Plaza de toros de Sevilla. Más de tres cuartos de entrada.
Se lidiaron toros de Domingo Hernández, bien presentados. De juego dispar. El mejor fue el cuarto, premiado con la vuelta al ruedo.
Morante de la Puebla, ovación y dos orejas y rabo.
Diego Urdiales, silencio tras aviso y ovación.
Juan Ortega, ovación y silencio.
Morante de la Puebla salió por la Puerta del Príncipe.
Lo vivido ayer en la Maestranza de Sevilla fue, sencillamente, antológico. Y tómense lo de «sencillamente» como una paradoja, porque cuesta trabajo recordar una tarde en la que se haya visto torear igual de capote. Y eso, de sencillo tiene poco.
Porque la manera de parar los relojes de Juan Ortega en sus dos toros al lancearlos de capa está al alcance de los elegidos. De los muy elegidos. El sevillano hipnotizó a toros y público con un toreo absolutamente ayuno de violencia, mecido, acariciado. Tanto que le sonó la música en el recibo a la verónica en su primero. No obstante, sus dos toros se apagaron pronto en el último tercio negándole la oportunidad de rivalizar con Morante.
Pero ¿se puede rivalizar con Morante hoy día? No. Y más si viene espoleado por el toreo realizado por alguien que va de su mismo palo; léase Juan Ortega.
El abanico de tauromaquias que Morante fue capaz de desplegar con capote y muleta eclipsaría -estoy absolutamente seguro- al de cualquier torero nacido, incluido Joselito El Gallo. ¿Puede haber algo más allá de Morante? Seguramente lo haya en el futuro, porque toreros que en el pasado parecían insuperables han sido sobrepasados; sin embargo, a día de hoy, Morante es el toreo y viceversa.
Su manera de torear de capa ayer a un buen toro de Domingo Hernández fue, según en qué momento, desgarrada, barroca, garbosa, deletreada y algunos adjetivos más que podríamos añadir, pero para qué más. Y con la muleta se colocó donde los toros embisten, cerca, arrebujado, el mentón hundido y la pasión desmadejada. Tanto que, una vez enterrado el estoque de acero en su segundo antagonista, los tres pañuelos blancos -y el azul que premiaba al toro- asomaron por el palco maestrante. Tal profusión de trofeos no se producía desde el año 1971, cuando Ruiz Miguel paseó un rabo de un toro de Miura. Se había hecho historia y la pudimos presenciar. Morante cortó un rabo en Sevilla. En su Maestranza. Y yo doy gracias por vivir en la época de Morante.
Y en la de Diego Urdiales, un torero que resulta artística y técnicamente inalcanzable para el 95% del escalafón de matadores, pero que tuvo la desdicha de torear con Morante el día del rabo. Es decir, ayer. El riojano estuvo a unto de cortar una oreja en el quinto, pero la faena se diluyó en el tramo final. Y él y Juan Ortega, dos de los cuatro mejores toreros de la actualidad, tuvieron que irse a pie viendo cómo salía a hombros ¿el mejor torero de la historia? Muy probablemente.