Finito de Córdoba no es un recién llegado. En absoluto. Lejos queda su irrupción como novillero sin y con picadores incluido en una generación de novilleros de gran tirón (acaso la última de verdadera fuerza y variedad) en la que figuraban Jesulín de Ubrique o Manuel Caballero, por citar dos ejemplos.
Jesulín quiere torear algunas corridas este año de manera excepcional, y Manuel Caballero está retirado desde hace años. Sin embargo Finito, que tomó la alternativa en 1991 en su Córdoba del alma, sigue en activo sin haber cesado su actividad profesional ni un solo año, aunque los ha habido ciertamente en los que apenas se ha vestido de luces; como los hubo en los que superó el centenar de festejos. Eran los años de la abundancia, y Finito se subió a aquel carro para rentabilizar su popularidad y atractivo taurino, aunque un torero de su concepto cuadra más bien poco con la cantidad, sino que encaja más con la calidad.
Pero aquellos años pasaron, y con ellos la novedad de un torero como Juan Serrano en los carteles. No obstante, Finito siempre tuvo algo tan difícil de conseguir como es “sello”; en su caso de buen torero. O muy bueno. Admirado sincera y fervientemente por aficionados y por compañeros de escalafón -y lo último no es cuestión baladí- Finito sigue esparciendo su torería allá donde le contratan, cuestión que desde mediados de 2018 pasa por las manos de Juan Sánchez, un joven y cabal ciudadrealeño que quiso ser torero precisamente por “culpa” de Finito, si bien aquel sueño se desvaneció dando paso a una realidad profesional distinta.
El pasado 19 de marzo, festividad de San José, Finito entró en las Fallas de Valencia para sustitutir al lesionado Emilio de Justo, y quiso la fortuna que a sus manos fueran dos toros con posibilidades de Fuente Ymbro, a los que instrumentó varios de los mejores muletazos de la feria, poniendo de manifiesto, una vez más, la exquisita clase de torero que es; algo que, por otro lado, nadie va a descubrir ahora. Tan claramente quedó de manifiesto su calidad, en una feria en la que se pegaron -perpetraron en algunos casos- muchos pases, que Juan ocupará el puesto de Enrique Ponce esta semana en Castellón.
En el campo
Hace pocas fechas tuvimos la gran dicha de coincidir en el campo con Finito, o Fino, en un apelativo que se ha vuelto más actual. Fue en la ganadería de Apolinar Soriano, y allí pudimos comprobar en directo que la creencia extendida según la cual Finito en el campo es punto y aparte no es exagerada. Una proverbial sapiencia y un profundo conocimiento del toreo, tanto en su faceta más técnica como en una expresividad apasionada, propiciaron que la mañana fuera inolvidable.
El punto álgido del tentadero llegó con un novillo que el ganadero había seleccionado para ser quemado -es decir, toreado- y, llegado el caso, quedarse en el campo como semental. El ejemplar, de preciosas hechuras, acometió sin ritmo ni clase al capote del torero cordobés -aunque nacido en tierras catalanas- en los primeros compases de su lidia. Sin embargo poco a poco se fue atemperando y tornando el ímpetu desordenado inicial en acometividad encastada más rítmica, hasta que Finito lo cuajara a placer, aunando el necesario mando que requerían las embestidas del de Apolinar Soriano, con esa personal interpretación del toreo de Finito, en la que los muletazos surgieron largos, muy largos, y los riñones se hundieron una vez se hubo sometido al novillo.
Fue toda una lección de convencimiento y poder, ya que poco habría extrañado que vista la brusquedad del eral en los primeros compases, el torero lo hubiera pasado de pitón a pitón y habérselo quitado de en medio. Pero no fue así. El novillo -y el ganadero- tuvo la suerte de tener delante un torero que primero lo dominó y a continuación lo cuajó en base a los cánones de su personal Tauromaquia actual.
Qué gran toreo sigue siendo este Finito de Córdoba; versión 2019.