Plaza de toros de Illescas. Lleno de “No hay billetes”
Se lidiaron seis toros de José Vázquez, bien presentados. Primero y segundo encastados aunque rebrincados. Bravo el tercero, ovacionado en el arrastre. Sin entrega el cuarto, bueno el quinto y deslucido en sexto.
Morante de la Puebla: oreja y pitos.
Sebastián Castella, que sustituía a Manzanares: ovación y oreja tras aviso.
Roca Rey: dos orejas y silencio.
Roca Rey salió a hombros.
Qué bien sabe hacerlo este Máximino. Pérez de apellido. Empresario trabajador y ocurrente que se ha empeñado en poner a funcionar un coso como el de Illescas. Como puso a funcionar el nuestro de Ciudad Real. Y va camino de conseguirlo, y de convertir la llamada Feria del Milagro en un evento de máxima categoría taurina y social. Allí estaba el rey emérito, la infanta Elena y demás farándula, la cual, dió porte social al festejo. Además de entidad política, pues allí estaba Emiliano García Page, entre otros.
A Morante le gusta Illescas. No es que lo haya hablado con él, por supuesto, pero en el cómodo coso cubierto toledano se le ha visto con frecuencia. Incluso recuerdo una tarde del certamen Puerta Grande en la que toreaba Aníbal Ruiz, allá por el año 2008. Y el pasado mes de diciembre actuó de picador a las órdenes de José Antonio Carretero. Debe ser, entre otras cosas, porque aquí la incertidumbre del viento se disipa. Y eso no es poca cosa.
A su primero, encastado pero rebrincado y que soltaba la cara al final del viaje, Morante le enjaretó varias verónicas de escándalo, como quien no quiere la cosa; algo así como “ya que pasas por aquí, voy a darte un lapazo”. Y el inicio de faena. Ya solo esos trincherazos de naturalidad y torería igualables pero no superables, y la primera tanda de derechos de cintura rota, hicieron que el viaje mereciera la pena. Sin embargo, como los empachos no son buenos, Morante fue silbado al término del cuarto por una faena de torería antigua no comprendida con ojos del año 2019 frente a un toro sin clase y que derrotaba por arriba. Tampoco ayudó para mitigar la hostilidad el que con la espada anduviera poco confiado y fallón.
Roca Rey apabulla. Lo siente y lo sabe. Y el público también. Así quedó de manifiesto en el espectacular inicio en los medios cambiándose por la espalda la encastada embestida de un gran toro de José Vázquez, aplaudido en el arrastre. Ahí la plaza ya estaba convencida, y más aún cuando a continuación hilvanó un trasteo repleto de aplomo y mando, citando abajo aunque aliviando a media altura a mitad del muletazo con una soberbia en su apostura que debe amedrentar a quien se ponga a su lado vestido de luces. Una faena de mandón. No perfecta ni carente de enganchones, pero sí de auténtica figura que porta el bastón de mando. La estocada cobrada al primer intento le granjeó el doble trofeo.
El sexto no fue devuelto por cojo a pesar de la protesta del público y la aparente aquiescencia del peruano, que no tuvo más remedio que ponerse delante, aunque sin lucimiento merced a la condición rajada, poco enclasada y sin entrega del de José Vázquez, que, junto al cuarto, resultó el garbanzo negro de una buena corrida en general.
Castella se las vio con un primer oponente que repitió con codicia y cierto desorden. Se dio hasta dos volteretas a lo largo de su lidia, lo cual, a buen seguro, no le benefició. Aún así el trasteo resultó realmente insulso de no ser por tres naturales en los que no hubo enganchones, que, por otra parte, fueron harto frecuentes. Mató a la segunda.
Más entonado estuvo frente al quinto, otro toro encastado al que ofreció la pierna contraria con más verdad que a su primero. No mató a la primera, sino a la segunda, pero se le concedió una oreja a su disposición.