Desde hace tiempo llevo preguntándome qué derecho me asiste para cuestionar tu comportamiento, quisiera averiguar cuáles son los motivos que tengo para criticarte o para reprochar tu conducta, qué conceptos considero para poder recriminar tu proceder tan apático como altivo.
Me gustaría averiguar las razones que ocultas para entender tus excentricidades, tus salidas de tono, tus gestos tan exagerados y expresivos, tus negativas, tu cabezonería. A qué argumentos recurres para gritar y negar a cada momento pero, sobre todo, me gustaría descifrar los motivos que te incitan a mantener esa actitud tan negativa y hostil, saber de dónde mana esa tristeza o crispación que refleja tu cara, con el mohín como gesto habitual, enfadada con todos y enfrentada a todos.
Sospecho que la viudez llegó demasiado pronto y, para mantener el orden de tu prole, hiciste de padre y de madre. Apenas te dio tiempo a reflexionar y debiste actuar con energía para sacar adelante a tu familia en tiempos difíciles, te hiciste dura, insensible. Entiendo que te esforzaste demasiado tiempo por los demás dejando arrinconadas las emociones y las necesidades personales y, cuando te diste cuenta, ya era demasiado tarde para actuar de una forma diferente.
Ahora, casi al final de la existencia, esa actitud se ha potenciado. Supongo que no quieres renunciar al poder, una potestad que te sirvió para imponer el orden tratando de suplir la ausencia del padre, una fuerza imprescindible para resolver las adversidades que conlleva la vida. Quieres mantener a toda costa el mando y el dominio sobre lo que te rodea, tratas de ser insensible y quieres retener la autoridad y la intimidad a pesar del deterioro físico que suponen tus muchos años, no lo asumes y, por eso, te rebelas con esa actitud tan antipática y negativa.
Es muy difícil entenderte, pero lo intento, por eso rebusco en los pequeños detalles de tu pasado tratando de justificar tu comportamiento. Eres como esa dualidad del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, débil y tierna en algunos momentos y otros, los más, altiva, antipática y casi violenta.
Y a pesar de tus muchos desprecios y descortesías debo cuidarte, pero apenas sé de tu dolor, de tus enfermedades, de tus achaques, de lo que piensas sobre aquello que te rodea, de tus pocas ganas de comer y este empeño nuestro de que estés bien alimentada e hidratada.
Desde hace tiempo me he propuesto no juzgarte a pesar de tu comportamiento y tus manías, deseo ser positivo y me quedo con los momentos de ternura que a veces transmites con la mirada, con ese beso de buenas noches que a veces me concedes cuando te acuesto sumando una jornada más.
Sabes, reconozco que también empiezo a padecer ese síndrome que refleja una doble personalidad. Ante tu actitud huraña e insociable aparece en mí una irritabilidad que a duras penas puedo controlar pero, al momento, comparo tu fragilidad y quedo desarmado por la ternura más cómplice.