El Pregón Taurino es una tradición que prologa la feria de Ciudad Real desde hace aproximadamente una década, y que ha tenido brillantes autores entre los que lo han pronunciado. Sin embargo pocos igualaron -y ninguno superó- el protagonizado en la tarde-noche de ayer jueves por Álvaro Ramos, un joven aficionado y gran comunicador de Almagro, en cuya emisora radiofónica trabaja desde hace catorce años.
Durante su intervención Álvaro hizo una semblanza de la vida de Joaquín Rodríguez “Cagancho”, aquel que puso en boca de la gente su querido pueblo – de manera algo chusca- con la célebre frase de “Quedar peor que Cagancho en Almagro”.
Sin duda no fue afortunada aquella tarde de agosto de 1927 para el torero sevillano en el pueblo manchego. No obstante, el genial torero gitano de los ojos verdes, tuvo la torería de volver, tres años después, al mismo coso y ponerlo del revés con la rotundidad de su triunfo. Así se las gastaba este torero de nombre con reminiscencias, efectivamente, escatológicas, aunque nada tenga que ver su apodo con las necesidades fisiológicas humanas, sino con la calidad del canto que entonaba su abuelo, que se asemejaba al de un pájaro llamado Caganchín.
Al margen de estas y otras interesantísimas curiosidades, el relato de Alvaro Ramos expuso su filosofía vital de aficionado a la Tauromaquia, actividad eminentemente artística sobre otras muchas cualidades, en la cual el respeto, la exigencia, la tolerancia y una sensibilidad especial forman parte de su base.
Ramos defendió la modernidad de la Tauromaquia, el arte más democrático que existe, en el que el veredicto se dicta en directo a la vista de todo el público, que participa de manera decisiva en el juicio realizado a la obra presenciada.
En suma, un brillantísimo alegato a favor de la fiesta de los toros, y una llamada de atención sobre un torero que, injustamente, ha pasado a la historia, fundamentalmente, por una de sus múltiples tardes aciagas, las cuales fue capaz de eclipsar con una torería genial al alcance tan solo de los elegidos.
El Pregón gustó tanto que la práctica totalidad de los asistentes al salón del antiguo Casino ovacionaron en pie la intervención de un Álvaro Ramos, quien tuvo la brillantez que debieron tener algunas de las tardes de su -nuestro- admirado Cagancho.