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El tiempo y el vino

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                Principios de un nuevo año es un buen momento para la reflexión sobre el tiempo, sobre el paso de los días, el trascurso de acontecimientos y las variaciones en nuestra vida y en el mundo que nos rodea. Y el vino es un buen referente en este proceso.

                El vino evoluciona con el paso del tiempo. Un repaso a botellas antiguas me llevó a un Viña Albalí de 1991 con una imagen ya clásica con el paso de los años y con una sorpresa especialmente agradable por la bondad del producto conservado durante 25 años sin especiales cuidados. Un cabernet sauvignon de una calidad especial con un sabor excepcional que demuestra cómo es posible hacer buenos vinos en nuestra tierra con uvas que ya en ese tiempo empezaban a estar presentes en muchos viñedos de Castilla-La Mancha. Y para ver cómo pasa el tiempo también sobre el vino y sus marcas y presentaciones vuelvo a un Viña Albalí de 2004, ahora ya tempranillo, que sigue teniendo una calidad especial. He descubierto empolvada una botella de 1987 que todavía no me he atrevido a abrir por el respeto a abrir una historia aún más antigua. Una marca que ha evolucionado, conservado su calidad, variado su diseño e incluso su contenido. El tiempo ha ido cambiando este referente de los vinos de calidad de Valdepeñas pero debo reconocer que, en este caso, el paso del tiempo ha mejorado especialmente su calidad.

                El tiempo actúa de diferente manera en las cosas y las personas. Su paso deja huellas físicas pero sobre todo morales y personales. Algunas mejoran con el paso del tiempo, conservan una imagen que, a pesar de su edad, se reconoce como noble y bella mientras que en otras ocasiones los deterioros son notables y la decadencia se hace presente en la imagen exterior y en la interior. De las tres botellas probablemente la más atractiva sea la de 1991 sin las estridencias del diseño coloreado de la de 2004, pero los tiempos  imponen nuevas modas y nuevas imágenes de venta y de presencia en los mercados.

                En las bodegas se produce una relación singular entre el espacio y el tiempo. Pocos espacios arquitectónicos están llamados a ser espacios de quietud, de no actividad, al menos en apariencia externa, como las salas de barricas. Allí en el silencio, en el reposo de meses el vino va adquiriendo los valores de la madera, se impregna de las calidades del roble y adquiere sabores y colores singulares que lo enriquecen. Un valor adquirido por el silencio, la tranquilidad, la evolución tranquila que nuestra sociedad actual nos niega. Y para ello se construyen los mejores espacios, se diseñan los lugares nobles del proceso de la bodega. Son los espacios sagrados que el bodeguero enseña con orgullo y marca de calidad.

                El vino nos enseña cosas sobre el tiempo, la necesidad de madurar con el paso de los años, de mejorar nuestra vida y nuestros comportamientos y hacerlo en la capacidad del silencio, de la calma, de la tranquilidad y el reposo. Lecciones difíciles en tiempos acelerados como los que nos toca vivir. Pero lecciones buenas de aprender y de poner en práctica.

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