Los festivales solían ser, hace tiempo, ocasiones en las que el aficionado tenía la oportunidad de ver cosas distintas; inusuales. Uno de los ejemplos definitorios de este extremo era el festival de Chinchón donde, en un enclave que acompañaba a la nostalgia, se anunciaban toreros en trance de retirada o de reaparición, es decir, matadores consagrados que se hacían acompañar de incipientes promesas del toreo a los que se les daba la oportunidad de alternar con maestros, con la consiguiente repercusión mediática.
Estos festivales siguen organizándose hoy día, aunque no con el valor añadido de ofrecer algo distinto. Consulten si no, el cartel del festival de Chinchón de este año…
En Chinchón, precisamente, toreó Antonio Sánchez Puerto el referido festival cuando aún militaba en las filas de la novillería, mediados los años 70. Allí pudo ver torear y hacer el paseíllo junto a Julio Aparicio, un Chamaco en aire clásico y de gusto, Diego Puerta, El Viti o un incipiente José María Manzanares. Ahí es nada.
Hoy día las ocasiones de disfrutar de torear de antaño no es copiosa. Por eso hay que aprovechar las contadas que se dan. Una de ellas se produjo en el día de ayer, en el tentadero benéfico celebrado en la plaza de toros de Villarejo de Salvanés (Madrid), donde se anunciaron dos toreros retirados como son el propio Antonio Sánchez Puerto y El Fundi, además de Víctor Puerto, Luis Bolívar, y los novilleros Juan Jiménez y Carlos Ochoa, con enclasadas vacas de San Isidro, con una de bandera que le correspondió a Jiménez.
La mañana sirvió para poder ver tauromaquias de antaño junto con las de hoy día. Las de antes de distinto sabor, personificadas en la naturalidad de Sánchez Puerto y la delicadeza -sí, delicadeza- de un Fundi que mantuvo en pie a su floja becerra a base de pulso.
También tuvo detalles de mucho regusto Víctor Puerto quien, no en vano, ha bebido de una fuente de aguas puras y cristalinas como son las de su tío. Como pueden ver en las fotografías que acompañan el texto, lo hizo como el mejor puede hacerlo. Sabe y puede.
Luis Bolívar, Juan Jiménez y Carlos Ochoa, quien fue el menos afortunado con su becerra, también dejaron su impronta, distinta y propia. Como debe ser el toreo, entre otras muchas cosas.
Además, el tentadero reunió alrededor de trescientas personas que aportaron su granito de arena para ayudar a los más desfavorecidos.
Merecía la pena. Por varios motivos.