Un grupo de jóvenes valdepeñeros que este jueves acudían de público al programa ‘La Revuelta’, que David Broncano conduce en franja de máxima audiencia en La1 de Televisión Española de lunes a jueves, ha puesto en el foco un artículo, la bota de vino, y un oficio, el de botero, abocados a la extinción. Estos jóvenes obsequiaban al presentador con una bota de vino, obra del artesano local Antonio Fresneda y decorada expresamente con el logo del programa por la profesora de pintura Esther Toledo. Un regalo único, cuya supervivencia en el tiempo está en cuestión.
Uno de los últimos talleres
En la zona norte de Valdepeñas, en la Travesía de Gregorio Prieto, número 1, se encuentra uno de los últimos talleres de botería de España. Allí trabaja Antonio Fresneda, artesano que lleva más de 50 años dedicándose a la fabricación de botas de vino, un oficio que aprendió de su padre y que ahora ve amenazado por la falta de materiales, la competencia del plástico y la ausencia de relevo generacional.
Fresneda comenzó en el oficio siendo un niño. Dice que le salieron los dientes en la botería. Empezó barriendo el taller, que su padre abrió hacia 1947 en el mismo lugar donde sigue a día de hoy. “Un sitio especial, -dice-, donde aún se junta la gente a hacer un poco de tertulia y a echar un trago de vino de la bota”. Con el tiempo, fue aprendiendo cada fase del proceso de elaboración de las botas de vino hasta quedarse al frente del negocio en 1986. Es uno de los pocos artesanos que quedan en activo en Valdepeñas, uno de los tres últimos boteros de Castilla-La Mancha y forma parte del exclusivo grupo de apenas ocho que sobreviven en toda España. Hace unos años, apenas cinco, obtuvo el título de maestro artesano de Castilla-La Mancha, reconocimiento a toda una vida de dedicación a un oficio milenario. “Ya los griegos y los romanos, -señala-, utilizaban este tipo de envases”, que son “muy reciclables, muy de economía circular y muy reutilizables y a los que no se les da la importancia que debería”. Porque, según subraya, “cada vez que hago una bota evito 10.000 envases de plástico o cartón en el mundo”.

Un proceso artesanal que apenas ha cambiado
La fabricación de una bota de vino sigue un proceso artesanal que apenas ha cambiado en siglos. Para su fabricación se utiliza piel de cabra, curtida con extractos naturales (corteza de encina, corteza de pino…) sin productos químicos, y se impermeabiliza con pez, una resina de pino que se cuece y destila. Cada bota se cose a mano y se voltea manualmente. “Es todo muy artesanal”, explica Fresneda. En total, el proceso de encurtido puede tardar un mes y el de fabricación otros 20 días, aproximadamente. En este tiempo, el botero puede producir entre 70 y 90 botas.
Y las vende todas y en todas partes. Tiene compradores en Granada, Málaga, Asturias, León, Tarragona, Lérida, incluso, Alemania, Francia o México, y sirve a bodegas, mesones, tiendas de artesanía, de caza o ferreterías. También recibe encargos especiales, como botas decoradas con motivos personalizados, como el de ‘La Revuelta’, o algunas que han adquirido para jugadores del Real Madrid y otras figuras públicas. Los turistas acuden al taller para ver demostraciones de su oficio. “Y la gente se queda sorprendida de que de una piel hagas un envase para utilizarlo”, asegura.

Demanda en descenso
A pesar de este éxito personal, de la calidad y durabilidad del producto -algunas botas fabricadas por su padre hace 30 años aún siguen en uso tras una pequeña reparación-, la botería, en general, enfrenta tiempos difíciles. Por la competencia de la fabricación industrial, donde prima el plástico, que hace mucho más económicas las botas, pero también por otras cuestiones estructurales del propio funcionamiento de la sociedad actual. “Lo cierto es que la demanda ha caído en las últimas décadas”, asegura. Un descenso que achaca a los hábitos de consumo y a las normativas que restringen el uso de la bota, por ejemplo, en eventos como partidos de fútbol o conciertos, a los que no se pueden pasar envases. Además, como artesanía, las botas de vino “cuestan un dinero y los chavales tienen poco poder adquisitivo, así que tiran de botellón y de garrafón. Como consecuencia, después, hay que mandar a una cuadrilla de gente a quitar y limpiar lo que han dejado tirado”, dice Fresneda, que pone de ejemplo cómo queda de residuos y envases la Plaza y otros lugares de Valdepeñas en las Fiestas del Vino y otras celebraciones. Insiste, así, en el poco valor que se otorga a un envase tan reciclable y reutilizable como una bota. Un envase que, según explica, con un cuidado mínimo, como “usarla de vez en cuando, enjuagarla con agua y, si no se va a utilizar en un tiempo, dejarla plegada sin aire y limpia”, puede durar muchos, muchos años.
Futuro incierto
Pero lo cierto es que el futuro del oficio se presenta incierto. Actualmente, en toda España quedan apenas ocho boteros, y en Castilla-La Mancha solo tres. «Cuando nosotros nos jubilemos, el oficio desaparecerá», advierte Fresneda. No tiene aprendices ni familiares interesados en continuar la tradición, ya que el trabajo es sacrificado y económicamente poco atractivo. “Hay que pagar muchos impuestos, un 21% de IVA, y una serie de tasas que merman también el rendimiento del trabajo”. Lo que contribuye a lo que sentencia, que “no hay relevo generacional para la botería”. “Hoy cualquier chaval no está dispuesto a echar aquí (en el taller) 10 ó 12 horas todos los días. Es muy artesanal, muy sacrificado y los chavales no están dispuestos, prefieren otros oficios más rentables”, asevera.
Debido a esta falta de relevo, a lo que se suma la dificultad para encontrar las materias primas para seguir trabajando, como la resina de pino, un material esencial que cada vez es más escaso, Fresneda no augura un futuro halagüeño para la botería en España y, en particular en Castilla-La Mancha. “No va quedar ninguno”, asegura. Los tres boteros que sobreviven actualmente sobrepasan todos los 50 años de edad y no tienen reemplazo a la vista, por lo que piensa que con ellos desaparecerá el oficio en la región.
Como maestro artesano, intuye un mal futuro para la artesanía, en general. Sin apoyo institucional, sin subvenciones o escuelas de formación donde se protejan los oficios, sin aprendices en los talleres y con los problemas para conseguir determinados materiales, “está en riesgo de desaparecer”. «No solo la botería, también los guarnicioneros, los esparteros… Oficios que, si no se protegen, se extinguirán con nosotros», lamenta. Mientras tanto, en su taller de Valdepeñas, sigue dando forma a la piel de cabra y manteniendo viva una tradición que, si nadie o ninguna institución lo remedia, en no muchos años podría perderse para siempre.
