Plaza de toros de Daimiel (Ciudad Real). Corrida de toros. Media entrada.
Se lidiaron seis toros de Adolfo Martín, de presencia desigual. Primero rajado. Segundo noble y flojo. Tercero noble con un buen pitón izquierdo. Cuarto soso y con guasa por el izquierdo. Quinto bueno. Sexto manejable.
Curro Díaz (de azul marino y oro): más de media tendida (ovación con saludos); bajonazo (palmas).
Manuel Escribano (de gris plomo y oro): pinchazo y estocada entera que hizo guardia (ovación con saludos); estocada entera arriba (dos orejas).
Carlos Aranda, que hacía su debut como matador de toros en esta plaza (de nazareno y oro): dos pinchazos y estocada entera arriba (ovación con saludos tras aviso); casi entera atravesada (oreja con división).
Manuel Escribano salió a hombros.
Este año, en Daimiel se cambio el hierro de los toros a lidiar con respecto a los últimos dos años, pero no el encaste, que fue el mismo: Albaserrada, en esta ocasión con el pial de Adolfo Martín. Toros, como sus primos de la A coronada, peculiares en su comportamiento y en su lidia, pues requieren de una sutileza de trato casi quirúrgica, con toques suaves, casi insinuados, y un trazo de muletazo recto sin meterse en sus costados ni vaciar en la cadera. Y faenas medidas; es decir, nada de tres tandas de probaturas y ocho de toreo en redondo. En cinco tandas aquello tiene que estar hecho, ya que estos toros suelen orientarse -y más si no se les hacen las cosas debidamente- y complicar los finales. Por tanto, toros con especificidades que otorgan mayor trascendencia a los triunfos logrados frente a ellos.
Ayer, la terna que hizo el paseíllo en Daimiel acertó con las “teclas” unas veces, y otras no tanto, y solo Manuel Escribano supo “teclear” debidamente.
El primero podría tener cerca de un metro de punta a punta de pitón, y embistió metiendo la cara abajo por el lado izquierdo, pitón por el que basó su trasteo Curro Díaz. El de Adolfo Martín tuvo buen embroque pero acusó el desembarque previo y quiso irse a chiqueros pronto. Demasiado para que el de Linares pudiera construir faena.
El cuarto no se empleó y se venció mucho por el izquierdo aunque se dejó más por el derecho, lado por el que Curro Díaz le pegó alguno suelto sin llegar la faena a mayores, siendo feamente rematada con el estoque.
El segundo resultó noble y tuvo embestidas humilladas y hasta el final cuando la suavidad presidió la ejecutoria de Manuel Escribano, lo cual sucedió siempre excepto en el inicio de su labor muletera. Hubo naturales deletreados pero falló a espadas.
La tarde deambulaba por una senda insípida cuando saltó el quinto. Escribano lo captó y le dio fiesta con varias largas cambiadas de rodillas para regocijo de los tendidos. Tras un desigual tercio de banderillas protagonizado por el propio matador, brindó faena al ganadero Adolfo Martín. Se trató de un trasteo abundante, de más a menos, bien culminado con la espada y generosamente premiado con las dos orejas.
Carlos Aranda hacía su presentación como matador de toros en su pueblo. Había gran expectación, y el ambiente que encontró podríamos calificarlo de división de opiniones, y es que su actuación, sin ser de petardo descomunal, porque no se tiró de cabeza al callejón en ningún momento, tampoco resultó brillante por varios motivos.
La lidia del tercero se asemejó a una capea por momentos, con los banderilleros sin frenar al toro cuando este se arrancó a los picadores -tal cosa ocurrió con el de tanda y con el que hacía puerta-, y en el segundo tercio la cosa tampoco mejoró excesivamente. Eso sí, en el recibo a la verónica hubo dos lances notables por el pitón izquierdo, el mejor del toro también en la muleta, y por el que solo se le dio una tanda. El resto fue un conjunto de derechazos sin hilván ni estructura definida, mal rubricado con la espada.
Al sexto también se llevó lo suyo en el peto. Fue en un solo puyazo, que a punto estuvieron de ser dos si no lo hubiera remediado la oportuna indicación del banderillero Miguelín Murillo. Y tres cuartos de lo mismo aconteció en cuanto a estructura en este, un toro serio al que había que esperar a que metiera la cara y tirar de él. Carlos Aranda se perdió en probaturas sin llegar a destino alguno. La generosidad -con voces disconformes- de sus paisanos le hicieron pasear un trofeo cuyo peso no debería confundir a nadie.