Plaza de toros de Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real). Corrida de toros. Algo más de media entrada.
Se lidiaron seis toros de Buenavista, bien presentados. Faltos de clase. Mejor el quinto. El sexto, de nombre Lustroso, fue premiado con la vuelta al ruedo.
Sánchez Vara (de tabaco y oro): estocada entera desprendida (oreja): estocada entera trasera (dos orejas y rabo).
Luis Gerpe (de obispo y oro): dos pinchazos y estocada entera arriba (ovación con saludos); estocada entera algo atravesada y tres descabellos (dos orejas con aviso).
Francisco Montero (de grana y oro): Media arriba (dos orejas y rabo); estocada entera desprendida y atravesada (dos orejas).
Los tres toreros hacían su presentación en esta plaza. Joao Ferreira saludó tras parear al quinto. Los tres toreros salieron a hombros.
La plaza de toros cubierta de Villarrubia de los Ojos tiene una personalidad propia, que hace vivir experiencias sensoriales particulares, fundamentalmente relacionadas con el oído, ya que parte de su estructura (concretamente los paneles de metacrilato de la grada superior) facilita una contundente -y algo desagradable- percusión que contrasta con lo bien que suena su banda de música. Incluso se piden las orejas golpeando los citados paneles. Lo dicho, personalidad propia. Guste más o menos.
La corrida de Buenavista (de encaste Juan Pedro Domecq), bien presentada, resultó durilla. Tanto que si hubiera llevado otro hierro menos comercial los aficionados más toristas a buen seguro lo habrían creído. Tan solo el quinto fue pacífico.
Por supuesto, la lluvia de trofeos fue desproporcionada, pero la gente salió contenta de la plaza -o eso nos pareció-, y tal circunstancia, sinceramente, se antoja bastante más importante que nuestra consideración en cuanto a los trofeos concedidos.
El primero de la tarde aderezó sus codiciosas arrancadas con un molesto punteo que hizo poner precauciones a Sánchez Vara quien, por otro lado, realizó un trasteo muy de público. Tanto que se le pidieron las dos orejas, aunque solo una fue concedida. El boyante cuarto, después de ser recibido de rodillas por su matador y banderilleado con vistosidad por el mismo, aguantó tres tandas de muleta embistiendo como es debido, agradeciendo cuando los cites fueron más suaves. Sánchez Vara le ganó la acción, le pegó pases sin miramientos estéticos, y volvió a recibir dos orejas, aumentadas con el rabo.
No se entregó en las telas el segundo, que salió suelto primero y se rajó cuando Luis Gerpe le bajó los humos sometiéndole en el inicio del último tercio. Lo poco que pudo hacer el torero toledano tuvo firme mérito. Como lo tuvo su labor en el manejable quinto, con el que llegaron los pasajes de mejor toreo de la tarde, dando el pecho y esperando a que su antagonista metiera la cara. La tardanza en doblar del toro y el fallo con el descabello del matador no impidieron la concesión de dos orejas.
Francisco Montero, apasionado torero heterodoxo, recibió al tercero de rodillas con larga cambiada, siguió por chicuelinas (o algo parecido), banderilleó con voluntad cerrando con un par citando de rodillas y ejecutado al quiebro con cortas, y lo pasó de muleta con garra y lucimiento desigual, destacando algún natural de buen aire. Además anduvo listo (los heterodoxos casi siempre lo fueron) y cerró faena con molinetes encadenados para volver a levantar una faena que había decaído un tanto. En tal medida lo logró que se le concedió el rabo (premio desproporcionado a todas luces) después de dejar media arriba.
El sexto se durmió en el peto del caballo y no ofreció facilidades en el segundo tercio, protagonizado por Montero; de hecho las intempestivas oleadas del de Buenavista, de genio y no de entregada bravura, pusieron a más de uno en apuros. En el último tercio el toro se quiso ir a tablas y hubo demasiados tiempos muertos y más efectismos que toreo, aunque Montero sumó dos trofeos más a su esportón, y al toro se le concedió la vuelta al ruedo. Por lo anteriormente citado ustedes inferirán la sobredimensión de los trofeos otorgados.