Caravaggio es el pintor inmortal con la vida más azarosa y aventurera que imaginarse puede. Pordiosero y opulento alternativamente, viajó tanto – casi siempre huyendo – y se metió en charcos tan peregrinos y peligrosos ( asesinato de un hombre, peleas continuas, deudas impagadas, fuga de las cárceles, incumplimiento de muchos compromisos de encargos, el gran misterio con la Orden de Malta, etc. ) que su vida siempre aventurera y sobresaltada es más propia del género de la novela que el del teatro, en el que la akmê vital del héroe y su peripecia más definitoria se nos presentan in mediam rem.
Pero José Pedreira sale triunfante del periculum o prueba, y consigue un entretenido drama que nos tiene embelesados durante dos horas. El teatro es el género obligado a mostrar el significado esencial de los personajes situándolos en las acciones álgidas que los pueden calificar como enteros y para siempre.
Caravaggio es el pintor para el que en la realidad de las cosas está el supremo ideal del artista y del arte. La cosa, la res, de donde viene realidad, es la única divinidad tangible que debe ser observada, y observada con la devoción, veneración y piedad que exige la etimología de “observar” ( del latín “servus”), como un esclavo atiende a su señor.
Este sentido devoto del arte, como revelador de la realidad sagrada, quizás también conmueva profundamente al propio José Pedreira, quien quizás también participe su estética de pintor en esta filosofía del arte caravaggesco. Y es que no hay nada más revolucionario y atrevido que dejar hablar a la res, a la cosa, sin ninguna mundivisión intermediaria. Con razón los romanos llamaban con miedo y aprensión a la revolución “res novae”.
A la memoria de José Hernández
Y no sin motivo profundo este Il Caravaggio está dedicado a la memoria de José Hernández ( el inmenso pintor que hizo de las realidades cotidianas una fantasía ) y de Francisco Nieva, el portentoso dramaturgo y artista plástico que fuese marido del propio José Pedreira, y que en todas sus obras las “res” son entradas a mundos en que las cosas pierden su inocencia aparente de Paraíso Perdido.
Esta pieza dramática necesita de diecisiete actores y de un perro para ser representada, lo que entraña que en España, en donde nos arruinamos por la pura ostentación y nos deja exhaustos una boda, será durante mucho tiempo sólo leída antes de poder ser vista en una representación teatral. Lástima, porque el drama es magnífico y conmovedoramente atrapante. Con frecuencia el autor en las acotaciones da indicaciones sobre el decorado escénico y la postura poniendo como referentes cuadros del propio Caravaggio.
Caravaggio se nos presenta entre vagabundo mendigo y opulento rebelde, protegido de intereses inconfesables. La obra se inicia con un agradable y desenfadado diálogo entre dos prostitutas, acosadas por su proxeneta, y Caravaggio, que romperá la nariz del chulo, vaticinará a las gentiles prostitutas que un día sus atractivos cuerpos subirán a los altares representando vírgenes, santas o mártires. Efectivamente terminarán en Londres como modelos acompañando a la gran pintora Artemisia. Las cosas de la realidad son en su ser, con independencia de su papel social, y es su ser en sí lo único que importa al pintor milanés. Y quizás sea cierto que la Judith y la Salomé de Caravaggio tuvieran como modelos estas dos pobres prostitutas.
Absoluta libertad creadora
José Pedreira utiliza personajes históricos contemporáneos de Caravaggio, y que tuvieron trato seguro con Caravaggio, con absoluta libertad creadora, no para hacer las cosas que la Historia nos cuenta que hicieron, sino para interactuar con Caravaggio en los papeles que José Pedreira les tiene asignados en su universo creador, quizás más auténticos que los que consigna la Historia.
El encuentro de Caravaggio con el cardenal Francesco María del Monte cambiará la suerte del pobretón de Miguel Ángel, al abrírsele de par en par la iglesia de San Luis de los Franceses, y llenarla de belleza caravaggesca. Ya en los mismos inicios de la obra, junto a las prostitutas y los tres amigos, en un momento de felicidad y alegría juvenil, Caravaggio proclamará la razón de su arte y estética.
“Cierto que esta mañana tiene algo especial, huele a ímpetu y libertad. La luz lo baña todo con los tonos del oropimente y del carmín, y es tan su intensidad, que parece purificar. Nada malo pasará en un día así. Y yo me siento pletórico, feliz por una vez. Y muy capaz de trasladar al lienzo semejante luminosidad. Luz, más luz es lo que pienso pintar.
Luz que ilumine el interior de los templos y los corazones, luz que expanda el horizonte de las mentes más allá de creencias y oscuras supersticiones, luz nutricia que alimente a todas las criaturas por igual y hermane a la humanidad en un propósito universal de conocimiento y felicidad. Amigos, yo os amo, a todos, juntos y por separado, y a todos os quisiera pintar bajo esta luz vivificante y esperanzadora. Os amo, y en vosotros amo a todos los animales, ya sean mansos, o salvajes, nadadores, voladores o reptantes. Amo los árboles, las plantas y los minerales, y hasta siento piedad por las ortigas y los cardos, o por esos hongos venenosos que con saña pisoteamos.”
La sombra de hogueras temibles
A pesar del comportamiento siempre libre de Caravaggio, la sombra de hogueras temibles con la quema de libros de Giordano Bruno cruza alumbrando el drama. Son sabrosos los diálogos con chanzas, pullas e invectivas entre los artistas y los historiadores de arte de la época, gracias a los cuales el lector y futuro espectador puede informarse indirectamente de las principales tendencias estéticas que corrían en los tiempos de de Caravaggio. Por otro lado, sirven para interpretar los principales cuadros de Caravaggio, en los que el realismo y la naturalidad escandalizaban grandemente a sus coetáneos.
Este realismo plástico del protagonista sintoniza muy bien con la descripción que Artemisia Gentileschi hace de su propia violación. La describe con tan natural desparpajo que algún amigo crítico de José Pedreira le ha puesto reparos. Yo creo que esta naturalidad la hace más encantadora e inteligente a la pintora. La mujer violada por otro pintor – precisamente su maestro – a la que por su condición de mujer se le prohibía pintar desnudos.
La tragedia de los Cenci, espléndidamente contada por Antonin Artaud, resuena aquí como noticia pavorosa y local a la sazón. Los enemigos de Caravaggio, moralmente deleznables, y sin genio creador ninguno, aunque con algún atisbo de erudición en un caso, llegan a justificar la violencia contra Artemisia por las notorias provocaciones que protagonizan las mujeres violadas ante los hombres, y más cuando estas son pintoras, y pintan mujeres y hombres desnudos.
Ambiente opresor y androcéntrico
A partir de una peripecia de pura ficción pero conveniente para describir el ambiente opresor y androcéntrico en Roma, Caravaggio mata al repelente proxeneta Ranuccio en un intento inútil y desesperado de retrasar la ejecución de la pequeña Beatriz Cenci.
A partir de la aparición un tanto fantasmagórica de los Hermanos de la Orden de San Juan el drama adquiere un aire espectral, vaporoso, narcotizado, como si estuviéramos en los intermundia. Y es que la gran Orden de Caballeros de Malta ha venido a buscar a Caravaggio a Nápoles, en donde se esconde el pintor como fugitivo del Papa, para llevarlo a la Valetta, ante la torva presencia del fanático gran maestre Alof de Wignacourt, al que acabará pintando con toda su panoplia de ímpetu guerrero puesta. Giordano Bruno ha sido también secuestrado por la Orden de Malta, que quiere sustituir a la vieja Iglesia de Roma, por otra institución más brutal aún y no menos coercitiva.
La obra termina con el terrible asesinato de Caravaggio, quien muere en una lenta, angustiosa y perturbadora agonía que emociona al lector y emocionará al espectador. Magnífica drama histórico con penetrantes digresiones sobre la pintura de quien es un muy notable pintor.