Este sábado hay una fiesta en Valdepeñas. A las seis de la tarde. En el Virgen de la Cabeza. Es la misma fiesta, que desde hace ya tres temporadas, se viene celebrando por estas fechas. Antes, el motivo siempre fue que Valdepeñas iba a jugar el play off de ascenso. Pero este año es especial. Este año se celebra el ascenso directo. Sí, todavía suena raro decirlo, aún más raro se hace escribirlo, pero es real: Valdepeñas celebra el ascenso directo.
Y es que al final, las cosas salieron bien. Porque Valdepeñas ganó el partido que tenía que ganar. El más esperado. El más deseado. El que todo el mundo soñaba que fuese el del ascenso. El de Antequera. Y lo ganó. Con el final más bonito posible. Porque el partido de Mengíbar acabó antes. Y eso nadie lo esperaba. No estaba previsto. Por eso, cuando se supo que Burela no había podido ganar, estalló la grada. Aquello fue ensordecedor. Cuentan los que estaban en el banquillo, que fue bestial verlo desde la pista. Aquello encogió el alma de todos los que abarrotaban el pabellón. Por momentos, uno no sabía si llorar, gritar o saltar a la pista a abrazar a todo lo de azul que se moviera.
Habían sido unas semanas difíciles. Porque las siete victorias seguidas, dejaron el objetivo cerca. Muy cerca. Pero que no acabase de llegar, provocó un desgaste mental, que afectó al rendimiento físico. Apareció algo parecido al agarrotamiento. Tal vez por eso, se perdieron puntos en los últimos minutos de Rivas y Elche. Seguramente por eso, el gol de Dani Santos, el primero a Antequera, fue el gol de la liberación. El de la tranquilidad. El que ponía las cosas en su sitio. El que lo facilitó todo. El del ascenso. El gol que reúne todos los goles que siempre marcó Valdepeñas. El gol y el grito. El grito de Dani Santos con el alma. Con toda la rabia del mundo. De la manera que solo él sabe hacerlo. El grito que descargó toda la tensión acumulada de tanto sufrir. Lo gritó él y lo gritó todo el pabellón. Ese fue el principio de la tarde más bonita que nunca se vivió en Valdepeñas.
Si el partido del sábado pasado, el de Puertollano, no hubiese sido un partido, sino un relato, tan solo unas líneas, esas podrían haber sido las que Juan Ramón Jiménez escribió para comenzar Platero y yo. “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro”. En cambio, si el partido de este sábado, el que va a enfrentar a Valdepeñas con Manzanares, no fuese un partido, sino un cuadro, ese sería una de las pinturas negras de Goya. Duelo a garrotazos. Una obra dura, cruda, oscura. Que habla de liberales y absolutistas. De la discordia entre españoles, tal vez vecinos. Ese, al menos, fue el ambiente que se vivió en la grada en el partido de la primera vuelta. Porque la rivalidad entre Valdepeñas y Manzanares está en la grada, entre los pueblos, entre las aficiones. Es cosa seria. Pero en la pista, la rivalidad es por otras cosas. Cosas como que la mayoría de los jugadores de los dos equipos son de Madrid. Veteranos. Que se conocen desde hace mucho tiempo. Que han sido compañeros de vestuario. O rivales. Hasta los hay que son amigos. Que en definitiva, son el fútbol sala madrileño de la Segunda División reunido para jugar un derbi en La Mancha. Eso traducido en nombres, quiere decir Mendiola, Nacho Pedraza, Miguel Castilla y Zamo por un lado. Y por otro, Chin, Kiki, Juni, Pepe y Chino. Sin olvidar a Jorge Salcedo, Otero y Dani Santos. Que sería lo mismo, pero más jóvenes.
Manzanares ha sido durante la temporada un equipo irregular e impredecible. Irregular, porque ni ha ganado, ni ha perdido más de dos partidos seguidos. Impredecible, porque ha sido capaz de ganar al Barcelona los dos partidos, pero también ha sido capaz de perder los dos con Lugo. Seguramente por esas cosas, Manzanares ha pasado casi toda la temporada en el puesto 12. Y allí instalado, nunca se logró alejar más de ocho puntos del descenso. Siempre estuvo compitiendo en el límite. En el peligroso límite, donde una mala racha de resultados no cortada a tiempo, te lleva de cabeza al descenso. Pero compitieron bien. Supieron sufrir. Aguantaron. Hasta que hace poco más de un mes, dos victorias seguidas, prácticamente les dio la permanencia. Esta llegó poco después. No hace mucho.
Este sábado la fiesta estará en la grada. Porque en la pista la cosa será seria. Allí no habrá risas, ni nada que se parezca a una fiesta. Allí habrá un equipo que quiere ser campeón de liga y otro que quiere evitarlo. Sí, campeón de liga. Suena extraño, pero Valdepeñas juega para ser campeón de liga. Se está peleando con los filiales para serlo. Y eso tiene mucho mérito. Eso es justo lo que intentaron no hace mucho Segovia y Cartagena, los dos últimos que ascendieron. Ninguno lo logró. Y ese es su mérito. Estar donde está y depender de sí mismo. Si Valdepeñas gana será campeón. Si no, habrá que hacer cuentas. Por eso hay que valorar estos momentos. Valorarlos, disfrutarlos y saborearlos. Despacio. Y recordar. Recordar de donde viene Valdepeñas. Que solo tiene 16 años. Que comenzó su viaje con una vieja maleta de cartón y un puñado de monedas en el bolsillo. Y que siempre caminó hacia arriba. Y logró 4 ascensos. Con un desafortunado descenso. Si no olvidamos eso, valoraremos en su justa medida el partido de este sábado. Que será complicado. Mucho. Porque los jugadores de Manzanares son gente dura. Aguerrida. Veterana en partidos serios. Que no suelen ponerse nerviosos. Y que van a competir. Como lo hizo Elche. O más. Porque a nadie le gusta ser invitado a una fiesta y solo mirar. No vendrán a eso. Y si la pueden reventar mejor. Es lógico. Pero estarán en el Virgen de la Cabeza. Y eso quiere decir que tendrán que soportar momentos ensordecedores, asfixiantes, intensos. Momentos difíciles, en los que cuando las cosas no les salgan bien, no puedan casi ni oírse. Apenas entenderán lo que se les diga desde el banquillo. Momentos de locura, que tan bien saben escenificar en Valdepeñas. Y además, enfrente tendrán a unos jugadores con el escudo de los balones y las uvas en el pecho. Con una camiseta azul. Que han llegado hasta este partido por méritos propios. Que han hecho historia. Y que ahora pueden ser héroes. Ellos harán que todo salga bien.
Manzanares
Por su parte, el Manzanares llega al choque con la intención de cerrar una temporada en la que ha sufrido, pero en la que ha conseguido el objetivo.
“Acabar con un derbi es la mejor guinda para el pastel”, afirma el entrenador del Manzanares, Carlos Sánchez, que considera que en partidos de esta índole, como ya se vio en la primera vuelta, “puede pasar cualquier cosa y da igual en la categoría que estés y los objetivos que tenga cada uno”. En este punto, asegura que el conjunto que dirige Leo Herrera “ha hecho bien las cosas” y el ascenso logrado es “merecido”.
Sánchez destaca la motivación que tendrá Valdepeñas para añadir al ascenso a Primera el título de liga. No obstante, el técnico madrileño está convencido de que sus jugadores saldrán con la misma o más intensidad. “Cuando lleguen al pabellón y se pongan la camiseta del Manzanares saben que va a ser la ‘guerra’, porque ya hemos jugado dos veces aquí con un ambiente muy hostil, pero hemos sacado dos empates y hemos dado la cara”, apostilla.
El entrenador del Manzanares recupera para este choque a Juni, que ya ha entrenado esta semana con el grupo. Se cae de la convocatoria el juvenil Jesús, al que Sánchez le augura “un gran recorrido en el club, si continúa trabajando así”. “Es el espejo en el que tiene que mirarse la cantera”, sentencia.