Esta misma tarde ha concluido la Feria de Sevilla. Lo ha hecho con la clásica corrida de Miura, en la que sobresalió la templanza de Octavio Chacón, la brusquedad de Pepe Moral y, una vez más, la ejecutoria insulsa de un Sebastián Castella que, al margen de sus incuestionables zambombazos madrileños, ofrece actuaciones poco edificantes.
Él ha sido uno de los varios toreros que en Sevilla han mostrado estar en horas bajas. Son muchos años de alternativa y, claro, no son Ponce; ni Juli, quien el 2 de mayo abrió su sexta Puerta del Príncipe.
Una constante durante el abono hispalense ha sido la presentación armónica -dentro de una seriedad notable- de las corridas lidiadas. Este año el toro que ha salido en Sevilla se ha parecido más al toro de Sevilla -algo que parece lógico pero que no lo es- después de la deriva de criterio vivida en la Maestranza en años pasados. Y esa armonía en la morfología de los toros ha propiciado -o puede que no y simplemente se haya tratado de casualidad- que un mayor número de ejemplares hayan embestido. Bastantes. En casi todas las corridas, a excepción de la de Miura de hoy..
Aunque el orden de primacía está sujeto a criterios y opiniones, en Lanza nos decantamos sin fanatismos y sujeto a variabilidad por el siguiente, de más a menos buena: Fuente Ymbro, Garcigrande/Domingo Hernández, Jandilla, Santiago Domecq, El Pilar, el sexto de Cuvillo, Torrestrella (el 3º), El Pilar (el lote de Álvaro Lorenzo) y el cuarto de Victorino. Sin embargo, muchos de estos toros se marcharon con las orejas puestas por mor del mal uso de la espada o la falta de conjunción entre toros y toreros.
Y de toreros toca hablar ahora, pues si antes citábamos a Castella como torero que ha rendido a un nivel inferior de lo que él se considera (parece que hubiera inventado el toreo), tampoco estuvieron a la altura, por incapacidad temporal o permanente, López Simón, a quien le tocó un gran lote de Fuente Ymbro, El Fandi, a quien ya sabemos que no se le pueden pedir sutilezas, pero a quien cuesta ya trabajito seguir viendo año tras año con el único soporte de sus atléticos segundos tercios; tres cuartos de lo mismo le ocurre a Cayetano, que da lo que tiene, que es raza a raudales, pero no pericia técnica ni elegancia en movimento. A sus manos fue un lote de Puerta del Príncipe -en tarde ventosa, eso sí- y quedó en dos vueltas al ruedo. Ya hemos citado el caso de Pepe Moral, capaz de torear como los ángeles con la izquierda, y de perpetrar mantazos dignos del Fandi más encendido. Manzanares, El Cid o Manuel Escribano son otros que dieron lo que en este momento tienen: poco.
Pero vamos a quedarnos con un buen sabor de boca. Porque podemos y porque debemos.
Sevilla ha servido para volver a creer que un toreo distinto y, en nuestra opinión, mejor, es posible. Que no se trata solo de apabullar a los toros -y en ocasiones a los propios toreros- como hace Roca Rey, sino que también hay toreros que torean. Sin aspavientos, despacito, que es cuando de verdad se pone a funcionar el valor; esperando a los toros, conduciéndolos en un viaje casi hipnótico en pos de una tela fucsia o roja. Ahí están los momentos de Diego Urdiales, de un enrazado -a veces casi voluntarioso- Morante, la despaciosidad de Emilio de Justo y, sobre todo, la luminosidad de Pablo Aguado, alguien llamado a iluminar con el imperecedero clasicismo una época en la que se le han hecho más cosas que nunca a los toros; cierto. Pero torear es otra cosa. Este sevillano, junto a otros nombres como los del citado Emilio de Justo, y otros como el de Juan Ortega, por mencionar tan solo tres nombres, pueden dar la vuelta a este calcetín que, con urgencia, necesita ser lavado.
Ahora llega San Isidro. Este martes. Y el toreo, una vez terminado, puede que sea otro. ¿Mejor?