Plaza de toros de Almodóvar del Campo. Segundo festejo de feria. Un tercio de entrada
Se lidiaron seis novillos de Villamarta. De presencia correcta. Faltos de clase y entrega. Bueno el quinto, de nombre Azafrán, número 40, premiado con la vuelta al ruedo, y el sexto.
Carlos Aranda: ovación con saludos y dos orejas.
Emilio Silvera: ovación con saludos y oreja.
El Galo: ovación con saludos y oreja.
Carlos Aranda salió a hombros.
La segunda y última de feria en Almodóvar del Campo, una novillada picada, dejó poco que llevarse al recuerdo. Unas veces por la deslucida condición de los novillos de Villamarta (los cuatro primeros), y otras, por la impericia o falta de acople de los novilleros, en este caso de Emilio Silvera y El Galo, frente a los mejores utreros del festejo, corridos en quinto y sexto lugar.
Abrió plaza un novillo escurrido con poder pero sin entrega que presentó complicaciones sobre todo por el pitón izquierdo, lado por el que se revolvía buscando a Carlos Aranda. El derecho fue menos malo, aunque iba rebrincado y sin clase. Ante la imposibilidad de lucimiento el novillero de Daimiel abrevió, tirándose muy recto a matar; tanto que resultó prendido, sin aparentes consecuencias. A la segunda dejó una casi entera tendida. Este novillo, por cierto, fue brindado a nuestro compañero -y amigo- Roberto García Minguillán.
El cuarto tuvo más motor en los dos primeros tercios, pero se acabó a las primeras de cambio. Exactamente finalizada la primera tanda de muleta. No es que antes hubiera sido un dechado de clase, ya que sus arrancadas eran bruscas y sin ritmo, por lo que no pudo haber limpieza. Sin embargo el de Daimiel, que llevaba una racha con la espada tan solo regular, sorprendió cuando citó al encuentro y dejó el acero entero arriba, solventando puntualmente su atasco anterior con la tizona y, además, logrando abrir la puerta grande.
Emilio Silvera lo intentó infructuosamente frente al segundo, un manso que no tuvo clase ni entrega. Sin embargo el quinto sí tuvo más movilidad y cierta calidad. Pedía sitio para venirse con emoción, pero Silvera optó por no perder pasos, haciendo la noria, sin despedir las embestidas y sin embarcarlas ni conducirlas debidamente. Hubo disposición, sí, aunque no acople pleno. Mató de entera baja, recibiendo una oreja el novillero y la vuelta al ruedo el novillo. Ambos premios fueron excesivos, si bien la oreja fue pedida por el público.
El Galo se deshizo en intentos con el fin último de conseguir brillar; desde el recibo de rodillas con el capote, pasando por un desigual y dilatado tercio de banderillas, y culminando con una faena de muleta en la que quiso hacer las cosas bien, esperando a que el rebrincado utrero de Villamarta metiera la cara para conducirlo con gusto y temple. Pero todo ello sin continuidad, por lo que la intensidad del trasteo no alcanzó altura, entreteniéndose en pinchar varias veces.
Su labor frente al sexto fue más de lo mismo; ganas -esta vez más aceleradas- con acople muy intermitente. Dejó media muy tendida y abrió su marcador cortando una oreja.