Uno de los anhelos presente en la carrera de todo torero es el día en el que se hace el paseíllo en la plaza de toros más importante del orbe taurino, que no es otra que las de Las Ventas de Madrid.
Ese dia ha llegado para Carlos Aranda, el novillero de Daimiel que deslumbró en sus comienzos sin caballos por el desparpajo y la gracia torera que atesoraba.
Aquel muchacho fue creciendo. Hoy día es un joven que se afeita, y que sigue teniendo entre ceja y ceja torear, por necesidad vital -creo que rozando lo espiritual- y por sustento profesional. Por ello siguió avanzando en su carrera, siempre apoyado por su familia y, sobre todo, por su hermano Jesús. Debutó con picadores en Guadalajara el 31 de mayo de 2014, y desde entonces ha actuado en todos los festejos que ha podido y que le han ofrecido unas condiciones de contratación dignas, en tiempos dificilmente dignos para los que pueblan el escalafón de los novilleros con picadores.
Carlos sigue poseyendo un concepto eminentemente plástico; gusta de cimbrear la cintura y enroscarse las embestidas, aunque la condición de sus oponente no siempre se lo ha permitido en plenitud.
En lanzadigital.com hemos tenido la ocasión -la suerte- de ver con frecuencia a Carlos Aranda, tanto en el campo como en la plaza, y su toreo ha quedado reflejado y tratado con profundidad en nuestras páginas, sin obviar los elementos a mejorar, que los hay, como en todos los órdenes de la vida.
A nosotros el Carlos Aranda que nos gusta es el que mece las acometidas bovinas con elegancia en el capote, el que engancha las embestidas adelante, preferiblemente con la panza de la muleta, y el que las pulsea, sintiéndolas, empujándolas hacia adelante en pos de la tela roja y, según la condición de su antagonista, lo lleva en línea recta (más que aconsejable por ejemplo si se trata de reses santacololomeñas, por ejemplo), o más hacia adentro si el novillo lo permite por su franquía, lo cual dota al toreo de una profundidad distinta, mucho más intensa; la búsqueda de la armonía, en suma. Algo que, sin duda, no debe ser en absoluto fácil, y más si se trata de lograrla en una plaza en la que la responsabilidad es máxima, el novillo a menudo es un torazo de plaza de segunda -y en ocasiones de algunas de primera-, el ambiente es inusualmente hostil incluso hacia los novilleros, hace viento, y los tendidos están ampliamente desiertos de público.
A este palenque, con todos estos condicionantes poco halagüeños, acuden los novilleros hoy día a solucionar su futuro, aunque no sea nada fácil. De hecho se antoja casi milagroso que todas las circunstancias se den para conseguir el triunfo. Pero la gloria es posible. Y si no la gloria, sí el dejar sensación de torero, de firmeza, de estar en todo momento por encima de las condiciones de los novillos. Y si uno -o los dos- se dejan, armar el lío lo más gordo que se pueda para seguir echando combustible y llegar a la siguiente estación de servicio, que en este caso no es otra que la alternativa. Pero antes de ello hay que torear en Madrid.
Recuerden, la gran cita -que lo es- llega mañana. Frente a novillos de La Guadamilla (encaste Domecq). Mucha suerte.