Los medios de comunicación de masas son los responsables de transmitir las noticias de interés social, económico y político. En temas relacionados con la violencia hacia las mujeres su papel es clave a la hora de enfocar e interpretar en pocas líneas y minutos la forma en que operan las desigualdades de género y las resistentes prácticas de carácter sexista, normalizadas en la sociedad.
No es fácil ofrecer una información sobre este tipo de hechos, en un gran porcentaje con consecuencias luctuosas, sin caer en una visión parcial y culpabilizadora de las víctimas, dado que los propios periodistas, como espejo de la sociedad, trasladan a la opinión pública los estigmas machistas que desde pequeños han interiorizado.
Hasta hace pocos años era habitual leer o escuchar aberraciones informativas que disculpaban soterradamente al maltratador por entender que la violencia machista era un problema del ámbito de lo privado, pero gracias a la alerta feminista activada a finales del siglo XX, los profesionales han ido cambiando el enfoque y han visualizado el fenómeno en toda su complejidad.
En la misma línea, una mayoría de medios han conseguido ser espacios libres tanto de una explícita publicidad sexista -tras la eliminación de páginas de contactos- como de otros anuncios en los que la mujer era proyectada en una posición subordinada respecto al varón, tanto en el lenguaje como en la imagen.
Buena parte de este éxito se debe, en parte, a la labor del movimiento feminista, al haber puesto la desigualdad en la agenda mediática, y también a la concienciación intuitiva de los propios redactores y a las pautas recogidas en los códigos éticos, elaborados para introducir la perspectiva de género en la mirada periodística.
¿Pero cuál es el papel de estos códigos de autorregulación dirigidos a contribuir a la erradicación de la violencia de género?
¿Cuál es su influencia en los medios?
Para Aurora Edo, investigadora en formación de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia, la profusión de este tipo de materiales deontológicos, “no parece corresponderse con la praxis periodística”.
Al parecer, “existe una preocupación por el cómo los informadores abordan esta temática”, aunque los resultados sean cuestionables.
Es una de las conclusiones de una investigación en la que Edo, actualmente inmersa en una tesis doctoral sobre dichos códigos, participó y en la que se analizaron todas las noticias sobre asesinatos machistas publicadas durante 2017 en los diarios nativos digitales El Confidencial, OkDiario y El Español (sin perspectiva de género) y eldiario.es y El Huffington Post (con perspectiva de género).
Al parecer, el promedio calificador de las noticias analizadas fue de 10,70 puntos de un máximo de 21 posibles, lo cual, según la herramienta de valoración empleada, se correspondió con una calidad deontológica ‘media’.
Para las investigadoras Irene Liberia Vayá, Belén Zurbano Berenguer y la propia Edo, autoras del trabajo todavía sin publicar, “los diarios considerados feministas presentaban una calidad media superior a los que no sostienen esta perspectiva igualitaria”, a la hora de enfocar las noticias sobre ataques a mujeres y los feminicidios.
Mapa amplio y variado
El mapa deontológico para trasladar de manera acertada desde los medios la dimensión de violencia de género “es sin duda amplio y variado”, comenta Edo, que ha estudiado 43 códigos procedentes de diversos puntos de España. El primero fue el publicado por el Instituto Andaluz de la Mujer en 1999, tras el asesinato machista de Ana Orantes dos años antes.
Se trata de recopilaciones monográficas sobre violencia machista y medios de comunicación, con el objetivo “de orientan a los periodistas en un tratamiento riguroso, serio, respetuoso y ético de los casos de malos tratos y asesinatos de mujeres”, que a la sazón no están calando entre los profesionales.
Conformados en códigos, manuales, guías, protocolos, decálogos o manifiestos “se caracterizan por la heterogeneidad en su procedencia y la homogeneidad en su contenido”.
Llama la atención de Edo que hayan sido promovidos mayoritariamente por asociaciones de profesionales de los medios, poderes públicos y políticos, instituciones académicas y organizaciones no gubernamentales, frente a la casi nula implicación de los profesionales a la hora de impulsarlos y, sobre todo, a la hora de acatarlos.
“Es curioso, señala, que sólo haya dos códigos de autorregulación propiamente dichos”, es decir, que “hayan partido de la iniciativa, única y exclusiva, de los trabajadores de medios de comunicación”, como son el decálogo del diario Público (2008) y el código de Canal Sur Televisión (2010).
Escasa formación de los profesionales
Respecto a la opinión de los profesionales de los medios de comunicación encargados de cubrir estas noticias, la profesora de la Universidad de Sevilla, Belén Zurbano Berenguer, concluye en su tesis doctoral titulada ‘Discurso periodístico y violencias contra las mujeres’, que “ni mandos ni redactores poseen ninguna formación específica sobre esta lacra ni sobre género”. Quienes poseen un mayor conocimiento en este ámbito (en mayor medida los redactores) “lo han adquirido por iniciativa personal y fuera del marco de la empresa periodística en la que trabajan”.
La percepción generalizada de los periodistas, según la tesis de Zurbano, es la de no precisar una formación específica sobre la materia, si bien los periodistas más sensibilizados son “los que mayor necesidad de formación específica demandan”. Éstos también tienen una visión más crítica de la mala praxis en el tratamiento periodístico a las violencias de género y ven una práctica saludable el uso de estos decálogos.
Por ello y ante la escasa permeabilidad de los profesionales en esta materia, estos protocolos “gozan de una acogida limitada” al considerarse “desconectados de la práctica profesional y excesivamente coercitivos”.