Lanza ha vuelto a toparse con una terrera. Dar testimonio del gran trabajo que realizaron aquellas valientes mujeres, más que una inquietud periodística es una obligación. Generaciones más jóvenes deben conocer ese impresionante legado de esfuerzo y sacrificio, que tan decisivamente contribuyeron al despegue de Tomelloso gracias a las cuevas, la sabia solución que permitió criar y conservar el vino en excelentes condiciones de luz y temperatura.
Milagros Clemente tiene 88 años y fue una de aquellas esforzadas terreras que se quedaron sin infancia. “Estuve desde los 14 a los 20 años de terrera. Lo dejé al casarme con 20 años”, recuerda haciendo un gran esfuerzo de memoria. Sus recuerdos presentan algunas lagunas, pero Milagros, a la que acompañan sus hijas Milagros y Gregoria, va contando con generoso esfuerzo los capítulos de su vida sin poder ocultar su emoción.
Milagros fue terrera, pero también trabajó en el campo y en el monte en una familia muy trabajadora. Su marido, Jesús Rodrigo, fue picador y trabajaron juntos en las cuevas, y aunque no lo recuerda con precisión, puede que lo conociera en este trabajo. Y su suegro, Víctor Rodrigo, apodado “Gorrufo” fue el picador que más cuevas construyó en la ciudad, además de empedrador de calles. Es más, a veces trabajaban en pueblos de la provincia de Cuenca. En aquellos tiempos, picadores y terreras solían ser familia.
Recuerda trabajar durante todo el día, mañana y tarde; sacando la tierra con la maroma y un capazo y no ponerse nada en las manos. Pero las manos acababan sangrando “y había que protegerse a base de jirones de tela. Las espuertas que utilizábamos en el trabajo eran de pleita, con capacidad para cargar 25 o 30 kilos de tierra.”. Recuerda otros elementos de su trabajo como un palo redondo y la garrucha, para subir las espuertas. Dice que se llevaban la comida al corte en jornadas maratonianas para ganarse el sustento.
Según explica Milagros “éramos pocas las mujeres que trabajábamos de terreras. Yo empecé a ir a trabajar de terrera con sus primas porque necesitaban gente. Ellas pronto se cansaron y yo continué”. De su trabajo en el monte, explica que hacían picón. “A las personas que trabajan nos llamaban montesinos y nos dedicábamos a la limpieza del monte”.
Con la llegada de las cooperativas dejaron de construirse cuevas en Tomelloso. De este modo, Milagros y su familia tuvieron que buscar trabajo en otras latitudes y se fueron a Alicante. Cincuenta años lleva ya la familia en tierras levantinas, pero siempre que pueden vienen a su casa de la calle del Codo. Antes de despedirnos nos muestran fotografías de cuadrillas de vendimia, de su trabajo en la cueva de los Fernández o al abuelo Víctor empedrando calles. Fotos que reflejan el esfuerzo de aquellos hombres y mujeres que no se amedrentaron ante nada, por muy duros que fueran los trabajos. Para este periodista, la arquitecta Ana Palacios, que nos acompaña, y el último tinajero de Tomelloso, José María Díaz, ha sido muy emocionante conocer a Milagros.