más descender por la cueva observamos la impecable reforma que los propietarios dieron a una cueva que originariamente perteneció a Margarita y Santiago, abuelos paternos de Loli. Apenas llevamos unos cuantos peldaños cuando aparece un sótano fresquera donde tan bien se conservaban y se conservan los alimentos.

Serán muchos los aperos y útiles de trabajo de tiempos pasados los que iremos viendo. Vemos un pellejo donde se transportaba el aceite, de esos que los famosos ciclistas estraperlistas tantas veces  llevaron en el porta de sus bicicletas y un trozo de trilla sobre el que se han clavado con mucho ingenio trozos de herraduras que forman la palabra Tomelloso. De las paredes cuelgan varias fotografías antiguas de chimeneas, escenas de vendimia, siega y uno de los últimos bombos que construyó el Hermano Cota, también vemos una romana que Vicente encontró, casi de casualidad, ¡persiguiendo a un gato! “La mayoría de las cosas son de mi suegro. Esta romana supone una magnífica obra de artesanía y le tengo mucho cariño”.

También nos llama la atención algunos cantaros de leche, pleita para hacer quesos, antiguas llaves, tijeras de podar…y algo de lo más curioso, una baranda en la escalera que procede las llamadas artes de las trillas que se utilizaban para dar la vuelta a la parva.

Ya hemos llegado a la cueva, de pequeño tamaño, de las que solían denominarse “pichuleras”, como bien precisa José María. Contiene cuatro tinajas de barro, de trescientas arrobas de capacidad, además de una más pequeña, la del gasto, y otra aún más pequeña que venía a ser la del vinagre. En una de estas tinajas hay un codo para trasegar con las mangueras. Colgado en la pared aparece uno de esos picos que se utilizaban en la construcción de las cuevas.  Lo miramos y no podemos evitar imaginar el gigantesco trabajo de picadores y terreras.

Entre las tinajas, que no son exactamente iguales,  hay un pequeño empotre y el techo está en la tosca, conservando su color ocre y horadado por una lumbrera que delata claramente el hueco circular por donde bajaban a las tinajas. “Ese trabajo habría que verlo, -señala Vicente, un trabajo que exigía maña y fuerza”.  Nos cuenta el propietario que la cueva albergaba un antiguo depósito de cemento con tres compartimentos,  pero decidió quitarlo “porque ganamos en amplitud y estética de la cueva”. La construcción fue reforzada con dos columnas que se colocaron de una manera que no afectan a la estética de esta bonita  cueva.

En un rincón asoman nuevos aperos que son también auténticas joyas etnológicas: un escobón de era,  un rastro, horquillos de cargar mies,  una pala de era, una garrucha, una vertedera  de balancín, un horcate, un remecedor del vino y los ganchos de subir las serillas, entre otros. “Quiero ir poniendo alguno más, pero tampoco demasiados, me gusta que haya espacio libre entre las cosas”.

Otra prueba del amor a las tradiciones del propietario es que la caída de un pedrusco le destrozó una de las tinajas, pero Vicente con paciencia y gran habilidad la acabó recomponiendo. Los peldaños de la escalera también fueron arregladas, lo mismo que el suelo de la cueva. El pocillo lo taparon y la forma de una de las paredes, en forma de panza invertida, enseña claramente que la cueva cobijó más tinajas. Hace también un bonito efecto el contraste entre el ocre del techo con el blanco de las paredes encaladas.

Otra maravilla

Pero la visita no acabará en la cueva de Vicente Palacios que, con gran amabilidad, nos lleva a otra cueva que no está muy lejos de allí. Es la de sus suegros, Jesús Campos y Lola Jiménez, que también contiene una original fresquera, justo al entrar. Nos quedamos asombrados cuando bajamos y contemplamos una maravillosa cueva, de forma circular y tamaño pequeño. Sus ocho tinajas  de cemento están numerosas y policromadas, unidos por un empotre de lo más artístico con estrellas, plafones, ménsulas y unos rabos estriados pintados de blanco, rojo y azul. En las tinajas se reproduce en relieve una copa. José María presume del trabajo que él y su padre hicieron en esta cueva

La cueva se construyó en los años cuarenta. Ana Palacios se fija en los arcos de la parte de arriba, muy bien construidas. Arriba vemos las bocas de las tinajas que son de 450 arrobas de capacidad. Por allí anda la escalera que utilizaban los vinateros  y las pajuelas de azufre que se ponía para desinfectar. Y un último elemento curioso, una tapa de las tinajas que es de madera, que eran más antiguas que las de anea y goma que llegaron después.

Concluimos la visita a estas dos cuevas de la misma familia que nos ha encantado, y aún más la cercanía y hospitalidad del propietario. Cuando subimos arriba, José María sentencia alto y claro: “las cuevas son la esencia de Tomelloso” y tiene toda la razón.

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El acto levantó mucha expectación / C. Moreno
Cueva de Tomelloso
Javier Navarro
Fotografía publicada en Mundo Gráfico, 21-01-1914. Llegada del tren a Argamasilla de Alba  en su viaje inaugural.
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