El 2020 no va a ser un año más. El Covid-19 lo marcará como histórico a escala mundial y en la práctica totalidad de los órdenes vitales, con consecuencias aún por definir pero en las que, como poco, da aprensión pensar.
Sin embargo, con este texto pretendemos dirigir el pensamiento hacia algo distinto, y rendir nuestro humilde homenaje a un torero. De los grandes. ¿O acaso haya sido el más grande? Para no pocos, así fue.
Sin saber bien porqué, existe la costumbre de “celebrar” o de recordar con especial énfasis efemérides cuando éstas cumplen cifras que se consideran redondas. Este año, concretamente mañana, 16 de mayo, se cumplen 100 años cabales desde que el toro Bailaor, de la vacada talaverana de la Viuda de Ortega, acabara con la vida del que, dicen, ha sido el rey de los toreros, José Gómez Ortega, Gallito en los carteles. El ejemplar de Ortega, según cuentan algunos, reparado de la vista, se arrancó de manera inesperada al torero sevillano –de Gelves- cuando éste estaba en trance de separarse levemente de su oponente para colocar debidamente su momentáneamente descompuesta muleta. Fue entre los tendidos uno y dos, a unos cinco metros de la barrera. Bailaor volteó a Joselito empitonándolo por el vientre en el aire cuando el torero de Gelves caía. Dicen que la cara de espanto del menor de los Gallo al verse herido en el vientre le causó un shock traumático del que no despertaría. Lo único que acertaría a decir antes de perder el conocimiento sería “Que llamen a Mascarell”.
Mascarell era su médico de confianza, quien ya le había tratado con éxito anteriormente heridas por cornadas. Pero ésta no tendría remedio y resultó mortal. Poco –nada en realidad- podría haber hecho Mascarell o cualquier otro.
La muerte de Gallito en Talavera supone una paradoja digna de conocimiento, para aquellos más profanos en historia taurina. Se decía que a Joselito nunca le podría matar un toro, debido a la enorme sabiduría y conocimiento del animal bravo que atesoraba. De hecho se decía que su comprensión era tal que parecía que le hubiera parido una vaca. Sin embargo sobre su mayor rival en los ruedos y, a la vez quasi perfecto complemento en ellos, Juan Belmonte, decían que había que ir a verle torear pronto, ya que cualquier tarde un toro lo iba a quitar de en medio, pues tal era su patetismo toreando, a menudo resultando volteado, y dejando la sensación de estar casi siempre a merced del toro. Pero hete aquí que Joselito murió en las astas de Bailaor, y Juan Belmonte siguió en activo –con alguna retirada y vuelta a los ruedos, incluso en algunos casos como rejoneador, bien es cierto- acabando con su vida de un tiro en su finca sevillana de Gómez Cardeña 42 años después de morir Joselito.
El parte médico expedido en Talavera decía escuetamente: “El diestro José Gómez Ortega “Joselito” presenta herida por asta de toro en la región inguinal derecha, con salida de intestinos y vejiga y hemorragia interna. Pronóstico, gravísimo. Otra herida leve en el muslo derecho“.
Breve reseña biográfica
José Gómez Ortega era hijo de la señora –o señá, como se la conoce imitando la pronunciación abreviada- Gabriela, y de Fernando El Gallo, un matador de toros de segunda fila. Debutó el 13 de junio de 1908 con menos de 13 años de edad, en Jerez de la Frontera, impactando de inmediato por su estilo, facilidad en el manejo de las dificultades de la lidia y su capacidad de entender las virtudes o limitaciones de los toros que le correspondiesen.
Su trayectoria de novillero fue meteórica. El 14 de mayo de 1911, por resultar herido Limeño en Écija, tuvo que lidiar seis novillos del hierro de Salas. Su mejor año en 1912, cuando debutó en Madrid, el 13 de junio, en la plaza de la carretera de Aragón. En teoría debería haber lidiado una novillada, pero tal era su poder y suficiencia que se personó en la plaza para elegir lidiar una corrida de toros que se encontraba en los corrales en aquellos momentos. Dejó pasmados a todos por su competencia lidiadora.
Tomó la alternativa en Sevilla, con 17 años, el 28 de septiembre de 1912 de manos de su hermano Rafael Gómez “El Gallo”, a quien se conocía también con el apodo de “El Divino Calvo”. El toro del doctorado se llamó Caballero y pertenecía al hierro de Moreno Santamaría.
Confirmó alternativa en Madrid ese mismo año, tres días después de recibir el doctorado. También su hermano le cedió los trastos al joven Joselito para que matase al toro de nombre Ciervo, de la ganadería del Duque de Veragua, un ejemplar de pelo jabonero claro, bien armado y con el testuz rizado.
Ya de matador de toros empiezan a surgir las competencias; en principio con Ricardo Torres Bombita, Machaquito, Vicente Pastor, en cierta forma con su hermano Rafael “El Gallo”, posteriormente con el mexicano Rodolfo Gaona y, desde luego, con su paisano El Pasmo de Triana, Juan Belmonte.
Con los dos últimos formó un trío, por él encabezado, que acaparó la atención popular. Tres reconocidos artistas con estilos diversos, cuya rivalidad dio margen a la tan española controversia impregnada de pasión. En los bares, calles, barberías y demás enclaves de reunión social se hablaba de toros, y al igual que hoy muchos se decantan por El Real Madrid, el Barcelona o el Atlético de Madrid, en aquel entonces se era de Joselito o de Belmonte, y tal disquisición ocupaba gran parte del tiempo.
Joselito, el Belmontista
En relación a estas discusiones, se cuenta la anécdota protagonizada por Joselito en una peluquería en aquellos años entre el 1915 y 1920. Sin la iconografía actual, los rostros de los personajes famosos no eran tan conocidos como actualmente, y Joselito acudió a afeitarse a uno de estos establecimientos en los que, claro está, se hablaba de toros, y más concretamente de Joselito y Belmonte. El de Gelves, que escuchaba callado la conversación, fue interpelado por el barbero sobre cuál era su predilección, si Joselito o Belmonte, a lo que él contestó, categórico: “Belmonte, por supuesto.”
Joselito fue el primer diestro de la historia en superar la barrera de los cien festejos por temporada, gesta que logró en las de 1915, 1916 y 1917, con 102, 105 y 103 festejos estoqueados respectivamente.
El 15 de mayo Joselito toreó junto a Juan Belmonte en Madrid, en un ambiente claramente hostil hacia los toreros actuantes; tanto que, en un momento de la tarde, Joselito se dirigió a Belmonte sugiriéndole que sería mejor dejar pasar un tiempo sin torear en Madrid hasta que los ánimos se calmaran. Tras la aciaga tarde, Joselito se dirigió a su casa madrileña de la calle Arrieta, al lado del Teatro Real, donde, según alguna fuente sin posibilidad de contraste, la pena se empapó con jarana.
La corrida de Talavera
Joselito no figuraba inicialmente en el cartel del 16 de mayo en Talavera de la Reina. La combinación original la integraban Rafael Gómez “El Gallo”, Ignacio Sánchez Mejías y Larita. Joselito, enojado por lo que consideraba un trato ingrato por parte de la afición madrileña, había roto su contrato para torear ese mismo día en Madrid, con el compromiso de cumplir su segundo paseíllo en días venideros. Fue incluido a última hora para el festejo talaverano, en un mano a mano con su cuñado Ignacio Sánchez Mejías. El quinto toro, Bailador (o Bailaor), de la ganadería de la señora Viuda de Ortega, pequeño y burriciego (sólo veía de lejos), lo embistió, causándole una cornada en el vientre que le produjo la muerte.
Cabe señalar que el festejo talaverano estuvo auspiciado por el crítico taurino de ABC Gregorio Corrochano, el de mayor relevancia en aquel momento, acérrimo defensor de Joselito desde sus inicios hasta la inauguración de la plaza de toros Monumental de Sevilla, idea impulsada por el menor de los Gallo para abaratar las entradas a los toros, construyendo cosos de mayor aforo. Este coso atentaba contra los intereses de la élite social sevillana, cuyo inmueble señero era la plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla, a la que, ahora, le hacía sombra la magnífica Monumental de Joselito.
El diario ABC, monárquico y defensor de la aristocracia hispalense, inició una campaña de descrédito contra Joselito en la persona de su crítico taurino ya citado. La corrida de Talavera estaba destinada a suponer el fin de los desencuentros entre los dos amigos –Joselito y Corrochano-, aunque a la postre se tornó en trágico final para el sevillano.
Nuestra Señora de la Esperanza Macarena vistió de luto por su muerte, por primera y única vez. Desde entonces, es costumbre interpretar en las plazas el pasodoble Gallito (aunque se compuso originalmente en honor de su hermano mayor Fernando) cada aniversario de la cogida.
Joselito se encuentra enterrado en el Cementerio de San Fernando de Sevilla, donde tiene un mausoleo financiado por suscripción popular y realizado por el escultor valenciano Mariano Benlliure.
Todos los 16 de mayo, en todas las plazas de toros donde se celebre una corrida de toros, se guarda un minuto de silencio o las cuadrillas hacen el paseíllo desmonteradas —con la montera en la mano— en recuerdo al torero caído.
Trascendencia taurina
Joselito debió ser un torero absolutamente deslumbrante. Torero largo, es decir, conocedor de gran número de suertes del toreo, las cuales no solo conocía, sino que ponía en práctica en la cara de sus antagonistas, como el curioso quite del bú, echándose el capote a la espalda a modo de capa voladora, y llevando el toro apenas con un tercio de la extensión de tela fucsia, amén de muchas otras suertes tan vistosas como efectivas a la hora de domeñar a sus antagonistas.
Poderoso y lucido con el capote, inigualable e inigualado con banderillas, y portentoso con la muleta. Así lo describen quienes lo vieron y dejaron testimonio de tales opiniones. Y como anécdota ilustrativa citaremos que José Flores “Camará”, quien fuera icónico apoderado de Manolete –nada menos- recibió la alternativa de manos de Joselito quien, por supuesto, lo barrió de la plaza. Sin embargo, lejos de ganarse su antipatía, Camará siempre defendió que Joselito había sido el torero más grande que había visto nunca, ¡siendo apoderado de Manolete!
Joselito se preocupó por la Tauromaquia en sentido global, anticipando cambios que ayudarían al desarrollo posterior del toreo. A él le debemos, por ejemplo, el cambio en los criterios de selección del ganado bravo en las fincas. Los ganaderos escucharon los consejos de Joselito, quien se había dado cuenta de que los gustos de los públicos evolucionaban, y la preminencia del primer tercio de varas dejaría paso, poco a poco, al tercio de muleta, como así ocurrió, por lo que se hacía necesario seleccionar los toros con más durabilidad y una mayor entrega en la muleta. De hecho hay quien asegura que antes de morir tenía intención de comprar la ganadería de Tamarón, raíz de la cual proceden más de tres cuartos de las vacadas actuales, en una muestra más de su iluminada visión de futuro.
Como se ha citado brevemente con anterioridad, también se preocupó de abaratar el precio de las entradas a los espectáculos taurinos ampliando el aforo de las plazas. Ahí está su decidido impulso de la efímera plaza Monumental de Sevilla (tan solo dos años de recorrido) o de la monumental de Las Ventas de Madrid.
Otro aspecto quizás más específico o técnico en su aportación a la Tauromaquia supuso su intención de ligar los pases, dotando a la lidia en general y al último tercio en particular de una mayor continuidad.
Desafortunado en amores
A modo de epílogo en clave personal diremos que si bien Joselito cumplió todos sus sueños en lo profesional como torero, no tuvo tanta fortuna en su vida sentimental. Enamorado de Guadalupe de Pablo Romero, hija del ganadero Felipe de Pablo Romero, gran amigo de Joselito, aquel no consintió que su hija se casara con Joselito por ser éste medio gitano (su madre lo era), a pesar de que el torero sevillano fuera tratado como un hijo en esta casa ganadera en el transcurso de las labores camperas. Esta pesadumbre, unida al gran dolor que le produjo la muerte de su madre, a la que estaba muy unido, hizo que en los dos últimos años de existencia de Joselito su físico se resintiera. Así se puede apreciar en sus últimas fotografías, con una galopante alopecia y un atisbo de sobrepeso evidente. Igualmente, a sus constantes achaques estomacales se unió una melancolía que, según algunos, desembocó en Talavera. Lo que allí ocurrió y lo que a partir de aquel momento se desarrolló es historia viva de la Tauromaquia del siglo XX. Y del XXI.
