Plaza de toros de Sevilla. Tres cuartos de entrada. Primer festejo de la Feria de San Miguel.
Se lidiaron toros de Hermanos García Jiménez y Olga Jiménez -sexto-, bien presentados. Destacaron tercero y cuarto.
Morante de la Puebla, ovación y oreja tras aviso.
Juan Ortega, silencio y silencio.
Tomás Rufo, ovación y silencio.
Ayer la Maestranza de Sevilla fue escenario de una faena absolutamente antológica -una más- por parte de Morante de la Puebla. Una obra que comenzó torcida, con el público protestando un toro que se evidenció haberse hecho daño en la salida, pero que se rehízo como buen toro bravo, y propició la realización de una obra original, irrepetible y mágica. Desde los lances a la verónica, las chicuelinas casi improvisadas, y una faena de muleta iniciada cerrado en tablas, llevando mucho al toro a media altura, ayudándolo a romper hacia adelante; y más tarde, dándole los frentes unas veces, más de perfil otras, pero siempre ajustado, inspirado, pasional, valiente sin exhibicionismo, inspirado y genial, con mayor brillantez -este término se queda muy corto- por el pitón derecho. Fue tal la catarsis vivida que, de haber matado a la primera y bien, el rabo podría haber caído. En Sevilla.
No fue así. Pinchó dos veces y a la tercera dejó una estocada entera caída, lo cual no impidió que se le concediera una oreja. Que fue lo de menos, porque lo que la gente quería era ver a este monumental torero de cerca en la vuelta al ruedo, que habría dado igualmente. Una faena de imposible clasificación porque sería limitar su dimensión. Hay experiencias que son solo vivibles, no explicables, y ésta podría ser una de ellas. Una faena que, sumadas a muchas anteriores y a una capacidad “descubierta” (yo creo que desconocida para el propio torero años atrás) hace dos temporadas, ¿confirma acaso que estemos delante del mejor torero de todos los tiempos? Ahí lo dejamos.
Del resto de la tarde cabe decir que Tomás Rufo casi corta una oreja en el tercero, y que tiró de la muleta con mando, ligazón y limpieza desigual ante el encastado sexto, con el que este toledano volvió a demostrar cabal torería.
Juan Ortega toreó a la verónica como los ángeles, aunque con menos ajuste que en otras ocasiones. Este es otro de los pocos toreros que pueden hacer el toreo soñado y soñar el toreo.
La tarde supuso, además, el adiós a los ruedos de un gran banderillero -matador de toros- como es José Antonio Carretero, a quien Tomás Rufo brindó el sexto toro.