Plaza de toros de Las Ventas. Lleno en los tendidos. Segundo festejo de feria.
Se lidiaron seis toros de Fuente Ymbro, bien presentados. Con cierta movilidad pero sin calidad. Tercero encastado, ovacionado en el arrastre.
Finito de Córdoba: silencio y leves pitos.
Diego Urdiales: silencio y silencio.
Miguel Angel Perera: dos orejas tras aviso y silencio.
Perera salió a hombros.
Ayer, cuando a eso de las nueve y veinte, Finito de Córdoba y Diego Urdiales habían atravesado el ruedo de Las Ventas a pie para volver al hotel, me preguntaba si Miguel Ángel Perera saldría a hombros, como de hecho le facultaba el haberle sido concedidas las dos orejas del tercero de la tarde, o saldría a pie por considerarlo él mismo -como muchos otros lo consideramos desde el tendido- premio demasiado elevado para los méritos contraídos, sobre todo por el deficiente uso de la espada al acabar con ese toro de estocada entera desprendida y trasera. Pero no; Miguel Angel salió a hombros, no sé si quizás rumiando aquella frase popularizada por José Mota de “Las que entran por las que salen”, en referencia a las veces que los palcos racanean merecidas orejas, que también pasa, y con relativa frecuencia. El meollo de la faena en cuestión radicó en lucir la encastada embestida del toro de Ricardo Gallardo, que se arrancó hasta en tres ocasiones desde el tercio hacia los medios a su cita con la poderosa muleta de Perera, que sometió la vibrante embestida del de Fuente Ymbro con la mano derecha. Nada que destacar de su deslucido segundo.
Tanto Finito como Diego Urdiales, molestos tanto con el aire como con sus lotes, poco propicios para el lucimiento, dejaron aislados carteles de toros con sus capotes y las muletas en sus manos diestras. Poco más.