La tarde, climatológicamente, no pintaba bien. Alerta naranja decían que había en Madrid. Y buena no es que fuera; pero no fue la lluvia la que dificultó el quehacer de El Juli y de Ginés Marín, sino el intenso viento que, por momentos, convirtió en banderas flameantes capotes y muletas. Todo ello no fue óbice para que la plaza registrara un “No hay billetes”.
La corrida, dos toros de Victoriano del Río, dos de Alcurrucén y dos de Garcigrande, estuvo desigualmente presentada. Especialmente justo resultó el segundo, rayano en cornicorto, aunque con mucho volumen. En cuanto a comportamiento los hubo sosos, descastados, nobles pero con el fuelle bajo mínimos… Solo el tercero tuvo vitola.
Venía el Juli de indultar un toro de Garcigrande en Sevilla, y de tener dificultades para que le incluyeran por derecho en el serial más importante del orbe taurino, el de San Isidro. Sin embargo, en el último momento, el maestro madrileño entró en un mano a mano con el triunfador del año pasado, Ginés Marín. Sin duda habría sido una pena quedarnos sin ver a un torero en absoluta sazón, un domador de embestidas que, una tarde más, sacó el látigo para cuajar con mando un sensacional toro de Alcurrucén de nombre Licenciado lidiado en tercer lugar en la Corrida de la Cultura. Casualidades.
Y decimos que sacó el látigo porque era lo que tocaba, no porque lo exigiera el ejemplar toledano, un toro de gran calidad de los hermanos Lozano (pedazo de ganaderos), sino porque el viento no permitía manejar los vuelos de la muleta con la sutileza que convierte el toreo en arte compositivo y armonioso. Sobresalió un natural casi circular, algo parecido al que Ginés Marín logró hilvanar el año pasado en el mismo ruedo ante un toro de la misma ganadería. Pero pinchó. Bueno, no pinchó, sino que dejó media estocada algo trasera que le cerró la puerta grande. No obstante, las lanzas a las que siempre se enfrentó El Juli en Madrid, esta vez, se tornaron menos lanzas y más cañas. Puede que, al igual que ha pasado en Madrid con otros toreros que se encuentran más allá del bien y del mal (Ponce), El Juli haya entrado, por fin, en Madrid. El tiempo lo dirá.
Ginés Marín dio la cara en todo momento. Con capote, magnífico en algunos pasajes, y con muleta, incluida una fea voltereta, si bien en el último toro, el menos malo de su lote, anduvo quizás algo atacado y atosigando al toro en exceso, acortando distancias cuando más sitio habría dado algo más de oxígeno al búfalo de Victoriano del Río.
Una vez acabada la corrida muchos nos lamentamos: qué pena que El Juli solo vaya una vez a San Isidro viviendo el momento que vive. Es un dispendio al que alguien debería haber puesto coto. Con talonario. Es lo que tienen las figuras. ¿Y alguien duda que el Juli es la máxima actualmente? Alguno habrá, pero no muchos.
P.D. El de Galapagar va aparte.