Fue en los años 70, o quizá antes, no lo recuerda bien, cuando Daniel Roncero empezó a coleccionar utensilios, herramientas, aperos, todo tipo de enseres y objetos antiguos, la mayoría relacionados con la cultura tomellosera. Muy conocido al regentar durante muchos años un comercio en la calle del Monte y también por sus años de pertenencia a la directiva de la Hermandad de la Virgen de las Viñas, Roncero se ha pasado el merecido descanso de su jubilación recopilando útiles y objetos de gran valor que guarda en su casa y en otra, también de su propiedad, que está justo enfrente. Aunque dispone de mucho espacio, todo está lleno de cosas, a cual más curiosa. La mayoría de los oficios y tradiciones de Tomelloso están representados en este maravilloso museo.
Lo curioso es que Daniel Roncero no ha promocionado apenas este museo, aunque le encanta que la gente venga a verlo. “Aquí disfruto mucho, se me pasan las horas sin darme cuenta. Me gusta mucho lo antiguo y todo lo que tenga que ver con la cultura y tradiciones de nuestro pueblo. Yo me dediqué al comercio pero viví también muy de cerca el oficio de agricultor por mi padre”, -señala-. Hay tantas cosas que no da tiempo a procesar lo que uno ve: colecciones de radios antiguas, televisores, juguetes antiguos, uniformes del ejército, instrumentos musicales, revistas, periódicos, fotografías, folletos de cine y teatro y herramientas, muchas herramientas. Los periodistas de Lanza, un gráfico y un redactor, no damos abasto con este inmenso material que nos traslada a épocas pasadas y que nos permite admirar el ingenio de unos hombres y mujeres que sabían fabricar la herramienta o útil que mejor resolvía sus problemas.
Nos ha pedido Daniel Roncero que le sigamos y llegamos a una cocinilla antigua de cuyas paredes cuelgan los arreos de las mulas y algún que otro objeto curioso como un gorro “que utilizó mi padre en la guerra civil para protegerse del sol”. No muy lejos de allí vemos una destrozadora, dos bombas y una prensa, en impecable estado de conservación, además de tinajas de varios tamaños, varias medias fanegas, un fuelle del año 1881…Preguntamos a Roncero como ha ido recopilando todo este valioso material y nos cuenta que “siempre ha estado muy atento a casas de amigos y conocidos que iban a tirar. Como no querían saber nada de los que había dentro yo lo recogía. Es una lástima todo lo que se ha perdido, no saber apreciar el valor que tienen estas cosas”, -lamenta-.
¿A qué le da más valor de todo lo que tiene? Le preguntamos y Daniel responde que “a un carro pequeño con toldo de carrizo que tiene más de cien años”. Esta este carro y algunos más, entre ellos una tartana. Seguimos caminando y observando; candiles, cencerros, botijos, molinillos de café, instrumentos que se utilizaban en las matanzas, estufas, baúles, artesillas, bicicletas, calderas de cobre, cunas o el libro mayor de contabilidad de una bodega, palas de era para aventar, rastros de madera, serillas, espuertas, zafras de aceite, bombonas, sillas de anea, escobas, escobones, zaques, baleos peludos, bastidores para bordar, maletas de madera y cartón, cajas fuertes, triciclos y coches infantiles que iban a pedales, muebles de antiguas oficinas, un futbolín y hasta unos cañones de fabricación casera. Especial mención merece una colección de motocicletas antiguas donde hay auténticas joyas; una Guzzi, una Ducatti, una Ossa y otra que nos llama la atención, la denominada mósquito que se adaptaba a bicicleta una vez que se acaba el combustible. Acto seguido tira de una lona y nos enseña unas preciosas maquinas de coser antiguas, y entre ellas, las que utilizaban los zapateros. El museo ya lo han visitado algunos concejales del actual Equipo de Gobierno del Ayuntamiento que le han propuesto algún tipo de acuerdo para que parte de ese material se pueda lucir en un museo público y lo pueda disfrutar la gente del pueblo. “De momento, todo esto lo disfruto yo, cuando yo no esté, pues que hagan lo que quieran”, -señala con cierto tono de humor-.
Gabriel Roncero nos cuenta que en un solar tiene también varios tractores. Nos cruzamos a su antigua tienda y no puede evitar un sentimiento de nostalgia, “vendíamos de todo, hasta petróleo y picón”. Por las estanterías asoman aquellos gigantescos botes de Cola Cao y otros productos que venían en cajas de chapa. Seguimos admirando lo que vemos, ahora una colección de básculas que muestra la evolución de este instrumento tan esencial para los comerciantes. Nos despedimos con la agridulce sensación de lo rápido que hemos visto un museo que merece una visita mucho más reposada. Las prisas del oficio nos impiden estar más tiempo, pero volveremos a ver este espectacular museo que con tanto trabajo y paciencia ha ido construyendo, Gabriel Roncero. Una maravilla.