Mi padre siempre dice que en la Feria de Otoño los toros embisten más que en San Isidro, y que los toreros llegan en mejores condiciones. Y no le falta razón, tanto por los muchos años que lleva viendo toros, como por las estadísticas.
Este año no ha sido excepción, y el otoño ha sido mejor que la primavera, puesto que en seis festejos ha habido dos salidas a hombros (el novillero Tomás Rufo y Antonio Ferrera), y se ha cortado otra oreja suelta (Ureña).
Eso en cuanto a toreros. En lo de los toros que han embestido el balance no es tan definitorio, ya que en San Isidro saltaron muchos toros embistiendo, y bien, sobre los cuales ya dimos cuenta en su momento. Hoy toca hacer balance de la recién finalizada Feria de Otoño, en cuyo podio encontramos a un esperanzador novillero, toledano para más señas, llamado Tomás Rufo, que el viernes 27 de septiembre abrió la puerta grande tras cortar una oreja a cada uno de sus novillos de Fuente Ymbro, que lidió un muy interesante encierro.
Decepcionó el juego de la corrida de El Puerto de San Lorenzo/La Ventana del Puerto y la de ayer domingo de Adolfo Martín, mientras que en el mano a mano entre Perera y Ureña saltó un toro excepcional, de Núñez del Cuvillo, de nombre Portugués, protestado en los dos primeros tercios, pero que en el último se vino arriba y embistió como un tejón.
Entre los toreros destacaron, además de Rufo, un poderosísimo Miguel Ángel Perera, un inspirado Paco Ureña, y un genial Antonio Ferrera que merece mención aparte.
Lo de Ferrera fue genial por original; y por valiente, porque hay que tener valor a atreverse a hacer lo que hizo donde lo hizo: en Las Ventas, palenque en el que el mínimo resbalón o licencia en la ejecutoria taurina es tenido, a veces, como cercano al sacrilegio. Y Ferrera no brindó más que una faena (la última), no banderilleó ningún toro, ni siquiera cuando le abuchearon por no hacerlo ni siquiera en el sexto, si bien, creo que para dar en las narices, colocó un par al quiebro cuando sus banderilleros habían clavado los suyos correspondientes; parando a los toros de capote saliendo desde el burladero del 9 o del 1, y mantener una actitud entre altiva, de suficiencia y cierto desdén.
De su actuación cabría destacar la atención continua que despertaron sus evoluciones en el ruedo, a la espera de presenciar la nueva “ocurrencia” del torero extremeño, dotando a la tarde de un interés nunca decreciente. Lo del toreo de capote desplegado rozó el recital, si no tanto a la verónica, sí en todo un abanico de suertes en desuso o simplemente apenas vistas en una plaza en los tiempos modernos. En suma, una tarde no perfecta -ni falta que hace- pero sí apasionante.