Un estudio desarrollado en Barcelona y su área metropolitana por el grupo de investigación en Toxicología de Fauna Silvestre del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC) -centro mixto de investigación dependiente de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM), la Junta de Comunidades y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas-, el Servicio de Ecopatología de Fauna Salvaje (SEFaS) de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agraria de la Universidad de Lleida ha revelado que las poblaciones urbanas y periurbanas del jabalí presentan una elevada prevalencia de rodenticidas anticoagulantes de segunda generación, según un comunicado de la UCLM.
Los rodenticidas anticoagulantes son compuestos químicos sintéticos que se han esparcido activamente por los campos agrícolas y ciudades para controlar las poblaciones comensales de roedores. Los de segunda generación (conocidos como SGARS, Second-Generation Anticoagulant Rodenticides) fueron introducidos en la década de los años 70 del siglo XX después de conocerse la resistencia que desarrollaban los roedores a los de primera generación, de modo que proporcionan una única dosis letal más afectiva, pero son mucho más persistentes. Estos biocidas, que son altamente tóxicos, provocan una hemorragia letal en los roedores expuestos a dosis agudas lo suficientemente elevadas.
Transferencia a la cadena alimentaria
Su acción tóxica no solo afecta a los roedores. Al ser sustancias muy persistentes, su bioacumulación en los tejidos internos de los animales expuestos facilita su transferencia a lo largo de la cadena alimentaria, generando un riesgo de intoxicación secundaria en las especies no diana que ocupan los eslabones tróficos superiores, como puede ser el jabalí.
Como animal omnívoro y oportunista, el jabalí puede verse expuesto a los rodenticidas anticoagulantes de segunda generación de forma directa, mediante el consumo de cebos envenenados; o de forma indirecta, a través de la ingestión de cadáveres de roedores u otros animales muertos por intoxicación.
Riesgo mayor en las áreas densamente pobladas
Según explica la Universidad, el estudio muestra que la exposición del jabalí a los SGARs depende del grado de transformación que ejerce el ser humano sobre el hábitat, siendo mayor en las áreas más densamente ocupadas por las personas.
Según los resultados, el 61 y el 40% de los jabalíes que habitan la ciudad de Barcelona y su área metropolitana, respectivamente, presentan residuos de SGARs en el hígado y en el músculo, principalmente de bromadiolona y brodifacoum. La acumulación de estos biocidas es especialmente notoria en el hígado, donde se alcanzan niveles superiores al umbral asociado a la aparición de hemorragias internas en casi el 14% de los animales analizados.
En zonas que albergan altas densidades de población humana, como Barcelona y su entorno periurbano, los SGARs se usan de forma intensiva para el control de las poblaciones de roedores comensales, por lo que estos resultados sugieren que los jabalíes que habitan áreas urbanas y periurbanas podrían ser consumidores relativamente frecuentes de cebos envenenados y de cadáveres de roedores envenenados o incluso de sus depredadores, como los gatos.
Seguridad alimentaria
El trabajo, según los investigadores, tiene una especial relevancia en el ámbito de la seguridad alimentaria, ya que el jabalí es una especie cinegética cuya carne se destina al consumo humano. En este sentido, solo el 12% de las muestras de carne acumulan niveles detectables de rodenticidas, y en todos los casos son lo suficientemente bajos como para no suponer un riesgo derivado de su consumo.
Por el contrario, los resultados obtenidos desaconsejan el uso del hígado de jabalí como producto alimentario cuando éste proceda de áreas sometidas a un uso intensivo de SGARs, siendo necesario una evaluación más profunda del riesgo de salud pública.
La investigación también compara las proporciones de las formas químicas acumuladas en los tejidos de los jabalíes respecto a las que tienen los cebos comerciales, ya que cada forma química de un SGAR puede tener propiedades toxicocinéticas distintas que determinen su mayor o menor metabolismo y persistencia.
A diferencia de lo que sucede en los roedores, en los que uno de los diastereómeros se acumula más que el otro, en el hígado del jabalí ambos se encuentran en proporciones similares a las presentes en los formulados comerciales.