Plaza de Castellar de Santiago (Ciudad Real). Un tercio de entrada. Se guardó un minuto de silencio en memoria de las víctimas del coronavirus.
Se lidiaron cinco toros de Santa Ana, bien presentados, y uno de Virgen María en sexto lugar. Nobles aunque justos de fuelle los dos primeros. Manejable el tercero. El cuarto, de nombre Pianista, número 78, fue premiado con la vuelta al ruedo. Bueno el quinto y a menos el sexto.
Calita: ovación con saludos y dos orejas tras aviso.
Fernando Tendero: oreja tras aviso y oreja tras aviso.
Mario Sotos, que tomaba la alternativa: dos orejas y oreja.
Se lamentaba Calita por no haber matado al cuarto; y lo hacía con razón, pero solo relativa, porque la dimensión de toreo desplegada por el mexicano en ese gran toro de Santa Ana va más allá de las orejas concedidas, y queda grabado sin que se recuerde si se cortaron o no trofeos. Fue una borrachera de toreo. Una faena arrebatada y maravillosamente imperfecta en la que Calita dio el pecho, meció la cintura y tiró hasta el final del buen toro sevillano premiado con la vuelta al ruedo, que unas veces siguió la tela hasta el final y otras no. Pero no solo hizo el toreo, sino que también puso valor sobre el tapete de arena, sin moverse cuando tuvo que hacerlo al venirse el toro a menos. Una obra de gran belleza y con contenido culminada a la segunda con los aceros. Pero eso, en este caso, adquiere un valor no desdeñable pero sí secundario.
En el segundo dejó destellos de su clase ante un toro que no terminaba de pasar y que soltaba la cara al final del muletazo debido a sus medidas fuerzas. El mexicano le apretó con muletazos de trazo largo y mano baja sin que el de Santa Ana le diera réplica. Falló a espadas perdiendo trofeo o trofeos.
Por su parte Fernando Tendero dio la cara una vez más. Y lo hizo con un toro noble aunque apagado que quiso más que pudo, corrido en tercer lugar. Lo mejor de su actuación llegó al natural, lado por el que lo condujo con suavidad y apostura, rematando de buena estocada arriba. En el quinto volvió a destacar su toreo al natural, armonioso y templado, componiendo un conjunto firme en el que también hubo pasajes notables con la derecha. Se tiró a matar con todo y la recompensa llegó al segundo intento.
Mario Sotos tomó la alternativa con un ejemplar de Santa Ana precioso de hechuras que derrotó en todos los burladeros con saña, con el consiguiente desgaste. Quizás ese fuelle malgastado en la madera fue el que le faltó en la muleta, a la que embistió rebrincado y faltó de entrega, aunque con prontitud. Sotos estuvo variado, encajado, con actitud, y algo atacado también por la ocasión, algo fácilmente comprensible. Después de dejar una buena estocada al primer intento paseó la oreja del toro Piñonante, número 93.
El sexto apuntó empuje y buenas formas intermitentes, si bien el de Virgen María se apagó pronto. El albaceteño se justificó con una soltura poco común en toreros que torean tan poco, como es su caso.