A las diez de la noche comenzó el Vía Crucis Arciprestal del Lunes Santo, con cuatro recorridos a los que se incorporaron centenares de fieles. En el cuarto, con la imagen del Cristo de la Muerte, comenzó a chispear y también a abrirse los paraguas en la primera estación de la calle Camarín. Se alcanzó la segunda de la calle Caballeros, pero, aunque la talla se resguardó con un plástico para que no le afectara la lluvia, lo que parecía que iban a ser cuatro gotas se convirtió en una tromba de agua y la imagen, en vez de dirigirse a la calle Estación Vía Crucis, donde estaba preparada la tercera estación, se encaminó de regreso a la Catedral.

Allí, volvieron los fieles que abarrotaron el templo, muchos sentados y otros de pie, y el Cristo de la Buena Muerte se colocó en el altar presidiendo el resto de trances de la Pasión de Jesús en un Vía Crucis de la esperanza.

Se animó a ser peregrinos de la esperanza, sembrando liberación y no condena; a transmitir alegría que respeta la verdad de la persona y su dignidad; y a convertir las caídas en fortalezas, además de pedir por las familias cristianas y las vocaciones sacerdotales y de la vida consagrada.

A las lecturas bíblicas relativas a cada estación y las meditaciones sobre el contexto actual, le siguieron las invitaciones a orar por una intención y la oración de un Padrenuestro. Se hizo un llamamiento a la caridad, se pidió fortaleza para volver a levantarse ante las caídas y no dejar nunca de intentar el bien y se abogó por la pobreza, verdad desnuda y sencillez de la bondad, además de anhelar la capacidad de transformar el sufrimiento en amor.

El obispo, Gerardo Melgar, fue el encargado de leer la décimo cuarta estación e indicó que Cristo es “fuente de nuestra esperanza”, pese a las dificultades, problemas y lo que se ponga en contra, y “los demás también necesitan de nuestra esperanza” como modelos del testimonio de Jesús.
