En defensa de su particular concepto de violencia, la Justicia interpreta de manera diferente en Alemania, Bélgica y España la euroorden de un juez de un país europeo (España en este caso) para detener a un prófugo expresidente por desistimiento de la Generalitat de Catalunya, que se rige por las normas constitucionales españolas.
El prófugo ya está en la cárcel porque un juez de otro país europeo dice que no hay causa para la extradición, según las leyes de su país, no las leyes del país de origen del ex-exiliado Puigdemont. Y con esta aparente anécdota, porque la causa ha pasado a ser sainete, vamos comprendiendo que, por encima de la piel, de la mera apariencia de nuestro aparente europeísmo, seguimos siendo lo que los demás querían que fuésemos, ni mucho menos ni mucho más.
El modelo de Europa que abogaba porque la razón legal de la violencia fuese hija de la coherencia jurídica, la coordinación y la cooperación, se nos aparece ya como un tablero con piezas de puzle a las que el tiempo y varias razones les ha resecado el engrudo (agua y harina, elementos básicos) que les daba apariencia de proximidad si no de unión.
Catalunya es la excusa para ese descubrir la radiografía rota de una Europa deshilachada. No vale, ni tiene sentido alguno, la amenaza ultraderechista de la vengaza con que amenaza un periodista español y lenguaraz. Es mejor volver a escuchar las reflexiones de un Felipe González, que ha vuelto a salir públicamente, a lomos de la mayor crisis constitucional y política desde Tejero, casi cuatro décadas después púbicamente, para reivindicar esa idea de Europa, avisar sobre las contradicciones judiciales entre países.
Hablamos de discrepancias sobre el concepto que la justicia da a la palabra violencia, porque su significado en cada lugar no es un “espacio vacío”. Por eso salta la evidente incoherencia europea de las leyes. Por eso dicen que una euroorden por acusación de rebelión no es violencia si no hay tanques. Pero no puede ponerse al contraluz de cada legislación nacional, porque se parte de criterios diferentes, como si la Academia de la Lengua de cada país partiese de un concepto diferente para definirlo y no valiese la de cada país, con una realidad social y un lenguaje diferentes.
Las imágenes, el espectáculo de los medios de comunicación con motivo del 1 de octubre, el dia del falso referéndum, tienen un impacto diferente en nuestra retina según se viesen desde el borde de la alcantarilla o desde el tejado del edificio de La Pedrera. Los saltos sobre un coche de la Policía, efectivamente, parece no ser un ejemplo evidente, suficiente para hablar de violencia. Pero es una violencia que acompaña otra mayor. Violencia es lo que siente el estómago de millones de ciudadanos al escuchar una intervención parlamentaria en la que se declara (o no, es un juego de palabras) la secesión dentro de un mismo país, con la misma trascendencia social de un caballo entrando en el Parlament de Catalunya.
Poco a poco, crisis como la económica, la social derivada de la anterior y la migratoria nos dan un nuevo concepto de Europa, mucho más pobre, mucho más imposible. Y nada estaba oculto debajo de la piel de papel de seda.
Nos queda el euro, que nunca será es un símbolo positivo de nada, y la ultraderecha creciente, los gobiernos tecnocráticos, los presidentes puesto a dedo desde algún lejano lugar, y la resignación tras el castigo.
Nos quedan las fronteras que hemos blindado, creando un escenario insolidario que fuera el resto de lo que pasa en el mundo: las bombas ya no son una razón social sino una imagen en el plasma.
Nos queda un mercado interno estancado, desequilibrado, apetecido: insuficiente para el margen de beneficio del poder financiero.
Nunca la idea de aquella Europa que ha aparecido más nebulosa, más difuminada, más llena de jirones. No soy europesimista, aunque sospeche que toda esa idea de los euro-optimistas y los llamados padres de Europa fue el efecto del humo de postguerra. Y así sería si no hay vuelta a esa vieja Europa social (y no es un concepto vacío) en el que conceptos como el de violencia se analiza a la luz de los derechos y las leyes que nacieron de ellas, de la coherencia, de la cooperación, de la coordinación. Si Europa crece, crecemos; si el traje queda ancho, todo será humo de paja.
Y perdonen el titular.
Aurelio Romero Serrano (Ciudad Real, 1951) es periodista y escritor