La tradicional cremà que pone fin a las Fallas valencianas ha cerrado esta noche la réplica de la célebre fiesta que Ciudad Real ha acogido durante todo el fin de semana.
Las llamas que han reducido a cenizas las dos estructuras ‘plantás’ en la Plaza de la Constitución, tras sendas y sonoras tracas, han hecho vibrar al centro de la capital, y han alegrado la tarde noche de las miles de personas que se han reunido para seguir el último acto de las fallas viajeras, organizadas por la asociación cultural Fallers pel Món.
La alcaldesa ciudarrealeña, Eva María Masías, no ha querido faltar y, acompañada de varios concejales, ha seguido el acto de la quema que han iniciado las falleras mayores, infantil y senior, Cristina Espíritusanto y Andrea Vallés, respectivamente, con el prendido del cordón inflamable.
Ambas ‘autoridades’ han mostrado la emoción del momento, junto al presidente del Fallers pel Món, José Amores. “Para nosotros uno de los momentos más especiales”, ha dicho.
A las 20,45 de la noche ha comenzado el homenaje al fuego purificador, al empezar a trepar las llamas por l’estoreta, la estructura más pequeña, compuesta por una mesa camilla, una mecedora, varias sillas, un paraguas y un perchero. Se trata, según la tradición, de un conjunto formado por muebles viejos que antaño recogían los niños por las casas, en esta ocasión con varios artículos de mobiliario en blanco y que se han venido abajo mientras los músicos interpretaban el Cant de l’Estoreta.
La emoción de la quema en directo en una convocatoria desconocida para los ciudarrealeños ha surgido en los primeros segundos del inicio de la combustión y no han faltado las exclamaciones y los aplausos, acompañados de la música de la animada charanga, al ver el poder del fuego sobre los monumentos.

Tres cuartos de hora después ha llegado la ‘muerte’ a la figura principal, de ocho metros, representada por Don Quijote con un molino de viento en la cabeza, junto a imágenes de vinos y quesos de La Mancha. Era un conjunto ‘amable’ que en pocos minutos ha cedido a las bombas inflamables. Se ha consumido, igualmente, de manera veloz y se ha reducido a cenizas en un par de minutos con mucha expectación, también bajo comentarios del público sobre el idealismo quijotesco y el carácter efímero de este tipo de arte.
También ha ayudado para la máxima expresión de fiesta el fin de las restricciones en el uso de la mascarilla, después de dos años de obligada aplicación en la cara.

Las fallas viajeras, que este año han recalado en Ciudad Real, no han incluido ninots, es decir, los montajes falleros que por voto popular son indultados y salvados de la quema.
Los bomberos han estado en todo momento vigilantes del acto de la quema, y han apagado con celeridad los restos de los monumentos. De la misma manera, los servicios de Limpieza han iniciado los trabajos para dejar la zona saneada tras los últimos tres días de fiesta fallera, -con música, trajes y pólvora-, que en sus primeras horas se vio pasada por agua, por un tiempo cambiante y unas bajas temperaturas impropias de la fecha primaveral.

Moros y Cristianos y agua de Valencia
Antes de la catártica cremá, la última jornada de las fallas ciudarrealeñas se ha iniciado con un vistoso y seguido desfile de Moros y Cristianos, además de una atronadora mascletá a última hora de la mañana en las afueras de la ciudad que se ha oído a varios kilómetros.
La comitiva valenciana también ha repartido paella para comer, y ha elaborado y degustado la popular agua de Valencia en las carpas instaladas en la céntrica plaza.
José Amores ha aplaudido el éxito de las fallas ciudarrealeñas, en una edición, la décima de sus itinerancias, donde han tenido “una gran acogida y nos han tratado muy bien”. Amores también ha celebrado la participación de los ciudarrealeños en los diferentes actos y “el éxito de público”.