J. Y.
Ciudad Real
Una de las manifestaciones religiosas más intensas de la Semana Santa de Ciudad Real volvió a sobrecoger un año más en la madrugada de este Jueves Santo.
Desde el inicio del recorrido procesional, con su puntual salida a las 3 horas desde la Parroquia de San Pedro, las secuencias que protagonizaron los cientos de hermanos de la Cofradía del Cristo de la Buena Muerte y de la Virgen del Mayor Dolor (Silencio) fueron emotivas, tanto por su manifiesta devoción, como por el estricto silencio que profesan.
Esta entrega se transmitió a las miles de personas que contemplaron el transcurrir del Cristo de la Buena Muerte, en la cita de este año sin trono y portado sobre el crucifijo a un hombro, y de la Virgen del Mayor Dolor (que estrenó las tulipas), portada por una cuadrilla mixta de 42 personas.
Pilar Ruiz, mayordoma de la cofradía, indicó que el desfile procesional, que se alargó hasta pasadas las 7,30 horas, cumplió en la calle su principal dedicación como es “la oración, la penitencia y el silencio”.
Además, este “testimonio de nuestra fe y nuestra actitud de oración y penitencia” fue acompañado, una vez más, del rezo del Vía Crucis centrado este año en las enseñanzas de Santa Teresa de Jesús. De ahí que presidiera la procesión el fraile carmelita Javier Moreno, que desfiló con el hábito de su comunidad y la capa blanca, símbolo de la Virgen María.
A la “novedad” de sacar al Cristo sin trono, este año la hermandad ha recuperado la tradición de ambientar el escenario procesional con incienso delante del Cristo de la Buena Muerte.
La emblemática procesión del Silencio volvió a revivir el espíritu franciscano que inspira a la cofradía y a los 1.700 hermanos que pertenecen a ella.
Los hermanos con cadena causaron mayor el impacto entre los fieles por el ruido que rompía el silencio al arrastrar el pesado metal, al igual que quienes portaban cruces sobre los hombros pusieron de manifiesto el principio penitencial que imprime el sentido religioso de la primera procesión del Jueves Santo.
La Virgen, salió adornada con margaritas blancas, alhelíes y las calas calas blancas que recuerdan a los hermanos fallecidos en el último año y tanto a la entrada como a la salida del templo tuvo un acercamiento con su Hijo, como anticipo del amor filial roto por la crucifixión y renovado con la resurrección.
El recogimiento de la larga procesión, con el cadencioso y sutil ritmo de las cajas, y que tan solo se rompió con el canto de las hermanas de La Cruz, se extendió como muestra de la religiosidad que Ciudad Real vive estos días.