Alguien tiene que centrar el debate público en lo que nos interesa. Soluciones al conflicto catalán, y no patrioterismos de bandera; niveles de pobreza y desigualdad que algunos han introducido con el pretexto de la crisis; desenmascarar a todos los corruptos, y no esperar a que los descubra Villarejo; reorganizar la cúpula de la Justicia para que nadie vuelva a intentar manejarla; como reorganizar los partidos para devolver la confianza de los ciudadanos en la política; como prevenir la invasión de populismos fascistas que nos amenazan de nuevo.
Esos. Esos son los problemas que nos interesan. Y que se dejen de pensar en estrategias electoralistas. La dificultad con la que nos vamos a encontrar radica en que la solución de esos, y otros muchos problemas requieren el análisis de cómo y por qué se han producido. Requiere empezar por reconocer que los modelos políticos han sido un fracaso. El austericidio, el falso liberalismo, y una timorata socialdemocracia, han sido un auténtico fracaso. El funcionamiento interno de los partidos no ha sido el mejor. Origen, análisis y soluciones. Ese debe ser el debate.
Quien piense que abarcar todo esto es una utopía, se equivoca. Lo primero: sin utopías el mundo no avanza; y segundo: no sería la primera vez, en tiempos muy recientes, que España y Europa han hecho frente a procesos de reestructuración y cambio de modelo para mejorar la convivencia y el bienestar social. En los años ochenta se introdujeron cambios, -que después se malograron-, y que cambiaron el país, con una fuerza, que fuimos capaces de venderlo y liderarlo en el resto de Europa. ¿Por qué no lo vamos a poder hacer ahora?