Plaza de toros de Chinchón (Madrid). Festival con picadores a beneficio de las Monjas Clarisas de Chinchón. Centenario del primer festival celebrado en 1923. Casi lleno en los tendidos.
Se lidiaron seis novillos de Núñez del Cuvillo, reglamentariamente despuntados. Manejables en general aunque de escasa fuerza. Mejor el cuarto.
Uceda Leal: estocada entera arriba y tres descabellos (ovación con saludos).
Diego Urdiales: media delantera (oreja).
Paco Ureña: pinchazo hondo y dos descabellos (ovación con saludos tras aviso).
Alejandro Marcos, que sustituía a Cayetano: tres pinchazos, estocada entera atravesada que hace guardia y ocho descabellos (ovación con saludos tras aviso).
Aitor Fernández (novillero): estocada entera baja y dos descabellos (oreja).
Álvaro Chinchón (novillero): pinchazo hondo (oreja).
Poder disfrutar de un festejo taurino en un palenque que, por algún motivo, presente un añadido especial, dota al evento de un plus nada desdeñable. Bien lo sabemos en Ciudad Real, provincia que cuenta con varios de estos escenarios, con las plazas de toros del santuario de Las Virtudes (en Santa Cruz de Mudela) y el coso hexagonal de Almadén como puntales.
Sin embargo el festejo que hoy ocupa el espacio de lanzadigital.com/toros tuvo lugar ayer en un pueblo madrileño, y se trató del festival taurino más antiguo de los que se llevan celebrando en España, que ayer cumplió cien años de historia.
Nos referimos, por supuesto, al tradicional festival de Chinchón, aquel cuya andadura iniciara con periodicidad anual Marcial Lalanda hace justo un siglo, si bien sus orígenes se remontan a las actuaciones benéficas de Salvador Frascuelo allá por el año 1871.
El festival, organizado por el ayuntamiento de la localidad y celebrado ayer sábado en la plaza de toros instalada en su plaza mayor, ha supuesto el colofón a una serie de actos llevados a cabo en Chinchón bajo el título «El festival, por dentro», y en los que han tomado parte representantes de las familias Lalanda, Aparicio o Vidrié, impulsoras del festejo durante años.
En lo estrictamente taurino cabe señalar la meritoria actuación de Uceda Leal en el rebrincado y flojo primero, al que robó pasajes templados y largos al natural, aunque el fallo con el descabello le impidió tocar pelo.
No anduvo cómodo Diego Urdiales con el segundo, que embistió a media altura punteando. Eso sí, dejó un recibo a la verónica de nota y tres trincherazos sublimes.
A Paco Ureña le correspondió un novillo manejable aunque sin el fuelle necesario para apretarle ligando los muletazos, por lo que el murciano se los dio de uno en uno, muy encajado, aunque con escaso eco en los tendidos.
Alejandro Marcos entró por la vía de la sustitución. El salmantino es otro de esos toreros que da gusto ver, pero al que apenas se ve. En Chinchón todo lo que hizo -excepto el manejo de los aceros- tuvo el sello de la categoría, desde las armoniosas verónicas del recibo, el gustoso quite por chicuelinas, y la elegante faena de muleta de hombros descolgados y cadencia suprema. Pero pinchó, y no pocas veces.
El novillero Aitor Fernández derrochó ganas ante un antagonista que humilló pero al que le faltó fuelle una vez perdía la inercia inicial.
Cerró festival el novillero local Álvaro Chinchón, a quien le correspondió un novillo con calidad aunque demasiado parado. A pesar de ello, paseó una oreja pedida por sus paisanos.