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29 marzo 2024
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      Imagen de archivo del juego de 'Las caras' de Calzada de Calatrava / Vox
      Ricardo Chamorro, Milagros Calahorra y Emilia Martín, hermano mayor de la Flagelación
      • Cofrades y fieles en el templo / J. M. B.
      • LA Virgen del Mayor Dolor / J. M. B.
      • El Cristo estaba preparado /J. M. B.
      • Se realizó el Viacucis en el templo / J. M. B.
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      El presidente de la Diputación -c- con la Hermandad del Ecce Homo (Pilatos)
      Hermanos y fieles lamentan la suspensión / Antonio López
      Armaos en la Ruta de la Pasión Calatrava en Aldea del Rey / Elena Rosa
      Imagen de Nuestro Padre Jesús de la Bondad en su salida de 2023 / J. Jurado
      Hermandad Nuestro Padre Jesús del Perdón Miguelturra
      Los fieles acudieron a orar al Nazareno / Elena Rosa
      El Guardapasos se llenó de fieles este Jueves Santo / Elena Rosa
      La Hermandad de la flagelación tampoco pudo salir en procesión / Elena Rosa
      Hermanas del Silencio que iban a acompañar a la Virgen / J.M. Beldad
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Cuarenta años del día más negro de Valdepeñas

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La 'Riada' del 1 de julio de 1979 acabó con un balance siniestro: 22 personas fallecidas, centenares de familias sin hogar, miles de millones de pesetas de pérdidas y el temor a que el cielo volviera a abrirse sobre Valdepeñas. Esteban López Vega era el primer alcalde democrático de Valdepeñas elegido el 3 de abril de ese año, apenas tres meses antes.

Este lunes se cumplen cuarenta años del día más negro de Valdepeñas, cuarenta años desde ese 1 de julio de 1979 en el que el cielo descargó con furia sobre el municipio, causando una ‘Riada’ que dejó 22 personas fallecidas, centenares de familias sin hogar, miles de millones de pesetas de pérdidas y el temor a que el cielo volviera a abrirse sobre Valdepeñas.

Desde entonces el afán de los distintos ayuntamientos que han conformado Valdepeñas durante estas cuatro décadas ha sido acabar con los riesgos de nuevas riadas que en ocasiones han amagado con repetirse, cada vez con menos éxito gracias a la inversión en infraestructuras y que en los últimos años se han globalizado en el Plan de Tormentas. Como dice Jesús Martín, trabaja para que cuando llueva los valdepeñeros no se tengan que poner a rezar.

Para recordar este trágico suceso, recuperamos el reportaje escrito por Manolo Valero, cuando se cumplieron 30 años de este suceso.

 

El cielo se abrió sobre Valdepeñas

Manuel Valero / VALDEPEÑAS

Pese a que toda la semana anterior  había sido veraniegamente tormentosa con lluvias intermitentes cada tarde, nada parecía indicar al alcalde  Esteban López Vega  que esa tarde del 1 de julio, tendría que hacer frente a la mayor tragedia vivida en Valdepeñas cuando el cielo abrió sus compuertas sobre el pueblo vinatero, desbordó el cauce natural de los arroyos La Veguilla y Jarosa y arrasó los barrios humildes del sur, después de dejar un rastro de caos y destruccion por buena parte del pueblo. El diluvio acabó con un balance siniestro: 22 personas fallecidas, centenares de familias sin hogar, miles de millones de pesetas de pérdidas y el temor a que el cielo volviera a abrirse sobre Valdepeñas. Esteban López Vega era el primer alcalde democrático de Valdepeñas elegido el 3 de abril de ese año, apenas tres meses antes.

Empezó a llover sin amenazas pasadas la una de la tarde y asi siguió durante las próximas horas. Los truenos acompañaban con su sonoridad inquietante el aguacero. Había relámpagos y no dejaba de llover. Parecía una tormenta más. Ya escampará. Pero no escampó.
A las tres y diez de la tarde del 1 de julio de 1979 el cielo se abrió sobre la cabeza de los valdepeñeros y sobre las suaves colinas de la Sierra de Cózar.
Entonces empezó el diluvio.

El agua sobrevenida desde los cerrillos colindantes encauzó su furia por la Veguilla y el Jarosa, regatos de aluvión que juegan a ser río en su trazado por el casco urbano. El mal estado de los cauces, los trabajos agrícolas, la suciedad acumulada, restos de materia vegetal y el barro hicieron un conglomerado letal que taponó los viejos puentes y se tragó literalmente a ciudad. Tres horas duró el aguacero inmisericorde. El nivel del agua superó los dos metros y medio en las partes bajas, al sur.

Escenario dantesco
Cuando por fin escampó el escenario era dantesto: 48 calles quedaron anegadas. La popular zona de la Veguilla fue la más castigada. Las casas destruidas formaron una barrera natural que favoreció la crecida de nivel y el retroceso de las aguas. La zona del cerro de San Blas quedó sepultada por el fango, la cañada Romero separó en dos el pueblo por el norte y la carretera de San Carlos del Valle quedó cortada a la altura del cementerio. Un total de 15.000 hectáreas quedaron convertidas en un mar interior tras recibir 86 litros por metro cuadrado. El caudal de los arroyos Veguilla y Jarosa descargaron la escalofriante cifra de 150metros cúbicos por segundo sobre el coletor urbano.

El censo oficial del desastre habla de 39 industrias, 85 comercios y almacenes, 472 viviendas y 193 vehículos y un sinfín de enseres. Las pérdidas económicas, según las diferentes fuentes, hasta 3.000 millones de pesetas de 1979. La valoración del Ayuntamiento de los enseres perdidos se elevó a 1.230 millones de pesetas.

Valdepeñas se prepara hoy lentamente contra las compuertas abiertas del cielo, un pueblo acostumbrado a pequeñas inundaciones domésticas que no sospechó que la lluvia que comenzó sin amenazas, se convertiría en un aguacero mortal y las calles del pueblo en un escenario de horror y escombros.
Los valdepeñeros se enzarzaron en una brega a muerte contra el nivel de las aguas: rescates a la desesperada, gritos de auxilio, enseres, coches, árboles y animales flotando sobre la corriente. Durantes unas horas pareció el fin del mundo.

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A las tres y diez de la tarde el cielo se abrió sobre los valdepeñeros y sobre las suaves colinas de la Sierra de Cózar. Entonces empezó el diluvio

El corresponsal de este periódico en Valdepeñas, Ramón Fernández, escribió en su primera crónica con el suceso aún caliente en las calles: “El pavor y el histerismo entre los 7.000 habitantes de la parte damnificada en ocasiones dificultaba el rescate de las personas. Animales flotando, muebles, electrodomésticos. Un desastre, una ruina total. Por donde pasó la riada no dejó nada en su sitio”.

La zona norte, de influencia de la Cañada, quedó convertida en mar. No hubo daños materiales ni víctimas porque no había nadie: era campo sin urbanizar. Hoy, sin embargo, Valdepeñas ha crecido en esa dirección sin que haya desaparecido el riesgo. El Norte es lo que le quita el sueño al alcalde y en el Norte es donde se está trabajando en la actualidad con más ahinco.

Un antes y un después
Todo cambió sin embargo a partir de esa fecha que marca un antes y un después de la historia valdepeñera a la altura de otras datas como el 6 de junio de 1808 .

Quienes presenciaron la inundación, quienes se jugaron la vida tratando de salvar a los suyos, quienes dejaron una parte de sí en aquel aguacero indescriptible no lo olvidarán jamás. Se veían colchones flotando y sobre ellos gatos que maullaban, animales muertos medioenterrados en el fango, los habitantes de Valdepeñas sucios y destrozados. El dolor seco, frio, vino horas después cuando la calma sucedió al infierno y empezaron a contarse los muertos.

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 El censo oficial del desastre habla de 39 industrias, 85 comercios y almacenes, 472 viviendas y 193 vehículos y un sinfín de enseres

Las autoridades, entre ellas el ministro de Obras Públicas, Sancho Rof y el alcalde de Valdepeñas, Esteban López Vega, comparecían ante los medios de comunicacion y el 3 de julio se celebraron los funerales por las víctimas en la Iglesia de la Asunción a donde llegaron los féretros a bordo de camiones. La misa fue oficiada por el obispo Rafael Torija. Todo el pueblo acudió a los funerales y protagonizó una impresionante muestra de dolor silencioso. La tormenta que empezó con la rutina de todos los veranos acabó en una terrible pesadilla.

La tragedia puso de manifiesto las enormes carencias urbanísticas. “Ese mismo día debió nacer el Plan de Urbanismo”, dice el actual alcalde, Jesús Martín, bajo cuyo mandato se ha casi concluido la doma de la Veguilla y ahora se ocupa  de encauzar la Cañada Romero que atraviesa la zona norte con un rosario de enormes colectores. Además, un plan de tormenta distribuido a más de 2.000 valdepeñeros les explica lo que hay que hacer en tales circunstancias. Quedan cinco años para que Valdepeñas pueda hacer frente en la medida de lo posible a la furia de la naturaleza.
“Tiene que caer el diluvio”, dice Martin que no oculta que cuando pinta negro en el cielo, simplemente, no duerme.
Y sobre todo, el Plan de Ordenación Municipal, el primero que tendrá Valdepeñas en décadas cuyo último trámite será el pleno de este mes antes de esperar el plazo de seis meses para que la Junta le dé el visto bueno definitivo.

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Tomadas por el agua

La zona del arroyo de la Veguilla: Vertebra la población y que afectó a la mayor parte de la población. Las propias casas sirvieron de embalse, haciendo que el nivel del agua se elevase varios metros. Los puentes, una vez obstruidos, dada su vetusta construcción, hacían igualmente de dique. Tras la rotura de estos embalses y diques las aguas tomaban mayor bravura, hasta llegar al siguiente obstáculo. Entre las calles más afectadas: la Plaza de San Nicasio (zona por la que llegaron las aguas al pueblo), las paralelas a la actual Avenida Primero de Julio, que antes estaba ocupada por construcciones: Bataneros, Paseo Luis Palacios, Cantarranas y Cristo; y las aledañas (Tejera, Acera del Cristo, Alfonso Caro Patón, Juan Vacas, Príncipe, Arcipreste de Hita, Cuberos, Travesía Calvario, Zarzas, Seis de Junio, Virgen, Fábrica y Buensuceso);

La zona del cerro de San Blas: cuyas casas se vieron sepultadas por los fangos del monte (calles Alfonso XIII, Reina Victoria, , Montaña, Norte, Travesía General Margallo, Loro, Trinidad, Calvario, Travesía Norte y General Margallo);

Avenida de Vino: la cañada Romero separó al pueblo del parque para desaguar por el puente de los Llanos (en aquel momento esa zona no estaba poblada, aunque en la actualidad se levanta sobre esta cañada un nuevo Tanatorio, supermercados y numerosas vivendas. Bajo la nueva calle se están metiendo colectores de gran capacidad.

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Las víctimas

Hubo 22 muertos, aunque el entierro oficial se celebró con 21 (20 identificados), ya que hasta dos días después no apareció la última víctima. Entre los 22 muertos había dos niñas pequeñas (María del Carmen Antequera Salido, de dos años; y Eugenia Bautista Carrasco, de tres).

Nombre de los identificados en el entierro: Marcelino Abad Simón, Mª del Rosario Escribano Felguera, Ana María Gómez González, Gregoria Sánchez Rodríguez, Jerónimo González Arenas, Vicente Cerros de la Torre, Juan Pedro Bellón López, Ignacia Díaz Lara, Felipa Cejudo Ruiz, Mª Josefa García Mora, Antonio García Abad, Victoria González Hervás, Ángela Pérez Sánchez, Amparo Pérez de la Hoz, Vicenta-Carmen Pérez de la Hoz –hermana  de la anterior–, Linarejos Pedrero Muñoz, Bernardina Gallego Moreno y Mª Luisa Martínez Román. Tras el sepelio se identificó la víctima 21: Carmen Núñez Barrios. El 6 de julio se localizó a Antonio Sánchez Rodríguez.

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