Plaza de toros de Pedro Muñoz (Ciudad Real). Novillada con picadores. Menos de media plaza.
Se lidiaron seis novillos de Cortijo de la Sierra, de desigual presentación. Nobles y faltos de casta y empuje. Mejor el quinto.
Mario Arruza (de marfil y azabache): estocada entera arriba (oreja); pinchazo y estocada entera arriba (oreja).
Aarón Infantes (de azul marino y oro): pinchazo y media estocada arriba perpendicular (ovación con saludos); pinchazo, media perpendicular y descabello (oreja).
Javier Zulueta (de grosella y oro): pinchazo y estocada entera algo trasera (oreja); pinchazo y estocada entera arriba (oreja).
Arruza y Zulueta salieron a hombros.
Una noble y poco pujante novillada de Cortijo de la Sierra propició la salida a hombros de Mario Arruza y Javier Zulueta, ambos con un toreo de corte estético, por momentos casi como torear de salón, mientras que el alcazareño Aarón Infantes falló a espadas y se marchó a pie por donde había entrado tres horas y cuarto más tarde.
Mario Arruza mantuvo en pie al precioso, noble y endeble primero, que no fue poco teniendo en cuenta la manera en que el de Cortijo de la Sierra se derrumbó en los primeros tercios. Incluso hubo gusto y compostura en varios pasajes por parte de Arruza, pero todo minimizado por la escasa entidad del oponente.
El cuarto apenas tuvo un ápice de casta brava para prolongar su embestida un tercio de viaje. Arruza volvió a mostrar muy buenas formas, aunque aquello, por momentos, pareció una pantomima, teniendo que entrar a matar a novillo absolutamente parado.
Aarón Infantes puso vano empeño sin brillo en el blando segundo, que lo hizo mejor por el derecho, y echó la cara arriba y se vencía por el izquierdo, llegando a ser volteado sin consecuencias.
Infantes recibió al quinto a porta gayola, si bien el novillo hizo caso omiso del novillero arrodillado, que más tarde sí logro darle varias largas cambiadas de rodillas, aunque en el tercio. El novillo se movió más que sus hermanos, e Infantes, que brindó faena al matador de toros Aníbal Ruiz, lo pasó primando la garra sobre lo estético, de nuevo iniciando trasteo de rodillas. Como ocurriera en el segundo, pinchó, quedándose en la cara del novillo.
Javier Zulueta toreó de salón al tercero, otro bombón que embistió a cámara lenta por su propia condición y por el mimo con el que lo trató el novillero sevillano, obligado a tomar la vía de la despaciosidad por el menguado fuelle de su antagonista, y por concepto propio. Hubo carteles de toros con capote y muleta con ambas manos, dándolos sin posible ligazón para no tumbar al novillo.
El sexto saltó a la arena casi media hora más tarde de lo previsto por tener que asistir y trasladar a un centro médico a un espectador desvanecido en el tendido. Y ya de anochecida saltó otro novillo blando que, en este caso, además se paró y no humilló. Zulueta intentó lo imposible, que era torearlo de manera clásica, pero ya dijo El Guerra aquello de “Lo que no puede ser no puede ser, y además, es imposible.” Pues eso.